Amos Oz
DE REPENTE EN LO PROFUNDO DEL BOSQUE
Madrid, 2006, Siruela.
“Con el tiempo –continuó relatando el hombre–, aprendí también palomán, grillol, ranés, cabrés, pecí y abejino. Y al cabo de unos meses, cuando desaparecí y me fui a vivir solo una vida de niño de las montañas en el bosque, me esforcé en aprender más y más idiomas de animales. No me resultó difícil, porque en las lenguas de los animales hay muchas menos palabras que en las lenguas de las personas, y sólo tienen tiempo presente, no existe pasado ni futuro, y sólo tienen verbos, sustantivos e interjecciones, nada más.” (pp. 96-97)
“Aquí no nos da vergüenza estar desnudos: siempre estamos completamente desnudos debajo de nuestras ropas, lo que pasa es que nos han acostumbrado desde pequeños a avergonzarnos de lo que es verdadero y a enorgullecernos de lo que es falso. Y nos han acostumbrado a no alegrarnos de lo que tenemos, sino a alegrarnos única y exclusivamente de lo que poseemos nosotros y no tienen los demás. Y aún peor, nos han acostumbrado desde pequeños a mantener todo tipo de ideas venenosas que empiezan siempre por las palabras «todo el mundo…»” (pp. 99-100)
DE REPENTE EN LO PROFUNDO DEL BOSQUE
Madrid, 2006, Siruela.
“Con el tiempo –continuó relatando el hombre–, aprendí también palomán, grillol, ranés, cabrés, pecí y abejino. Y al cabo de unos meses, cuando desaparecí y me fui a vivir solo una vida de niño de las montañas en el bosque, me esforcé en aprender más y más idiomas de animales. No me resultó difícil, porque en las lenguas de los animales hay muchas menos palabras que en las lenguas de las personas, y sólo tienen tiempo presente, no existe pasado ni futuro, y sólo tienen verbos, sustantivos e interjecciones, nada más.” (pp. 96-97)
“Aquí no nos da vergüenza estar desnudos: siempre estamos completamente desnudos debajo de nuestras ropas, lo que pasa es que nos han acostumbrado desde pequeños a avergonzarnos de lo que es verdadero y a enorgullecernos de lo que es falso. Y nos han acostumbrado a no alegrarnos de lo que tenemos, sino a alegrarnos única y exclusivamente de lo que poseemos nosotros y no tienen los demás. Y aún peor, nos han acostumbrado desde pequeños a mantener todo tipo de ideas venenosas que empiezan siempre por las palabras «todo el mundo…»” (pp. 99-100)