En este espacio encontrarás información sobre todas mis publicaciones: NARRATIVA, EDUCACIÓN, HISTORIA Y ANTROPOLOGÍA.
A FAVOR DEL PENSAMIENTO LIBRE
jueves, 25 de diciembre de 2014
Isaac Asimov
HISTORIA DE LOS EGIPCIOS
Madrid, 1993, Alianza Editorial.
HISTORIA DE LOS EGIPCIOS
Madrid, 1993, Alianza Editorial.
“Cuando un pueblo guerrero habituado a vivir en una ruda simplicidad, conquista y ocupa una región civilizada, rápidamente se acostumbra a la comodidad y al lujo y cada vez se vuelve más renuente a complicarse la vida con las dificultades y penalidades de la vida militar. En pocas palabras, cesa de ser guerrero. (Con frecuencia, los historiadores tienden a considerar dicha pérdida del gusto por la guerra como un signo de «decadencia», como si hubiese algo despreciable en no ser un matón y en no desear participar en asesinatos colectivos. Quizá, por el contrario, deberíamos pensar que cuando se cesa de experimentar placer por la guerra es cuando se comienza a ser civilizado y decente).” (p. 78)
“A partir del reinado de Tutmosis I, durante varios siglos, Tebas se convirtió en la ciudad más grande y más suntuosa del mundo, maravillando a todos los que la contemplaron. No debemos despreciar tal embellecimiento como mera vanagloria (si bien esto es una parte importante), pues una capital tan increíblemente refinada no sólo llena al pueblo de orgullo y de un sentimiento de poder, sino que, al mismo tiempo, desanima a los posibles enemigos, ya que éstos juzgan el poder por la magnificencia. Las ciudades magníficamente embellecidas presentan una «imagen» importante y desempeñan un papel en la guerra psicológica. En la época moderna, Napoleón III embelleció París por esta razón y hace unos años las potencias occidentales han promovido deliberadamente —y, por cierto, con notable éxito— la prosperidad de Berlín Occidental al objeto de minar la moral de la Alemania Oriental.” (p. 86)
“Esta ha sido una trampa en la que han caído repetidamente a lo largo de los siglos naciones prósperas y seguras. Los ciudadanos, ricos y acomodados, no ven ninguna utilidad en soportar la dureza de la vida militar, cuando hay extranjeros ansiosos de hacerlo en su lugar por una paga. Es más sencillo darles un poco de dinero, del que hay gran cantidad, que privarse de tiempo y comodidad, de los que nunca hay bastante. Para los gobernantes, además, los mercenarios son preferibles incluso a los soldados nativos, ya que los primeros pueden enfrentarse con mayor seguridad y sin piedad a los desórdenes internos.
Pero todas sus posibles ventajas son infinitamente inferiores a sus grandes desventajas. En primer lugar, si la nación atraviesa tiempos difíciles y no puede pagar a sus mercenarios, estos soldados pueden saquear alegremente lo que esté a su alcance y provocar mayor terror y peligro en el país que un enemigo invasor. En segundo lugar, cuando los gobernantes comienzan a depender de los mercenarios para sus guerras y de sus guardias de corps, acaban convirtiéndose en instrumentos de estos mercenarios, no pueden dar un paso si aquéllos no lo aprueban y, al final, se ven reducidos a la condición de marionetas o cadáveres. Esto ha sucedido una y otra vez a lo largo de la historia.” (p. 109)
“A partir del reinado de Tutmosis I, durante varios siglos, Tebas se convirtió en la ciudad más grande y más suntuosa del mundo, maravillando a todos los que la contemplaron. No debemos despreciar tal embellecimiento como mera vanagloria (si bien esto es una parte importante), pues una capital tan increíblemente refinada no sólo llena al pueblo de orgullo y de un sentimiento de poder, sino que, al mismo tiempo, desanima a los posibles enemigos, ya que éstos juzgan el poder por la magnificencia. Las ciudades magníficamente embellecidas presentan una «imagen» importante y desempeñan un papel en la guerra psicológica. En la época moderna, Napoleón III embelleció París por esta razón y hace unos años las potencias occidentales han promovido deliberadamente —y, por cierto, con notable éxito— la prosperidad de Berlín Occidental al objeto de minar la moral de la Alemania Oriental.” (p. 86)
“Esta ha sido una trampa en la que han caído repetidamente a lo largo de los siglos naciones prósperas y seguras. Los ciudadanos, ricos y acomodados, no ven ninguna utilidad en soportar la dureza de la vida militar, cuando hay extranjeros ansiosos de hacerlo en su lugar por una paga. Es más sencillo darles un poco de dinero, del que hay gran cantidad, que privarse de tiempo y comodidad, de los que nunca hay bastante. Para los gobernantes, además, los mercenarios son preferibles incluso a los soldados nativos, ya que los primeros pueden enfrentarse con mayor seguridad y sin piedad a los desórdenes internos.
Pero todas sus posibles ventajas son infinitamente inferiores a sus grandes desventajas. En primer lugar, si la nación atraviesa tiempos difíciles y no puede pagar a sus mercenarios, estos soldados pueden saquear alegremente lo que esté a su alcance y provocar mayor terror y peligro en el país que un enemigo invasor. En segundo lugar, cuando los gobernantes comienzan a depender de los mercenarios para sus guerras y de sus guardias de corps, acaban convirtiéndose en instrumentos de estos mercenarios, no pueden dar un paso si aquéllos no lo aprueban y, al final, se ven reducidos a la condición de marionetas o cadáveres. Esto ha sucedido una y otra vez a lo largo de la historia.” (p. 109)
domingo, 21 de diciembre de 2014
Yasmina Khadra
LO QUE SUEÑAN LOS LOBOS
Madrid, 2004, Alianza Editorial.
LO QUE SUEÑAN LOS LOBOS
Madrid, 2004, Alianza Editorial.
"Creía yo que me merecía algo mejor. Tras aquel papelillo que me había adjudicado un cineasta falto de estrellas, no había parado de soñar con la gloria. Pasaba los mejores momentos de mi vida imaginando que triunfaba, que firmaba autógrafos en todas las esquinas, que iba en un descapotable, con la sonrisa más ancha que el propio horizonte y los ojos tan grandes como mi sed de éxito. Nací un día de tormenta y de desplazamiento de tierras, y crecí sin poner nunca en duda las más disparatadas esperanzas. Estaba convencido de que, antes o después, las luces de las candilejas me arrancarían de entre bastidores y me propulsarían al firmamento. En el colegio sólo soñaba en lo que me parecía que era la consagración. Entre castigo y castigo, seguía con la cabeza en las nubes, sin preocuparme por el enojo de mis profesores ni del aprieto en que ponía a mis padres. Yo era el mal estudiante impenitente, el que frecuentaba el fondo de la clase, con un dedo en la nariz y los ojos en blanco, y sólo me sentía en mi elemento tras las murallas de mis quimeras.” (p. 23)
“La mayoría de mis fieles no han tenido tu suerte. Están ahí porque sus padres estaban ahí, antes que ellos. Nacieron musulmanes y no hacen más que perpetuar la tradición. Tú, en cambio, saliste a buscar otra cosa bajo otros cielos. Tenías sueños, ambiciones. Tenías hambre de vida. Y Dios te ha conducido allí donde querías llegar. Para iluminarte. Has conocido el fasto, el poder, la fatuidad. Ahora sabes que esas extravagancias, esa ostentación alborotadora, sólo sirven para camuflar la fealdad de las vanidades, la miseria moral de quienes se niegan a admitir que un bien mal adquirido jamás es provechoso. Ahora sabes lo que es justo y lo que no lo es. Pues la pobreza no consiste en que te falte el dinero, sino en que te falten las referencias.” (p. 91)
[Las cursivas pertenecen a las citas.]
“Volví a bajar hacia el mar para ver capitular al sol. Al llegar a la cala, el día se inmolaba en sus propias llamas, y las olas, a lo lejos, parecían llagas inmensas.” (p. 94)
“La mayoría de mis fieles no han tenido tu suerte. Están ahí porque sus padres estaban ahí, antes que ellos. Nacieron musulmanes y no hacen más que perpetuar la tradición. Tú, en cambio, saliste a buscar otra cosa bajo otros cielos. Tenías sueños, ambiciones. Tenías hambre de vida. Y Dios te ha conducido allí donde querías llegar. Para iluminarte. Has conocido el fasto, el poder, la fatuidad. Ahora sabes que esas extravagancias, esa ostentación alborotadora, sólo sirven para camuflar la fealdad de las vanidades, la miseria moral de quienes se niegan a admitir que un bien mal adquirido jamás es provechoso. Ahora sabes lo que es justo y lo que no lo es. Pues la pobreza no consiste en que te falte el dinero, sino en que te falten las referencias.” (p. 91)
[Las cursivas pertenecen a las citas.]
“Volví a bajar hacia el mar para ver capitular al sol. Al llegar a la cala, el día se inmolaba en sus propias llamas, y las olas, a lo lejos, parecían llagas inmensas.” (p. 94)
Pierre Lemaître
NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA
Barcelona, 2014, Salamandra.
“La penuria es algo muy distinto, te acompaña adondequiera que vayas, empaña tu vida entera, la condiciona por completo, te habla al oído a cada instante, se trasluce en cuanto haces. La escasez es aún peor que la miseria, porque en la indigencia es posible conservar la dignidad, mientras que la estrechez te conduce a la mezquindad, a la racanería, te vuelves tacaño, ruin; te envilece, porque frente a ella es imposible permanecer intacto, mantener el orgullo, el amor propio.” (p. 355)
NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA
Barcelona, 2014, Salamandra.
“La penuria es algo muy distinto, te acompaña adondequiera que vayas, empaña tu vida entera, la condiciona por completo, te habla al oído a cada instante, se trasluce en cuanto haces. La escasez es aún peor que la miseria, porque en la indigencia es posible conservar la dignidad, mientras que la estrechez te conduce a la mezquindad, a la racanería, te vuelves tacaño, ruin; te envilece, porque frente a ella es imposible permanecer intacto, mantener el orgullo, el amor propio.” (p. 355)
Kurt Vonnegut
GALÁPAGOS
Barcelona, 2005, Minotauro.
“Si se me permite insertar una nota personal en este punto: cuando yo estaba vivo, a menudo recibía consejos de mi propio voluminoso cerebro que, en relación con mi propia supervivencia, o la supervivencia de la raza humana, pueden describirse compasivamente como cuestionables. Ejemplo: hicieron que me inscribiera en el Ejército de los Estados Unidos y fuera a luchar a Vietnam.
Un millón de gracias, voluminoso cerebro.” (p. 39)
“Lo que hacía al matrimonio algo tan difícil en ese entonces era, una vez más, el instigador de tantos otros abrumadores dolores: el exceso de tamaño del cerebro. Esa engorrosa computadora podía sostener tantas opiniones contradictorias sobre tantos temas diferentes al mismo tiempo, y deslizarse de una opinión a otra o de un tema a otro con tanta rapidez, que una discusión entre marido y mujer en estado de tensión podía terminar como una lucha entre gente con los ojos vendados sobre patines de ruedas.” (pp. 76-77)
“Hay otro defecto humano que la Ley de Selección Natural todavía no ha corregido: cuando las gentes de hoy tienen la barriga llena, les pasa exactamente como a sus antepasados de hace un millón de años: son muy lentas para reconocer cualquier dificultad terrible en la que puedan encontrarse. (…) A pesar de todas las computadoras, los instrumentos de medición, los recolectores y evaluadores de noticias, los bancos de memorias, las bibliotecas y expertos sobre esto y aquello, los vientres ciegos y sordos seguían siendo los jueces definitivos acerca de la urgencia de este o aquel otro problema, como, por ejemplo, la lluvia ácida que destruía los bosques de América del Norte y Europa.” (pp. 140-141)
“Ése, se me ocurre, era el aspecto más diabólico de los viejos cerebros voluminosos. Solían decir a sus propietarios, en efecto: «He aquí una locura que quizá podríamos hacer. Nunca la haremos, por supuesto, pero resulta divertido pensarlo».
Y entonces, como en estado de trance, la gente realmente lo hacía: obligaban a los esclavos a que lucharan a muerte entre ellos en la arena del Coliseo, o quemaban viva a la gente en la plaza pública por tener opiniones localmente impopulares, o edificaban fábricas cuyo único propósito era matar grandes cantidades de gente, o volaban ciudades enteras, etcétera.” (p. 287)
GALÁPAGOS
Barcelona, 2005, Minotauro.
“Si se me permite insertar una nota personal en este punto: cuando yo estaba vivo, a menudo recibía consejos de mi propio voluminoso cerebro que, en relación con mi propia supervivencia, o la supervivencia de la raza humana, pueden describirse compasivamente como cuestionables. Ejemplo: hicieron que me inscribiera en el Ejército de los Estados Unidos y fuera a luchar a Vietnam.
Un millón de gracias, voluminoso cerebro.” (p. 39)
“Lo que hacía al matrimonio algo tan difícil en ese entonces era, una vez más, el instigador de tantos otros abrumadores dolores: el exceso de tamaño del cerebro. Esa engorrosa computadora podía sostener tantas opiniones contradictorias sobre tantos temas diferentes al mismo tiempo, y deslizarse de una opinión a otra o de un tema a otro con tanta rapidez, que una discusión entre marido y mujer en estado de tensión podía terminar como una lucha entre gente con los ojos vendados sobre patines de ruedas.” (pp. 76-77)
“Hay otro defecto humano que la Ley de Selección Natural todavía no ha corregido: cuando las gentes de hoy tienen la barriga llena, les pasa exactamente como a sus antepasados de hace un millón de años: son muy lentas para reconocer cualquier dificultad terrible en la que puedan encontrarse. (…) A pesar de todas las computadoras, los instrumentos de medición, los recolectores y evaluadores de noticias, los bancos de memorias, las bibliotecas y expertos sobre esto y aquello, los vientres ciegos y sordos seguían siendo los jueces definitivos acerca de la urgencia de este o aquel otro problema, como, por ejemplo, la lluvia ácida que destruía los bosques de América del Norte y Europa.” (pp. 140-141)
“Ése, se me ocurre, era el aspecto más diabólico de los viejos cerebros voluminosos. Solían decir a sus propietarios, en efecto: «He aquí una locura que quizá podríamos hacer. Nunca la haremos, por supuesto, pero resulta divertido pensarlo».
Y entonces, como en estado de trance, la gente realmente lo hacía: obligaban a los esclavos a que lucharan a muerte entre ellos en la arena del Coliseo, o quemaban viva a la gente en la plaza pública por tener opiniones localmente impopulares, o edificaban fábricas cuyo único propósito era matar grandes cantidades de gente, o volaban ciudades enteras, etcétera.” (p. 287)
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