Mario Vargas Llosa
EL SUEÑO DEL CELTA
Madrid, 2010, Alfaguara.
“-Todo es por su bien, claro que
sí –añadió Stanley, con un movimiento de cabeza hacia la ronda de cabañas
cónicas del caserío a cuyas orillas se levantaba el campamento-. Vendrán
misioneros que los sacarán del paganismo y les enseñarán que un cristiano no
debe comerse al prójimo. Médicos que los vacunarán contra las epidemias y los
curarán mejor que sus hechiceros. Compañías que les darán trabajo. Escuelas
donde aprenderán los idiomas civilizados. Donde les enseñarán a vestirse, a
rezar al verdadero Dios, a hablar en cristiano y no en esos dialectos de monos
que hablan. Poco a poco reemplazarán sus costumbres bárbaras por las de seres
modernos e instruidos. Si supieran lo que hacemos por ellos, nos besarían los
pies. Pero su estado mental está más cerca del cocodrilo y del hipopótamo que
de usted o de mí. Por eso, nosotros decidimos por ellos lo que les conviene y
les hacemos firmar esos contratos. Sus hijos y nietos nos darán las gracias. Y
no sería raro que, de aquí a un tiempo, empiecen a adorar a Leopoldo II como
ahora adoran a sus fetiches y espantajos.” (p. 43)
“-La maldad la llevamos en el
alma, mi amigo –decía, medio en broma, medio en serio-. No nos libraremos de
ella tan fácilmente. En los países europeos y en el mío está más disimulada,
sólo se manifiesta a plena luz cuando hay guerra, una revolución, un motín.
Necesita pretextos para hacerse pública y colectiva. En la Amazonía, en cambio,
puede mostrarse a cara descubierta y perpetrar las peores monstruosidades sin
las justificaciones del patriotismo o la religión. Sólo la codicia pura y dura.
La maldad que nos emponzoña está en todas partes donde hay seres humanos, con
las raíces bien hundidas en nuestros corazones.” (p. 298)