lunes, 20 de abril de 2020

David Heymann
LIZ TAYLOR. UNA BIOGRAFÍA ÍNTIMA
Barcelona, 1996, Ediciones B. 
 

"Debo reconocer que admiro a Liz. Es una de las personas más incomprendidas y subestimadas de nuestros tiempos. Si nos limitamos a juzgarla por lo que se publica de ella, es imposible tener una idea de la auténtica personalidad de esta increíble mujer de múltiples facetas. Posee un gran sentido del humor y es extraordinariamente leal; le encanta hacer payasadas; es muy inteligente, una voraz lectora de novelas poco conocidas pese a los rumores de que siendo jovencita sólo leía tebeos; y lo que más me impresiona de ella, no conoce el miedo. No se arredra ante nada ni nadie, pero al mismo tiempo se preocupa por las cosas más nimias; es muy valiente, pero el más nimio incidente puede afectarla profundamente.
  Esa no es la única contradicción que encierra su personalidad. Liz adora a los niños y es muy tierna con los animales, pero también es una gran aficionada a soltar palabrotas. En una ocasión se refirió a cierto ejecutivo de la Metro como un «mierdahijodeputamamónmaricón», una palabra difícil de encontrar en el diccionario." (p. 179)

[La cita reproduce unas declaraciones de Truman Capote acerca de la actriz.]


“Shelley Winters, que sentía escaso respeto por la supuesta inteligencia de Elisabeth Taylor, solía bromear sobre las tonterías que soltaba a veces. «Un día, mientras rodaba Lolita en Londres -explica Winters-, estaba escribiendo una carta y le pregunté la fecha. Liz consultó el periódico y contestó: 'No lo sé. Este periódico es de ayer.'»” (p. 227; nota al pie.)

L.S.B. Leaky
LOS KIKUYU
San Sebastián, 1973, Burulan.



“«Un extenso jardín». Así es como los primeros exploradores europeos describieron las verdes montañas donde vivían los kikuyu; aquí, en estas onduladas colinas que descienden desde las faldas del monte Kenia hasta el Great Rift Valley, a más de 2.000 m. sobre el nivel del mar, se respira un aire puro procedente de los bosques y las montañas. En estas altitudes son raras la malaria y la bilharziasis. Innumerables riachuelos discurren por las praderas y bosques. El clima es sano y agradable, parecido a una soleada primavera inglesa, hay dos estaciones diferenciadas: un invierno suave y un verano algo más caluroso y seco. Los propios kikuyu se maravillan de la belleza de su país; así, en el lugar conocido como Mukurue wa Gathanga, cerca de Fort Hall, es frecuente oír decir que esta tierra es un sagrado paraíso terrenal.
  Allí estuvo la casa Muumbi, de la que, según la tradición, proceden los kikuyu. Muumbi y su esposo, Gikuyu, tuvieron 9 hijas de cuyos nombres derivan los 9 clanes kikuyu. Pero según otra versión menos poética, los kikuyu son los descendientes de un pequeño grupo procedente de Etiopía meridional.” (pp. 77-78; la cita pertenece a un artículo integrado en la enciclopedia PUEBLOS DE LA TIERRA, tomo 2, África Tropical-África Meridional.)

[La bilharziasis es una enfermedad incapacitante, pero de mortalidad baja, causada por gusanos parásitos. Hoy en día se la conoce más por el nombre de “esquistosomiasis”.]

Paul Preston
FRANCO: «Caudillo de España»
Barcelona, 1994, Grijalbo.



“Franco será recordado ante todo por su enérgica dirección del esfuerzo de guerra nacional entre 1936 y 1939 y por la determinación con la que buscó la aniquilación sistemática de sus enemigos de izquierda y, posteriormente, por su férrea voluntad de supervivencia. Sus rasgos más notables eran la astucia instintiva y la imperturbabilidad, la sangre fría con la que manejaba las rivalidades entre las fuerzas del régimen y la habilidad con que desactivaba los desafíos de quienes (desde Serrano Suñer a don Juan) eran superiores a él en inteligencia e integridad. Los logros alcanzados por Franco no eran los de un gran benefactor nacional sino los de un hábil manipulador del poder que siempre atendió a sus propios intereses. Como escribió Salvador de Madariaga: «El más alto interés de Franco es Franco. El más alto interés de De Gaulle es Francia».” (p. 970)
José María de Pereda
SOTILEZA
http://www.textos.info



“El patache es un barquito de treinta toneladas escasas con aparejo de bergantín-goleta. Supónese que estos barcos han sido nuevos alguna vez; yo nunca los he conocido en tal estado, y eso que no los pierdo de vista, como lo pueda remediar. Por tanto, puede afirmarse que el patache es un compuesto de tablucas y jarcia vieja. Le tripulan cinco hombres; a lo más, seis, o cinco y medio: el patrón, cuatro marineros y un motil o muchacho cocinero. El patrón tiene a popa su departamento especial, con el nombre aparatoso de cámara; la demás gente se amontona en el rancho de proa, espacio de forma triangular, pequeñísimo a lo ancho, a lo largo y a lo profundo, con dos a modo de pesebres en los costados. En estos pesebres se acomodan los marineros para dormir, sobre la ropa que tengan de sobra, y debajo de la que vistan, pues son allí tan raras como las onzas de oro las mantas y las colchonetas. Para entrar en el rancho hay, entre el molinete y el castillo de proa, un agujero, poco mayor que el de una topera, el cual se cubre con una tabla revestida de lona encerada; tapa unas veces de corredera y otras de bisagras. De cualquier modo, si el agujero se cubre con la tapa, no hay luz adentro, ni aire, y si la tapa se deja a medio correr o levantada, entran la lluvia, el frío, el sol y las miradas de los transeúntes, porque el patache, en los puertos, siempre está atracado al muelle. Cada tripulante, incluso el patrón, compra y guarda su pan -tortas de mucho diámetro, que duran cerca de seis días cada una-. Con este pan, unas patatas, unas alubias o unas berzas, con un escrúpulo de tocino o de manteca o de aceite para ablandarlo, todo ello a escote y condimentado por el motil, cuyas manos no tocan el agua dulce como no sea para revolver, dentro de la que echa en un balde, las patatas recién partidas o la berza después de haberla picado sobre el tejadillo de la cámara, a veces con el hacha; con este potaje, repito, y aquel pan, come la tripulación, en el santo suelo, alrededor de la cacerola, en la cual va cada uno, incluso el patrón, metiendo su cuchara cuando le toca. Así cenan también las mismas patatas, las mismas alubias y las propias berzas. En ocasiones, en lugar de las patatas, o de las berzas, o de las alubias, hay bacalao, que el motil guisa en salsa roja, después de haberlo desalado dándole dos zambullidas en el agua de la dársena, desde la borda, atado con un cordel. Para almorzar, un poco de cascarilla en un tanque... Y siempre lo mismo, cuando los tiempos marchan bien.” (pp. 102-103)