Juan Eslava Galán
TARTESSOS Y OTROS ENIGMAS DE LA HISTORIA
Barcelona, 1994, Planeta.
“LAS PINTURAS RUPESTRES DE ZUBIALDE
En diciembre de 1990 un excursionista llamado Serafín Ruiz Selfa descubrió pinturas rupestres prehistóricas en una cueva de Zigoitia, Álava. Eran veinte figuras de animales, medio centenar de signos y algunas manchas de difícil interpretación. Por las trazas, las pinturas podían fecharse hacia el año 10000 a. de C. La prensa echó las campanas al vuelo y se comenzó a hablar de la capilla sixtina del arte rupestre, un título que antes se reservaba a las maltratadas cuevas de Altamira.
Lógicamente la comunidad científica internacional se interesó por la cueva y dos expertos del Museo Británico, Jill Cook y Peter Ucko, pusieron en duda su autenticidad, como en su tiempo otros especialistas franceses habían dudado de la de las pinturas de Altamira. Se decidió someter el hallazgo a exhaustivos análisis tipológicos, artísticos, físicos, químicos, geológicos, sedimentológicos y de pigmentos con la colaboración de distintos equipos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del laboratorio del Louvre, de la Universidad de Zaragoza y del laboratorio de la Policía Vasca. Puede decirse que los mejores especialistas de Europa pertrechados con los medios más modernos, microfotografía computerizada incluida, se pusieron al servicio de la verdad.
Las pinturas de Zubialde resultaron ser tan falsas como una moneda de corcho. La falsificación se delataba por ciertos errores y arrepentimientos de las pinturas, por vestigios de esponjas sintéticas encontrados en ellas y por el uso de nueve clases de pigmentos rojos y negros. Además Serafín Ruiz, el presunto descubridor, había realizado dos series de diapositivas de las pinturas con siete meses de diferencia y en la segunda serie aparecían retoques y signos que no figuraban en la primera.
En total se habían invertido veintiún millones de pesetas en descubrir la falsificación. Con todo, el diputado de cultura responsable de la operación se mostraba satisfecho puesto que «no nos han engañado gracias a un estudio que marca un antes y un después en las investigaciones de arte rupestre». El que no se conforma es porque no quiere.” (pp. 222-223)