Montero Glez
MANTECA COLORÁ
Madrid, 2005, Taller de Mario Muchnik.
“Por si no lo he dicho antes, estamos hablando de Conil de la Frontera, un pueblo marinero situado en la región más antigua y más ofendida de occidente: la costa gaditana. El pueblo no es muy grande y, visto de lejos, se asemeja a un brochazo blanco sobre la playa que llaman de los Bateles. Sin embargo, a la noche, recién encendidas las casas, guarda cierto parecido con un belén navideño de los tiempos de Augusto, no haciendo falta que sea época de villancicos para que el milagro acontezca. Ocurre en todas las épocas del año, incluso en las de verano, con sus noches de brisa agradable y sardinita a la plancha, siendo en tan candente estación cuando el Nacimiento puede verse al completo. No faltan ni las luces de mentiras ni las estrellas de purpurina, ni tampoco los camellos ni sus tabernas brillando a lo lejos.” (pp. 22-23)
“El coronel Peralta tenía todo el aspecto de un sapo al que hubiesen inflado más de la cuenta y por el culo. Si le mirabas de perfil, su panza era igual a la de los botijos. Y si le contemplabas del revés, sus nalgas tenían la misma consistencia de los cuartos traseros de un cochino al que, en lugar de maíz o bellota, hubiesen cebado con trapos.” (p. 81)
“Otro elemento bueno era el Moquillo. El apodo le venía porque cuando saludaba lo hacía con un apretón de mano. Esto último no tendría nada en especial si no fuera porque en la palma siempre llevaba un moco crudo. El citado individuo era, además de guarreras, un tipo sin ningún escrúpulo a la hora de llevarse por delante a quien fuese. Capaz de meterle fuego a un orfanato sólo por darse lumbre, el Moquillo trabajaba como soplón de la policía desde que cumplió edad penal y era de un servilismo viscoso en su trato con la Guardia Siví.” (p. 107)
MANTECA COLORÁ
Madrid, 2005, Taller de Mario Muchnik.
“Por si no lo he dicho antes, estamos hablando de Conil de la Frontera, un pueblo marinero situado en la región más antigua y más ofendida de occidente: la costa gaditana. El pueblo no es muy grande y, visto de lejos, se asemeja a un brochazo blanco sobre la playa que llaman de los Bateles. Sin embargo, a la noche, recién encendidas las casas, guarda cierto parecido con un belén navideño de los tiempos de Augusto, no haciendo falta que sea época de villancicos para que el milagro acontezca. Ocurre en todas las épocas del año, incluso en las de verano, con sus noches de brisa agradable y sardinita a la plancha, siendo en tan candente estación cuando el Nacimiento puede verse al completo. No faltan ni las luces de mentiras ni las estrellas de purpurina, ni tampoco los camellos ni sus tabernas brillando a lo lejos.” (pp. 22-23)
“El coronel Peralta tenía todo el aspecto de un sapo al que hubiesen inflado más de la cuenta y por el culo. Si le mirabas de perfil, su panza era igual a la de los botijos. Y si le contemplabas del revés, sus nalgas tenían la misma consistencia de los cuartos traseros de un cochino al que, en lugar de maíz o bellota, hubiesen cebado con trapos.” (p. 81)
“Otro elemento bueno era el Moquillo. El apodo le venía porque cuando saludaba lo hacía con un apretón de mano. Esto último no tendría nada en especial si no fuera porque en la palma siempre llevaba un moco crudo. El citado individuo era, además de guarreras, un tipo sin ningún escrúpulo a la hora de llevarse por delante a quien fuese. Capaz de meterle fuego a un orfanato sólo por darse lumbre, el Moquillo trabajaba como soplón de la policía desde que cumplió edad penal y era de un servilismo viscoso en su trato con la Guardia Siví.” (p. 107)