Miguel Barnet
BIOGRAFÍA DE UN CIMARRÓN
Buenos Aires, 1977, Centro Editor de América Latina.
“Yo vide muchos horrores de castigos en la esclavitud. Por eso es que no me gustaba esa vida. En la casa de caldera estaba el cepo, que era el más cruel. Había cepos acostados y de pie. Se hacían de tablones anchos con agujeros por donde obligaban al esclavo a meter los pies, las manos y la cabeza. Así los tenían trancados dos y tres meses, por cualquier maldad sin importancia. A las mujeres preñadas les daban cuero igual, pero acostadas boca abajo con un hoyo en la tierra para cuidarles la barriga. ¡Les daban una mano de cuerazos! Ahora, se cuidaban de no estropearle el niño porque ellos los querían a tutiplén. El más corriente de los castigos era el azote. Se los daba el mismo mayoral con un cuero de vaca que marcaba la piel. El látigo también lo hacían de cáñamo de cualquier rama del monte. Picaba como diablo y arrancaba la piel en tiritas. Yo vide muchos negros guapetones con las espaldas rojas. Después les pasaban por las llagas compresas de hojas de tabaco con orina y sal.” (pp. 25-26)
“A mí nunca se me ha olvidado la primera vez que intenté huirme. Esa vez me falló y estuve unos cuantos años esclavizado por temor a que me volvieran a poner los grillos. Pero yo tenía un espíritu de cimarrón arriba de mí, que no se alejaba. Y me callaba las cosas para que nadie hiciera traición porque yo siempre estaba pensando en eso, me rondeaba la cabeza y no me dejaba tranquilo; era como una idea que no se iba nunca, y a veces hasta me mortificaba. Los negros viejos no eran amigos de huirse. Las mujeres, menos. Cimarrones había pocos. La gente le tenía mucho miedo al monte. Decían que si uno se escapaba de todas maneras lo cogían.” (p. 28)
“Todo eso es espiritual y hay que darle el frente sin cobardía. Los vivos son más peligrosos. Yo nunca he oído decir que el espíritu de fulana le entró a palos a mengano. ¡Pero cuántos vivos no se están halando los pelos todos los días! Esa es la cosa. Hay que entenderlo así. Ni más ni más. Si el muerto se acerca a uno, no huir, preguntar; «¿Qué quiere usted, hermano?» El contestará o lo llevará a uno a un lugar. Nunca virarles la cara. Después de todo no se puede decir que son enemigos.” (p. 75)