Kurt Vonnegut
GALÁPAGOS
Barcelona, 2005, Minotauro.
“Si se me permite insertar una nota personal en este punto: cuando yo estaba vivo, a menudo recibía consejos de mi propio voluminoso cerebro que, en relación con mi propia supervivencia, o la supervivencia de la raza humana, pueden describirse compasivamente como cuestionables. Ejemplo: hicieron que me inscribiera en el Ejército de los Estados Unidos y fuera a luchar a Vietnam.
Un millón de gracias, voluminoso cerebro.” (p. 39)
“Lo que hacía al matrimonio algo tan difícil en ese entonces era, una vez más, el instigador de tantos otros abrumadores dolores: el exceso de tamaño del cerebro. Esa engorrosa computadora podía sostener tantas opiniones contradictorias sobre tantos temas diferentes al mismo tiempo, y deslizarse de una opinión a otra o de un tema a otro con tanta rapidez, que una discusión entre marido y mujer en estado de tensión podía terminar como una lucha entre gente con los ojos vendados sobre patines de ruedas.” (pp. 76-77)
“Hay otro defecto humano que la Ley de Selección Natural todavía no ha corregido: cuando las gentes de hoy tienen la barriga llena, les pasa exactamente como a sus antepasados de hace un millón de años: son muy lentas para reconocer cualquier dificultad terrible en la que puedan encontrarse. (…) A pesar de todas las computadoras, los instrumentos de medición, los recolectores y evaluadores de noticias, los bancos de memorias, las bibliotecas y expertos sobre esto y aquello, los vientres ciegos y sordos seguían siendo los jueces definitivos acerca de la urgencia de este o aquel otro problema, como, por ejemplo, la lluvia ácida que destruía los bosques de América del Norte y Europa.” (pp. 140-141)
“Ése, se me ocurre, era el aspecto más diabólico de los viejos cerebros voluminosos. Solían decir a sus propietarios, en efecto: «He aquí una locura que quizá podríamos hacer. Nunca la haremos, por supuesto, pero resulta divertido pensarlo».
Y entonces, como en estado de trance, la gente realmente lo hacía: obligaban a los esclavos a que lucharan a muerte entre ellos en la arena del Coliseo, o quemaban viva a la gente en la plaza pública por tener opiniones localmente impopulares, o edificaban fábricas cuyo único propósito era matar grandes cantidades de gente, o volaban ciudades enteras, etcétera.” (p. 287)
GALÁPAGOS
Barcelona, 2005, Minotauro.
“Si se me permite insertar una nota personal en este punto: cuando yo estaba vivo, a menudo recibía consejos de mi propio voluminoso cerebro que, en relación con mi propia supervivencia, o la supervivencia de la raza humana, pueden describirse compasivamente como cuestionables. Ejemplo: hicieron que me inscribiera en el Ejército de los Estados Unidos y fuera a luchar a Vietnam.
Un millón de gracias, voluminoso cerebro.” (p. 39)
“Lo que hacía al matrimonio algo tan difícil en ese entonces era, una vez más, el instigador de tantos otros abrumadores dolores: el exceso de tamaño del cerebro. Esa engorrosa computadora podía sostener tantas opiniones contradictorias sobre tantos temas diferentes al mismo tiempo, y deslizarse de una opinión a otra o de un tema a otro con tanta rapidez, que una discusión entre marido y mujer en estado de tensión podía terminar como una lucha entre gente con los ojos vendados sobre patines de ruedas.” (pp. 76-77)
“Hay otro defecto humano que la Ley de Selección Natural todavía no ha corregido: cuando las gentes de hoy tienen la barriga llena, les pasa exactamente como a sus antepasados de hace un millón de años: son muy lentas para reconocer cualquier dificultad terrible en la que puedan encontrarse. (…) A pesar de todas las computadoras, los instrumentos de medición, los recolectores y evaluadores de noticias, los bancos de memorias, las bibliotecas y expertos sobre esto y aquello, los vientres ciegos y sordos seguían siendo los jueces definitivos acerca de la urgencia de este o aquel otro problema, como, por ejemplo, la lluvia ácida que destruía los bosques de América del Norte y Europa.” (pp. 140-141)
“Ése, se me ocurre, era el aspecto más diabólico de los viejos cerebros voluminosos. Solían decir a sus propietarios, en efecto: «He aquí una locura que quizá podríamos hacer. Nunca la haremos, por supuesto, pero resulta divertido pensarlo».
Y entonces, como en estado de trance, la gente realmente lo hacía: obligaban a los esclavos a que lucharan a muerte entre ellos en la arena del Coliseo, o quemaban viva a la gente en la plaza pública por tener opiniones localmente impopulares, o edificaban fábricas cuyo único propósito era matar grandes cantidades de gente, o volaban ciudades enteras, etcétera.” (p. 287)