martes, 15 de febrero de 2022

Emmanuel Carrère
LIMÓNOV (I)
Barcelona, 2013, Anagrama.



“Existía la literatura oficial. Los ingenieros del alma, como Stalin había llamado un día a los escritores. Los realistas-socialistas, fieles a esta línea. La cohorte de los Shólojov, Fadiéiev, Símonov, con apartamentos, dachas, viajes al extranjero, acceso a las tiendas para las jerarquías del partido, obras completas encuadernadas, con tiradas de miles de ejemplares y coronadas por el Premio Lenin. Pero estos privilegiados no lo tenían todo. Lo que ganaban en confort y seguridad lo perdían en amor propio. En los tiempos heroicos de la construcción del socialismo, todavía podían creer en lo que escribían, estar orgullosos de lo que eran, pero en la época de Brézhnev, del estalinismo blando y la nomenklatura, estas ilusiones ya no eran posibles. Sabían bien que servían a un régimen podrido, que habían vendido su alma y que los demás lo sabían. Solzhenitsyn advirtió los remordimientos de todos ellos: uno de los aspectos más perniciosos del sistema soviético es que si no eras un mártir no podías ser honesto. No podías enorgullecerte de ti mismo. Si no estaban completamente embrutecidos o no eran unos cínicos, los escritores oficiales se avergonzaban de lo que hacían, de lo que eran. Se avergonzaban de escribir en Pravda grandes artículos denunciando a Pasternak en 1957, a Brodsky en 1964, a Siniavski y Dániel en 1966, a Solzhenitsyn en 1969, siendo así que en el secreto de su corazón les envidiaban. Sabían que eran ellos los grandes héroes de su tiempo, los grandes escritores rusos a los que el pueblo se acerca a preguntarles, como a Tolstói en el pasado: «¿Qué está bien? ¿Qué está mal?». Los más abúlicos suspiraban que si sólo hubiera dependido de ellos habrían seguido estos ejemplos apasionantes, pero claro, tenían familia, hijos que cursaban largos estudios, todas las excelentes razones para colaborar que tiene cada cual para no militar en las filas de la disidencia. Muchos se alcoholizaban, algunos como Fadiéiev se suicidaban.” (pp. 92-93)
Javier Marías
TOMÁS NEVINSON (II)
Barcelona, 2021, Alfaguara.


“-Las personas, los individuos, sí se cansan del odio. Pasa el tiempo, se les desdibuja la causa que lo originó y les cuesta seguir sintiéndolo con la intensidad del principio. Están solos con ello, y hay que ser muy disciplinado para azuzarse a uno mismo a diario. Antes o después se olvidan y se vuelven perezosos, pasivos. Las organizaciones no. No olvidan ni perdonan nada, porque siempre hay miembros que mantienen la llama viva mientras otros reposan y se desentienden o envejecen, y que la entregan a tiempo sin permitir que se apague. Lo mismo que algunas familias a sus vástagos, de generación en generación indefinidamente. Para eso se crean, por eso son tan difíciles de combatir y por eso perduran, a veces siglos para la desesperación del mundo. Cuanto más despersonalizado un grupo, menos reflexivo y más sordo y ciego, más granítico y más fanático. Hay algo religioso en todos ellos, heredan enemigos y veneraciones y creencias que jamás cuestiona nadie, esa es su fuerza. Una fuerza estúpida pero inmensa, porque la razón no le hace mella.” (pp. 134-135)
Lawrence M. Krauss
UN UNIVERSO DE LA NADA
Barcelona, 2013, Pasado y Presente.


“Por descontado, la razón de ser de los milagros son los actos sobrenaturales. A fin de cuentas, son precisamente lo que se salta las leyes de la naturaleza. Es de suponer que un dios capaz de crear las leyes de la naturaleza también se las puede saltar a voluntad. Aunque ¿por qué se las saltaban tan a menudo hace miles de años, antes de que se inventaran los modernos instrumentos de comunicación, que podrían haber dejado constancia del hecho, y sin embargo en la actualidad ya no ocurre así? Aún vale la pena seguir considerando esta cuestión.” (p. 178)

“La ciencia, simplemente, nos obliga a revisar qué es lo razonable para así acomodarnos al universo, y no al revés.” (p. 189)

“Sin ciencia, todo es un milagro. Con la ciencia, queda la posibilidad de que nada lo sea. La creencia religiosa, en este caso, se vuelve cada día menos necesaria y también menos relevante.“ (p. 227)

Javier Marías
TOMÁS NEVINSON (I)
Barcelona, 2021, Alfaguara.



“Tal vez sea eso mismo lo que lleva a algunos individuos a matar una y otra vez, porque sólo la ocupación en un nuevo crimen borra momentáneamente los anteriores, la plena dedicación, los cinco sentidos puestos en ello, los planes y la ejecución. Lo he pensado a menudo cuando he tratado de explicarme qué conduce a esas mujeres y hombres -muchos más hombres, desde luego- a la reincidencia innecesaria. Creo que la acumulación produce un efecto anestesiante, o acaso es narcotizante: para quienes conservan un rastro de conciencia, es más llevadero cargar con un montón de muertos que con uno o dos tan sólo, porque llega un momento en que esa conciencia no sabe atender a las cantidades enormes, su capacidad no es ilimitada, y se dispersa y se abruma y se desentiende. Quien hace que la gente muera como ganado no tiene tiempo para distinguirla ni para bajar persianas una a una, y así esa gente se le difumina, adquiere visos de irrealidad, pasa a ser número y carne, y cuanto más alto el número y más pesada la carne, más se entumece y se ve desbordado el sentimiento de culpa, y acaba desapareciendo al no dar abasto. Agregar y agregar, seguramente es la sola salida que les queda a los asesinos de masas, sean dictadores, terroristas, ministros que declaran guerras superfluas o generales que los aconsejan y azuzan.” (p. 68)