sábado, 29 de octubre de 2016

Elias Canetti
AUTO DE FE (II)
Barcelona, 2006, Random House Mondadori.



“En el año 213 antes de Cristo y por orden del emperador chino Shih Huang Ti, un brutal usurpador que osó arrogarse los títulos de «Primero, Sublime y Divino», fueron quemados todos los libros de China. Aquel asesino brutal y supersticioso era demasiado inculto para apreciar debidamente el significado de unos libros en cuyo nombre se cuestionaba su tiránico gobierno. Pero su primer ministro Li Ssu, que sí era un hijo de sus propios libros y, por tanto, un despreciable renegado, supo instigarlo, mediante un hábil memorial, a tomar esa inaudita medida. Hasta el simple comentario oral sobre los textos clásicos de la poesía o de la historia chinas se castigaba con la muerte. La tradición oral debía ser abolida al mismo tiempo que la escrita. Sólo se excluyó de la confiscación una escasa minoría de libros, ya podéis imaginaros cuáles: obras de medicina, farmacopea, adivinación, agronomía y arboricultura; vale decir, toda una morralla de manuales prácticos.
(…)
Siempre que leo en algún historiador chino el relato de la gran quema de libros, no dejo de buscar también, en todas las fuentes existentes, el edificante final del asesino de masas Li Ssu. Por suerte ha sido descrito reiteradamente, pues yo necesito verlo morir serrado en dos al menos unas diez veces para recobrar la calma y conciliar el sueño.” (pp. 124-125)
Claudio Magris
NO HA LUGAR A PROCEDER
Barcelona, 2016, Anagrama.



“Fusilarlos a todos, el más joven tiene quince años, el más viejo, ochenta y cuatro, los niños son enviados a Chelmno para ser gaseados, cementerios, casas, huertos incendiados, destruidos, arrasados por los bulldozers. La orden de borrar Lídice del mapa para vengar el asesinato de Heydrich se sigue al pie de la letra, los nazis arrojan puñados de sal sobre el terreno quemado, algún oficial ha estudiado bien a los clásicos y eleva a la pequeña ciudad checa al nivel de la gran Cartago, sobre la que los romanos esparcieron sal. Tiene razón, toda hoguera aunque pequeña es igual a la más grande; es la hoguera, la destrucción, la que confiere a las víctimas, decenas o millones, una grandeza absoluta, las hogueras encendidas en siglos no se apagan jamás, esos cuerpos rodeados que se retuercen en el fuego son eternos.” (p. 143)

“Del cañón no salen sólo balas, sino también historias -historias de quien ha disparado, de quien fue alcanzado, de quien dejó caer el arma-. Sacar brillo al cañón es como frotar la lámpara de Aladino, el genio aparece y tiene muchas historias que contar, historias y figuras de humo.” (p. 218)

"La abuela Deborah sin embargo sí había sido quemada, y también tantos tantos otros, un par incluso por su culpa; quemados por canallas todavía más canallas que aquellos que habían quemado herejes y que aquellos que habían masacrado a los indios, y más canallas que los hijos de Ismael que vendían como esclavos a los hijos de Canaán y más canallas que Samuel, que había maldecido a Saúl porque no quería matar a los niños prisioneros y más canallas que aquellos hijos de Jacob que habían exterminado a todos los siquemitas después de haberlos hecho circuncidar. Por muy canallas que fueran aquellos anteriores al diluvio eran menos terribles que cuantos vinieron después; el Señor debió de empinar un poco el codo como su predilecto Noé cuando los ahogó a todos, evidentemente estaba confuso entre el antes y el después."



Elias Canetti
AUTO DE FE (I)
Barcelona, 2006, Random House Mondadori.



"Todo ser humano necesita una patria, pero no una tal como la entienden algunos patrioteros primitivos, ni tampoco una religión, insulso anticipo de una patria ultraterrena. No, una patria en la que el suelo, el trabajo, los amigos, las diversiones y el propio espacio espiritual confluyan en un todo natural y organizado, en una especie de cosmos personal. La mejor definición de patria es: biblioteca." (pp. 80-81)

“La ceguera es un arma contra el tiempo y el espacio. Nuestra existencia no es sino una inmensa y única ceguera, exceptuando lo poco que nuestros mezquinos sentidos -mezquinos tanto por su naturaleza como por su alcance- nos transmiten. El principio dominante en el cosmos es la ceguera. Permite yuxtaponer una serie de cosas que jamás coexistirían si pudieran verse unas a otras. Permite interrumpir el paso del tiempo cuando uno es incapaz de hacerle frente. ¿Qué es, por ejemplo, una espora enquistada, sino un trozo de vida que se envuelve en una capa de ceguera hasta nueva orden? Para escapar al tiempo, que es un continuum, solo hay un medio: no verlo de vez en cuando. Así lo reducimos a aquellos fragmentos que nos resultan conocidos.” (p. 99)