NARRATIVA






"¿Es posible achacar lo sucedido a mis padecimientos con la alergia? Sí, pero sólo en su justa medida. No estamos ante un episodio de locura transitoria provocado por la terquedad del viento o por la falta de luz. Por aquí no soplan ni el siroco ni la tramontana y no tenemos tanta oscuridad como para perder la cabeza. La respuesta es más sencilla y mucho menos novelesca. Bermúdez metió la pata hasta la ingle y fue el único responsable de la provocación. La alergia pudo actuar como agravante, pero nada más. Si se hubiera comportado conmigo como es debido nada de esto hubiera pasado, por mucho que la alergia me sacara de mis casillas." (Distrito 26




"El anciano de hombros cargados se internó en la espesura sin vacilar. Llevaba el hacha de tejo en una mano y el cubo de latón colgando del muñón de la otra. Anduvo con precaución durante cerca de veinte minutos. Al cabo de ese tiempo divisó la columna de humo. Se paró en seco. Dejó el hacha y el cubo en el suelo y contó hasta diez. Los sucios rencores, tan viejos como las cicatrices que le cruzaban el cuello, volvieron a aflorar en su torturada conciencia. Se despojó de las botas, recogió el hacha y el cubo y reemprendió sigiloso el camino hacia la cabaña. Una expresión de odio le arrugaba el rostro." (Subconsciente


***

LAS DESVENTURAS
DE
LEO Y JESUSÍN





UNAS PALABRAS PARA EMPEZAR



     Queridos lectores, yo vine al mundo en 1958, es decir, muchísimo antes de que vosotros nacierais, y por eso, mi infancia fue bastante distinta a la vuestra. No os preocupéis. No pienso contar ningún suceso triste o desagradable del pasado, sino todo lo contrario. Pero debéis saber que las peripecias de Leo y Jesusín no sucedieron en un mundo como el actual. Los dos amigos de los que quiero hablaros vivieron hace más de 50 años en una España donde los niños no tenían tantas cosas como tienen hoy. Bueno, a lo mejor estoy exagerando, porque ahora, con la maldita crisis, hay muchos niños a los que les falta de todo.

     Voy a confesaros un pequeño secreto: todo lo que cuento en este libro sucedió de verdad, pero con personajes distintos. Vamos, que a Leo y a Jesusín me los he inventado yo solito para que me entendierais mejor. Eso sí, os garantizo que todas las historias son ciertas. Algunas me pasaron a mí, otras a mis amigos y otras me las contaron. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que os entretengáis leyendo y que de paso aprendáis algún detalle de cómo era España en la época de vuestros abuelos.

     Espero que os guste. ¡Hasta la vista!



   
Nº páginas: 121 
Editorial: Dilema-Manakel
Madrid, 2013

* * *



LAS PREGUNTAS DE LOS LECTORES



Empecé a escribir novelas y cuentos en 2006, a partir de mi estancia en Suiza, y fue en este país donde tuve la ocasión de participar, por primera vez, en varias conferencias con mis lectores. La mayoría eran estudiantes de español, tanto de bachillerato como de cursos universitarios, o sea, personas de diferentes edades y condiciones. Las siguientes preguntas son sólo una breve muestra de su curiosidad acerca de mi vida, de mis motivaciones a la hora de escribir y del proceso de gestación de mis obras. También incluyo en esta sección parte de una entrevista realizada para el Departamento de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Salamanca, emitida semanas más tarde en uno de sus programas de radio.

La selección de las preguntas ha sido rigurosa. He tratado de evitar, siempre que he podido, aquéllas que pudieran desvelar a futuros lectores el desenlace de mis historias. Es decir, que he omitido deliberadamente preguntas del tipo “¿Por qué en tal cuento de Mandala y otros relatos en primera persona el protagonista termina haciendo tal cosa?” o “¿Por qué en tal parte de Fósforo el personaje principal se comporta de este modo?”. No me parece prudente que la gente conozca anticipadamente lo que puede desentrañar por medios propios. Por otra parte, es conveniente avisar a los visitantes de este blog de que muchas de las preguntas contienen un referente suizo inevitable y que cabe la posibilidad de que el lector español pueda sentirse extrañado por ello.

Para los más puntillosos quiero advertir que soy un escritor minoritario. ¿Quiere esto decir que pertenezco al selecto club de los escritores de culto? ¿Significa que muy pocos lectores están a la altura de mi excelsa literatura? Evidentemente, no. Soy un escritor minoritario porque llevo poco tiempo en la narrativa, porque publico en una editorial modesta y porque he estado seis años fuera de España. También puede ocurrir que sea un escritor mucho menos interesante de lo que desearía (¡Dios mío, qué miedo infunde la sospecha de mediocridad!). En el fondo da igual, porque lo que quiero conseguir con esta sección no es regalarme un baño de autocomplacencia, sino homenajear al lector en la medida de mis posibilidades.

Me gustaría agradecer de todo corazón la deferencia de los profesores Mari Carmen Bargiela y Manuel Fernández por organizar, respectivamente, los coloquios en el Gymnasium Alpenstrasse de Biel y en la Université Populaire Neuchâteloise. Este agradecimiento vale igualmente para el conjunto de su alumnado. También deseo expresar mi más hondo reconocimiento a Ana María Vigara Tauste, catedrática del Departamento de Filología Española de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, recientemente desparecida, por leer con aplicación mis trabajos y por tomarse la molestia de criticarlos. Mi próximo libro de relatos estará dedicado a ella.



-Gymnasium Alpenstrasse de Biel-

¿Cuando empezó a escribir? 
Empecé con doce o trece años, con una novelita de 5 ó 6 páginas sobre atracadores de bancos (¿existen las novelas de 6 páginas?; creo que todavía la conservo). Después escribí otra sobre patinadores sobre hielo y una del oeste, más o menos de la misma extensión, que ignoro dónde acabaron. Supongo que en la basura porque era lo que se merecían. A partir de ahí no volví a sentir interés por la escritura hasta que acabé los estudios universitarios. Y cuando digo escritura no quiero decir literatura. A partir de 1991 (algo mayorcito ya; nací en 1958) empecé a escribir en serio, pero artículos sobre antropología religiosa, educación e historia. Mi vocación por la narrativa ha sido tardía y ha estado ligada a mi estancia en Suiza. Llegamos a este bello país en 2006 y, como no trabajo porque mi mujer ha tenido el encantador detalle de hacerlo por mí, me entraron ganas de cambiar de registro. No es que dejara de lado los artículos y todas esas cosas, pero sentí la necesidad de elaborar alguna ficción. Fundamentalmente, alguna que me gustase leer como si no fuera mía. Y ahí empezó Fósforo. Después de la experiencia no he podido dejar de escribir. Espero que dure. 

¿Dónde vivió su infancia?

Yo nací en Madrid y me crie en el barrio de Carabanchel bajo, que en aquella época era tela marinera en todos los sentidos. No había de nada por ninguna parte. Muchas calles estaban sin asfaltar, el transporte era insuficiente y había chabolas para dar y tomar. Carabanchel era como todos los barrios obreros de Madrid, como Vallecas, como Usera, como Villaverde. Vamos, un lujo. Eso sí, aprendías mundología a la fuerza y veías tipos humanos de todos los estilos. No es discutible: los frutos de mi pluma tuvieron que abonarse allí. Por narices.


¿Por qué sus personajes suelen ser tan desequilibrados?
No estoy seguro de que sean tan desequilibrados. Lo que sí es cierto es que se pasean permanentemente por el filo de la navaja o por el borde del precipicio. La causa no la conozco con certeza. Quizá sea que yo veo la vida un poco así, mitad cordura, mitad demencia. 


¿Escribe a mano o con ordenador? 
Con ordenador. Quizás tenga menos glamour que escribir a mano, pero es infinitamente más cómodo.

¿Le costó imaginarse en Fósforo los barrios de un Madrid abandonado?
No me costó nada porque son territorios que conozco al dedillo. En todos y cada uno de ellos vivo o he vivido, incluidos los de fuera de la ciudad de Madrid. Esto te proporciona una seguridad enorme porque sabes que no vas a cometer errores y porque te ahorras las tareas de documentación. En pocas palabras, que pisas sobre seguro y que ganas tiempo para escribir.


¿Por qué escribe?
A veces por necesidad, a veces por entretenimiento, a veces por demostrarme que soy capaz de crear algo propio y a veces por rutina. Pero la mayor parte de las veces escribo por impulso. Se me ocurre alguna idea o situación que me gustaría sacar de mi interior y entonces la estampo en el papel. Es el único modo de expresarme con un grado aceptable de libertad. Cuando escribo me siento libre, porque comunico lo que quiero y como quiero. 

¿Película favorita?
¡Puf!, montones, pero por citar una te diré El hombre tranquilo, de John Ford. No es que me enloquezca el argumento, pero la banda sonora, el ambiente rural, los paisajes, la lluvia y el aire, y como no, la cabellera de Maureen O’Hara, me hacen disfrutar mucho. Curiosamente, y a pesar de que tengo la película en casa, la veo de ciento en viento. ¿Por qué será? Tendré que planteármelo. 

¿Le molestan las críticas?
Las positivas y fundamentadas, no. Las negativas, cuando se expresan con zafiedad, mala leche o envidia (y eso se nota) me molestan mucho. Por suerte no he tenido muchas de esta especie. Lo que sí he recibido han sido algunas críticas, pocas, la verdad, sobre ciertos recursos narrativos o estilísticos que algunos lectores consideraban superfluos. Este típico de crítica no sólo no me irrita, sino que me parece muy provechosa para la maduración del escritor.
 
 -Lago Neuchâtel en invierno-


¿Qué es lo que más le gusta de Suiza? 
Sobre todo, dos cosas: una, el paisaje, que es verdaderamente hermoso en cualquier punto del país, y otra el toque filantrópico y humanitario, a menudo ingenuo, de muchos de sus ciudadanos. En Suiza hay un poderoso núcleo de gente corrompida por el mundo de las finanzas, pero también hay montones de ciudadanos de a pie generosos, cooperativos, solidarios y honestos. Esto se aprecia enseguida cuando vives allí. 

¿Y lo que menos? 
Aparte de lo que acabo de decir sobre el mundo del dinero sucio, cierta rigidez general, cierta falta de flexibilidad a la hora de pensar o de reaccionar ante los problemas. El hiperlegalismo suizo también es, a la vez, una ventaja y un lastre. ¡Ah, y la tradicional pachorra helvética! Eso es atacante para un español histérico como yo. 

¿Cómo se le ocurren las historias? 
No tengo ni la más remota idea. Lo único que tengo claro es que se me forman en el cerebro por asociación con lo que veo o vivo y con mis propias obsesiones, miedos y ansiedades. De esa amalgama salen las historias,  pero no soy capaz de explicar mucho más. Lo que sí es fundamental, al menos para mí, es andar en todo momento con el filtro de escritor puesto delante de los ojos. Es decir, centrar la atención en la realidad como si estuviera puesta allí para que escribas algo. Si veo a un niño metiendo el dedo en el cajetín de un parquímetro en busca de alguna moneda olvidada, intento verlo como el principio o parte de un cuento o una novela que pudiera escribir. Centrar la vista en el mundo exterior con atención y con intención es el principio de muchas historias interesantes. 

¿Qué es lo que más le gusta hacer un frío domingo de invierno por la tarde?
Pasear y disfrutar de ese frío. Si además hay poca gente por la calle y ha oscurecido, mejor que mejor, porque se me dispara la imaginación y procreo ideas nuevas para mis relatos. Si el tiempo está horroroso, pero horroroso de verdad, me pongo a leer o a tocar la guitarra. Siempre y cuando no tenga tareas domésticas o familiares pendientes.




-Lago Neuchâtel con los Alpes al fondo-



Intente convencer a una persona en tres frases de por qué tiene que leer Fósforo y qué es lo que más le va a gustar del libro.

En primer lugar porque se va a encontrar con una situación inquietante en un entorno reconocible. En segundo lugar porque va a sufrir y a reír (cosa que espero), y ambas son emociones muy recomendables en cualquier lectura. En tercer lugar, porque le va obligar a pensar sobre el verdadero valor de la existencia. ¿Qué es lo que más puede gustar del libro? Sinceramente, no lo sé. Hay gente que se siente impresionada por los escenarios que recorre el protagonista, otros por los diálogos, otros por el tema en general, otros por todo y otros por nada (algunos lectores me han confesado no entender la novela). En cada persona resuenan las frases y las historias de una manera particular, cada cual tiene su propia manera de interpretar y visualizar la lectura. Habría que preguntarles a ellos por esta cuestión. Dicho esto, que quede claro que si escribir es un acto de libertad, el de leer también lo es. Que la gente lea lo que quiera, sin presiones de ningún tipo. No hay otro camino.



¿Qué hora del día prefiere para escribir?

Normalmente, la mañana. Me encuentro más despejado y más lúcido. Cuando empieza a caer la tarde me atenaza el cansancio. No es fácil trabajar, llevar la intendencia de la casa y sacar tiempo para escribir. Ahora que resido en España me tendré que reciclar en escritor de fin de semana. Desde que volví a la enseñanza las mañanas libres han desparecido.



¿Libro favorito?

Demasiados para citar solamente uno. Prefiero decirte algunos autores: Henry Miller, Fernando Vallejo, Stephen King, Darwin, Carl Sagan, Rosa Montero, Mario Vargas, Tolkien..., la lista sería interminable. Podría estar escribiendo nombres durante horas.



¿La literatura es lo más importante de su vida?

Entiendo perfectamente que pueda serlo para algunas personas, pero no es mi caso. Concibo la literatura como una faceta más de la vida, no como la vida misma. Mi familia es lo primero para mí. Si tuviera que elegir entre ambas cosas dejaría la literatura sin titubear. He vivido muchos años sin volcarme en la escritura, pero no sé cuánto tiempo sobreviviría sin mi familia.



¿Se basó en alguna experiencia para escribir Fósforo?

En muchas y en ninguna. Es difícil reconocer todas las deudas culturales que uno va contrayendo en la vida. Lees libros y tebeos, ves la televisión, vas el cine, escuchas la radio... Son demasiadas influencias como para poder separarlas con claridad. Yo me siento deudor de El libro de la selva, de Tarzán, de Robinsón Crusoe, de Soy leyenda, de Jeremiah Johnson (la película que protagonizaba Robert Redford) y de tantos y tantos iconos en los que el ser humano se queda sólo e indefenso ante la adversidad. Bien pensado, parece un ejercicio de sadismo contra el personaje: llega el escritor y lo abandona a su suerte en el peor de los panoramas posibles (en muchas ocasiones sin final feliz). ¡Hay que tener mala entraña!



¿Quién lee sus libros antes de sacarlos a imprenta?

Primero, mi mujer, después mi hermana y mi hija mayor (si tiene tiempo) y, por último, alguna otra persona ajena a la familia que considere que tiene criterio. Normalmente lo hacía la catedrática de filología Ana María Vigara Tauste. Desgraciadamente, nos ha dejado. Una verdadera lástima.


¿Cómo puede desarrollar de una manera tan real al personaje principal de Fósforo, rodeado de soledad y sin memoria?

No tengo ni la más remota idea. Cuando empecé a escribir Fósforo sólo sabía que un tipo indefinido deambulaba extraviado por un Madrid desierto. A partir de ahí pensé en qué haría yo en una situación semejante y se me ocurrieron un par de cosas. Pero después de algunas páginas (y lo que voy a decir no es un tópico de escritores sabiondos), el personaje empezó a funcionar por su cuenta y riesgo, tomando un carácter que yo no había prefigurado. Sin pretender ser pedante, puedo decir que el personaje me obligó a llevar la novela por derroteros imprevistos. Si alguien me hubiera dicho cuál sería el final de la novela habría pensado que estaba de broma. Sobre lo que sí me documenté, y a fondo, fue sobre el funcionamiento de la memoria; mejor dicho, sobre las disfunciones de la memoria. ¡Madre mía! ¡Cuando leí algunos de los libros del doctor Oliver Sacks me pareció que los problemas cerebrales de mi protagonista eran menos que insignificantes! Las malas pasadas de la memoria humana pueden ser infinitas, y mucho más descabelladas de lo que podamos imaginar. Aterroriza pensarlo. También intenté buscar un tipo físico para apoyar el personaje. Entonces me acordé de un actor y director de cine español (con el que casualmente he tenido mucho trato después de la publicación de la novela) cuyo aspecto me venía que ni pintado para el protagonista. No voy a desvelar el nombre del mismo por no suplantar la imaginación del lector. Sólo diré que se sorprendió muchísimo cuando se lo dije. Aparte de todo, incido otra vez en lo que decía: los personajes se construyen a sí mismos con un poco de ayuda del escritor (pero sólo con un poco).



¿Qué es lo más difícil de escribir?

Ponerse a ello. Tienes la idea de lo que quieres escribir en la cabeza, pero en cuanto que tienes que redactar la primera frase empiezan las dudas y eres consciente de que una cosa es el núcleo de lo que quieres expresar y otra muy distinta la expresión misma. Una vez que has conseguido un comienzo satisfactorio ruedas mucho mejor, el propio texto tira de ti.



¿Cuánto gana con cada libro?

¡Una fortuna! Como máximo un euro y medio por ejemplar, y eso sin descontar el porcentaje de hacienda. Lo que digo, una fortuna. Tanto es así que estoy pensando en retirarme.



¿Tuvo un amigo imaginario cuando era pequeño?
La verdad es que no. Es más, a pesar de que en Fósforo el amigo imaginario es el eje principal de la trama, en la vida real no he acabado nunca de entender ese proceso mental. Soy consciente de que es un hecho relativamente extendido entre los niños (y los no tan niños), pero para mí, insisto, es algo incomprensible. Así son las cosas. La vida y la literatura son realidades distintas. Quizá sea ésa una de las utilidades de la novela, comprender en la ficción lo que te resulta incomprensible en la realidad. En resumidas cuentas: hacer verosímiles o creíbles las invenciones del autor de turno. Una película divertida y nada trágica sobre el tema es El invisible Harvey, en la que un joven James Stewart convive con un puka, un conejo gigante e invisible en el que nadie cree. No es que sea lo mismo que un amigo imaginario, pero se le parece bastante. Merece la pena verla.

¿Le gusta más escribir o dar clase?
Escribir, no cabe duda. Dar clase en las condiciones que lo hacemos es agotador, te deja con las energías justas para el resto del día. Y es una pena porque, en teoría, debería ser una actividad gratificante al cien por cien. ¿Cuánta gente puede disponer de un auditorio fijo en el que desplegar sus conocimientos y sentirse útil de verdad? En teoría, repito, debería ser la tarea más aduladora del ego del mundo, pero es justo al contrario. Escribir, sin duda.

¿Por qué casi siempre hay muertos en sus relatos?
Buena pregunta de la que no conozco la respuesta exacta, pero sí la aproximada. Puede ocurrir que sea un asesino en potencia o, más bien, un justiciero reprimido. Sí, creo que por ahí van los tiros.

¿Playa o montaña?
Depende de la temperatura, porque odio el calor. En principio, montaña. Pero, ¿qué tal las playas del norte? Por otro lado, si es posible hacer algo de submarinismo, puedo transigir con el bochorno.

¿Qué tiene de bueno escribir?
Eso varía con la persona que escribe. A algunos les sirve de terapia, a otros de suplantación de la vida y a otros quién sabe para qué. Para mí tiene de bueno que me siento todopoderoso, una especie de diosecillo dueño de sus palabras.

¿Cuál es la crítica más dura que le han hecho de Mandala y otros relatos en primera persona?
Sin duda la de una persona que me dijo que el libro le había dejado absolutamente frío. Vamos, que los relatos no le habían hecho ni fu ni fa. Y no era ningún estúpido.

¿Y la más elogiosa?
La de una lectora a la que los cuentos le entusiasmaron tanto que me pidió que le pasara los demás relatos que tuviera, aunque no estuvieran publicados o fueran sólo borradores. Eso anima mucho. Y tampoco era ninguna estúpida.

¿Cuál era su asignatura favorita cuando estudiaba?
Varió con la edad. De crío me encantaban las ciencias naturales y el francés. Después fui creciendo y pasé a amar la historia, la literatura y la filosofía. Las matemáticas y la física también me gustaban, y me siguen gustando muchísimo, pero tenía una paradójica cualidad para suspenderlas siempre. Como la vida misma.

¿Come carne de caballo?
Alguna vez la he comido, pero me da mal rollo. No me hace gracia tomar cierto tipo de alimentos.

-Gymnasium Alpenstrasse de Biel-

¿Qué es lo que más le comentan de Fósforo?
Me comentan mucho que es una novela de difícil lectura, sobre todo por los saltos temporales. También me dicen que es demasiado triste o demasiado derrotista. Afortunadamente, también hay gente que me dice que se ríe bastante con los diálogos. Un poco de todo.

¿Practica algún deporte?
En este momento, ninguno. Monto en bicicleta o esquío esporádicamente. Pero cuando era más joven practicaba de todo: balonmano, baloncesto, frontón, tenis de mesa, etc., etc.

¿Y lo más curioso que le han dicho sobre Fósforo o Mandala y otros relatos en primera persona?
Lo más curioso que me han dicho de Fósforo es que hablo demasiado de “caca” (literal). Vamos, que es demasiado escatológica. De Mandala… que quedaba claro que el autor estaba repleto de fijaciones. Que cada uno lo interprete como quiera.

¿Le gustan los animales? Siempre salen en sus libros.
Me gustan mucho. De hecho, soy de esas personas que se traga los documentales de naturaleza con auténtico deleite (y no me duermo cuando los veo).

¿Por qué sale tanto Suiza en sus libros?
Soy una persona muy empática con lo que me rodea. Si vivo en Suiza, sale Suiza en lo que escribo. Si viviera en Groenlandia, saldría Groenlandia. No me veo escribiendo sobre entornos alejados físicamente de mí mismo, pero nunca se sabe. La vida y la literatura son cajas de sorpresas.

¿Qué es lo que más miedo le da de escribir?
Primero, empezar a escribir y, una vez terminada la obra, no estar seguro de haberlo hecho bien. Muchas veces es uno mismo el peor crítico de lo que hace. Supongo que será miedo a hacer el ridículo. Ese sentimiento también cambia con los días. Hay ocasiones en que sientes que has escrito un montón de basura y otras en que te relees y experimentas un subidón de orgullo. Y, sin duda, sin duda, sin duda, el vacío o “la seca”, que es como se conoce en la jerga de los escritores a quedarse sin ideas, sin recursos o sin impulso para seguir escribiendo. “La seca” no es que me dé miedo, es que me aterroriza. Y eso que ya he dicho que no me importaría lo más mínimo dejar de escribir. Pero es que la sequía narrativa suele aparecer cuando deseas comenzar un nuevo proyecto. ¡Lagarto, lagarto!

¿Necesita realmente escribir?
En términos absolutos, no. Podría pasar el resto de mi vida sin hacerlo. Eso no quita para que siga escribiendo. Lo que quiero decir es que no me voy a morir al día siguiente si suspendo definitivamente los quehaceres narrativos. Pero la respuesta sólo vale para el momento de la pregunta. Mañana podría ser diferente.

¿Qué le sorprende de las preguntas o comentarios de los lectores?
Muchísimas cosas, pero sobre todo la costumbre que tienen algunos de confundir texto y autor. Mucha gente tiende a pensar que lo que escribe el narrador es pura autobiografía. A mí me han llegado a preguntar cosas tan raras como si he estado en la cárcel. Es cierto que para la construcción de las historias es casi imposible no tirar de lo vivido, pero de ahí a que todo sea autobiográfico media un mundo.

¿Cuál es su comida preferida?
Soy un glotón y mi espectro de comidas preferidas es amplísimo: bonito con tomate, garbanzos con aceite, curry y limón, judías pintas con arroz, gazpacho, berenjenas en vinagre (o fritas, o al horno, o rebozadas, o...), queso feta, jamón del bueno, filetazos, melones, sandías, mangos, piñas... Creo que salvo los huevos cocidos y alguna que otra cosilla más, me gusta todo.

La idea de escribir Fósforo, ¿fue anterior o posterior a su primer libro?
La idea de escribir Fósforo, tal y como cuento en el prólogo, me viene desde la infancia. Ahora bien, una cosa es la intención de escribir el libro y otra el hecho de ponerse a ello, que fue muy posterior (en concreto, en 2006). Mi primer libro fue La utopía terrenal, un ensayo de más de 600 páginas sobre los Testigos de Jehová que me fue utilísimo para perfeccionar el estilo. Cogí mucha soltura. Después escribí Fósforo y, más tarde, Mandala y otros relatos en primera persona. Publiqué éste antes que Fósforo por motivos editoriales que no estaban en mi mano.
 


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www.editorialdilema.com/autor.asp?aut=701



FÓSFORO





     Acosado por los peligros externos y la debilidad mental, un hombre vagabundea en un Madrid desierto y desolado a la busca de su identidad perdida.
     Tras la publicación de Mandala y otros relatos en primera persona, Agustín Izquierdo Alberca nos vuelve a deleitar con Fósforo, una coherente y sobrecogedora parábola sobre el futuro cercano. A medio camino entre la sociología-ficción y el realismo más estricto, Fósforo explora con maestría los sentimientos elementales del individuo aislado, su margen de sufrimiento y su capacidad de renuncia. Contrariamente a otras novelas del género, en Fósforo la intriga continuada no es más que un elemento secundario al servicio del análisis de la tragedia humana, una tragedia en la que, como apunta su autor, nada es lo que parece.



PRÓLOGO

     "Tardé más dos años en redactar el texto final de Fósforo, pero el guión del mismo lo tenía en la cabeza desde muy pequeño. Con diez u once años tomé la costumbre de imaginar qué haría en una selva virgen o en una ciudad deshabitada si me encontrara absolutamente solo (o mal acompañado). Solía pensar en ello únicamente en la cama, cuando por algún motivo no podía conciliar el sueño. Me entretenía mucho. Supongo que serían los efectos de ver películas de Tarzán o de leer tebeos y cuentos sobre Robinsón Crusoe. Todos fantaseamos, tanto de niños como de mayores, y me imagino que ustedes también. De hecho, si ahora tienen un libro en sus manos es porque están buscando algo imaginativo con lo que distraerse. Lo que quiero decir es que en esta novela hay mucho de mí mismo y de mis obsesiones. Me emociona la idea de imaginar un mundo vacío de seres humanos. Me libra de golpe de todas las miserias que el prójimo es capaz de infligirte. No soy un misántropo ni un enfermo social. Tampoco soy un tipo gris, aburrido o poco comunicativo. No es así. En general, paso por ser una persona animada y con bastante sentido del humor. Lo que ocurre es que sólo tengo confianza en un puñado de mis semejantes. Leo los periódicos, escucho la radio o veo la televisión y la moral se me desploma al instante. Así que pensar en un mundo libre de primates superiores me alivia más de lo que puedan imaginarse. Hasta los chimpancés me disgustan. Se parecen demasiado a nosotros. O nosotros a ellos.
     Con esta novela no estoy tratando de dar malas ideas a nadie. Lo que de verdad me importa es la peripecia interior del protagonista. El resto son excusas para poder contar algo coherente. Necesitaba un marco de circunstancias para mi personaje y no era fácil conseguir el realismo necesario. Eso es todo. Y tampoco hay que tomarse demasiado en serio las dataciones. Algo había que poner. Lo malo que tienen las fechas es que caducan enseguida, normalmente al día siguiente. Supongo que si la novela es buena, dará igual. Eso ya lo decidirán ustedes. Lo mismo pasó con obras tan reputadas como las de Orwell, Verne o H. G. Wells, y ahí siguen, vivitas y coleando a pesar de los anacronismos.
     El subgénero de los entornos apocalípticos en los que el individuo queda expuesto a su suerte está de moda. Es tan antiguo como cualquier mito, pero sigue funcionando. En realidad, siempre ha funcionado. ¿Por qué? Supongo que porque encarna la metáfora perfecta del ser humano: soledad, incomunicación, lucha, crueldad, egoísmo y todos sus contrarios a la vez. En este sentido simbólico, y aunque ya he hablado de Tarzán y de Robinsón, a mí me fascinó la historia de Soy leyenda, de Richard Matheson (y, como no, El último hombre vivo, la terrorífica versión cinematográfica que protagonizaba Charlton Heston). Desde entonces he leído bastantes novelas que se desarrollan en un ambiente similar, la última La carretera, de Cormac McCarthy. Todas ellas tienen, por obligación, un montón de lugares comunes. A saber: cómo se las ingenian los personajes para conseguir comida, ropa o medicinas, cómo se defienden de los peligros, cómo combaten sus ansiedades, sus temores, sus paranoias, etc., etc. Ya saben, las cuestiones básicas de la supervivencia (al fin y al cabo el ser humano es un mero superviviente de la cotidianidad. ¿No opinan ustedes lo mismo?). Así que ciertas coincidencias se dan por supuesto. Tan por supuesto como que en las novelas del oeste salen ranchos, indios y gente subyugada por el poder de las armas de fuego. Por eso, cuando se recorren caminos tan transitados, es necesario que la historia sea lo suficientemente interesante como para que el lector no piense que ya la ha leído un centenar de veces. Yo he optado por darle un toque genuinamente hispánico a la narración y derivar la trama por un sendero poco previsible. Las cosas no siempre son lo que parecen.
     Espero que Fósforo no traicione las expectativas de nadie. Eso sí, aunque he pretendido que se rían de vez en cuando, puedo asegurarles que la historia no tiene ni un pelo de gracia. Ni un pelo."

Nº páginas: 306 
Editorial: Dilema-Manakel
Madrid, 2011




MANDALA Y OTROS RELATOS 
EN PRIMERA PERSONA

http://www.editorialdilema.com/art.asp?sec=1&sub=111&art=2326


 

     Las siete historias que componen este volumen alteran la realidad más cercana y acompañan al lector hasta los sutiles márgenes que separan lo verosimil de lo delirante. Mandala y otros relatos en primera persona combina la intriga, la ironía y el drama con las paradojas perennes de la naturaleza humana.
     ¿Puede un dibujo budista redimir el alma de un delincuente?¿Puede un animal salvaje convertirse en mediador matrimonial?¿Son lícitos todos nuestros hábitos alimenticios?¿Dónde terminan las fronteras del ecologismo sensato? Es la vida diaria la que nos redime y la que nos condena, la que nos permite escoger y la que nos fuerza a desviarnos en contra de nuestros deseos más íntimos.
     Agustín Izquierdo Alberca conduce al lector por los laberintos de lo cotidiano y empuja a los personajes a asumir las complejas emociones de su semejantes. En definitiva, un auténtico derroche de imaginación en el que la confesión y el diálogo se arropan con un lenguaje fluido y directo. Siete relatos frescos, inquietantes y de final imprevisible.

Nº páginas: 172
Editorial: Dilema-Manakel
Madrid, 2009