domingo, 20 de enero de 2013

Javier Tomeo
AMADO MONSTRUO
Barcelona, 2002, Anagrama.


“Tampoco aquel chico (sigue contándome) había trabajado nunca, pero, a diferencia de lo que le sucede a usted, no tenía el menor deseo de empezar. Le pedí que me diese una razón válida que pudiese justificarle y dijo que podía darme no sólo una, sino cien mil, pero que la principal de todas ellas era su condición de hombre-tortuga, que le obligaba todo el día a permanecer sin salir de su casa, del mismo modo que las tortugas de verdad permanecen siempre en la suya. Todo eso me lo dijo seriamente, lo supe desde el primer momento porque hace ya mucho tiempo que aprendí a reconocer a los listillos que pretenden tomarme el pelo o, por lo menos, desconcertarme con sus respuestas. Comprenderá usted que aquel muchacho estaba absolutamente chiflado. Le pregunté siguiéndole la corriente, por qué pensaba que era una tortuga y me dijo que desde niño se sentía fascinado por esos animales y que cuando iba a la escuela no podía resistir el impulso de esconder la cabeza entre los hombros para sacarla después muy lentamente, alargando el cuello milímetro a milímetro y fijando una mirada hipnótica en el compañero de clase que tenía más cerca. ¿Qué puede hacerse en esos casos? Nada. Inclinarse respetuosamente ante los insondables misterios del alma humana.” (pp. 18-19)