V. S. Naipaul
ENTRE LOS CREYENTES (II)
Barcelona, 2010, Debate.
“En el esquema fundamentalista, el mundo declina constantemente y hay que recrearlo sin cesar. La única función del intelecto consiste en contribuir a esa recreación. Reinterpreta los textos y restablece el precedente divino, de modo que la historia ha de servir a la teología, el derecho es independiente del concepto de equidad y el saber independiente del saber. La doctrina tiene sus atractivos. Para un estudiante de la Universidad de Karachi, quizá de familia campesina o provinciana, la vieja doctrina se entiende más fácilmente que cualquier disciplina académica de reciente creación, de modo que el fundamentalismo arraiga en las universidades, y negar la cultura puede llegar a considerarse lo realmente culto. En los tiempos del esplendor musulmán el islam se abrió a los conocimientos del mundo. En la actualidad, el fundamentalismo proporciona un termostato intelectual, a baja temperatura. Iguala, consuela, resguarda y protege.
De esta manera, la fe lo invade todo, y es posible comprender a qué se refieren los fundamentalistas cuando aseguran que el islam es un modo de vida completo, pero lo que se dice del islam también es cierto, y quizá más cierto, de otras religiones, como el hinduismo, el budismo o religiones tribales menores que en una primera etapa de su historia eran también culturas plenas, independientes y más o menos aisladas, con instituciones, costumbres y creencias que formaban un todo.
El deseo del islam fundamentalista consiste en intentar volver a ese todo, para ellos un todo divino, pero con la fe como único instrumento: el credo, las prácticas y los ritos religiosos. Es como un deseo, la supresión o limitación del intelecto y la falsificación del sentido histórico, de intentar volver de los abstracto a lo concreto y de erigir de nuevo las barreras tribales. Supone tratar de recrear algo como una ciudad-estado o comunidad tribal que, salvo en la fantasía teológica, jamás existió.” (pp. 206-207)
“-Cuando estaba en la aldea, la atmósfera era totalmente distinta. Sales de la aldea. Ves las luces brillantes, empiezas a notar la civilización materialista que te rodea. Y yo me olvidé de mi religión y de mis obligaciones, en el sentido de que hay que rezar. Pero no hasta el extremo de hacer cosas malas como ir con chicas, beber, jugar y tomar drogas. No perdí mi fe. Solo se me olvidó rezar, se me olvidaron las responsabilidades. Me perdí. No tenía nada firme en mi esquema. Simplemente andar por ahí, sin saber qué camino seguir.” (p. 278)