José Gutiérrez Solana
LA ESPAÑA NEGRA
Madrid, 1920, G. Hernández y Galo Sáez.
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“Al otro día era domingo de ferias y había toros; la Plaza está frente al penal; los presos, asomados a las ventanas del viejo edificio, tras las rejas, se entretienen viendo entrar la gente, los picadores y la cuadrilla a la plaza.
Desde su prisión oían los aplausos, los silbidos, los gritos de los hombres y mujeres: «¡Que le den las orejas y el rabo!» Y aquella pobre gente sufría, en un día hermoso de sol, oyendo aquella barbarie que insultaba sus oídos, aquella cobardía amparada por la ley y viendo desfilar la gente cerca de sus ojos, bailando y cantando, para mayor escarnio; los viejos picadores, montados en caballos llenos de costuras y con las patas llenas de sangre, tranqueando; otros, cojos por los agujeros de las heridas, pasaban muy despacio, arrimados a las fachadas de las casas.
Como esta Plaza de Toros no tiene desolladero, sacan los cadáveres de los caballos a la calle, a muchos todavía vivos y cubiertos sus lomos de sangre, dándoles allí la puntilla, frente al mar, cerca de la orilla de la playa donde están anclados los barcos y las traineras que por la noche salen a la pesca, cuando el cielo está negro todavía, y el sol, redondo como la luna, sin fuerza y casi no alumbra, bajo el peso de los negros nubarrones, parece estar cogido entre dos planchas de cobre; (...)
Dentro de poco, los bravos marineros saldrán al rudo trabajo de la pesca, tan lleno de peligros. Mientras tanto, a la caída de la tarde, frente a la Plaza, abren a los toros en canal con un cuchillo, para sacarles la sangre, y a hachazos, dos hombres fieros como dos leñadores, les cortan los cuernos.
Los niños de Santoña ven este espectáculo, que tanto instiga los instintos criminales, con los ojos muy abiertos; miran el carro lleno de caballos muertos, con las patas tronchadas y las lenguas colgando, llenas de tierra, lo mismo que sus ojos cristalinos, muy abiertos.” (pp. 75-77)
[La cita pertenece al capítulo La corrida de toros en Santoña.]