G. Ephrain Lessing
LAOCOONTE
Madrid, 1977, Editora Nacional.
“Cuando el poeta personifica abstracciones las caracteriza de un modo suficiente con el nombre que les da y con las acciones que les atribuye.
El artista carece de estos medios. De ahí que a las abstracciones que personifica necesite asignarles unos símbolos que permitan reconocerlos como tales. Estos símbolos, por el hecho de ser una cosa y significar otra, hacen de estas abstracciones personificadas figuras alegóricas.
En las artes plásticas una figura de mujer con unas riendas en la mano o bien otra apoyada en una columna son seres alegóricos. En cambio, para el poeta la templanza y la fortaleza no son seres alegóricos sino simplemente abstracciones personificadas.
Al artista lo que le ha llevado a inventar los símbolos correspondientes a estos seres ha sido la necesidad. Porque no tiene otro medio de dar a entender lo que significa esta o aquella figura.” (pp. 132-133)
“Mi razonamiento es el siguiente: si es cierto que la pintura, para imitar la realidad, se sirve de medios o signos completamente distintos de aquéllos de los que se sirve la poesía -a saber, aquélla, de figuras y colores distribuidos en el espacio, ésta, de sonidos articulados que van sucediéndose a lo largo del tiempo-; si está fuera de toda duda que todo signo tiene necesariamente una relación sencilla y no distorsionada con aquello que significa, entonces signos yuxtapuestos no pueden expresar más que objetos yuxtapuestos, o partes yuxtapuestas de tales objetos, mientras que signos sucesivos no pueden expresar más que objetos sucesivos, o partes sucesivas de estos objetos.” (p. 165)