domingo, 31 de diciembre de 2023

José Ramón Alonso
EL ESCRITOR QUE NO SABÍA LEER Y
OTRAS HISTORIAS DE LA NEUROCIENCIA
(III)
Córdoba, 2017, Guadalmazán. 

 

 “(...) la agilidad mental disminuye a partir de los 30, en muchos deportes ya no tenemos la rapidez de reflejos a la que estábamos acostumbrados. Nosotros mismos podemos ver que a los cuarenta ya no bajamos las escaleras con la rapidez de los quince años. A los cincuenta dicen que ya no tienes casi probabilidades de hacer una investigación que merezca el premio Nobel, tu pensamiento no es suficientemente iconoclasta, audaz y creativo, aunque hay afortunadas excepciones. A partir de los sesenta y cinco empezamos a notar que nuestro cerebro no está tan fino como antes; olvidamos con frecuencia nombres o una cita que teníamos y, de repente, podemos descubrir que la libreta que no encontrábamos la metimos, quién sabe cómo, dentro del frigorífico.
   Sin embargo, visto desde otra perspectiva, este cerebro nuestro es una máquina única que sigue funcionando de una manera esplendorosa tras décadas de trabajo intenso e ininterrumpido. Y no hay que olvidar que las personas de más edad tienen aspectos mentales que superan a los de los más jóvenes; el vocabulario, por ejemplo, con los años conocemos más palabras y entendemos mejor sutiles diferencias entre ellas; la visión de conjunto, con unos pocos datos biográficos las personas mayores juzgan mejor que los jóvenes el carácter de una persona, o la sabiduría social que permite, por ejemplo, resolver un conflicto familiar. También se ha demostrado científicamente que, con los años, uno mejora considerablemente su capacidad para controlar las propias emociones y encontrar un significado a la vida.” (p. 217)

Leonardo Padura
LA TRANSPARENCIA DEL TIEMPO
Barcelona, 2018, Tusquets.



“La Habana, tan tórrida, húmeda, tropical y propensa a recibir visitas de vaguadas y similares, había llegado a tener una relación difícil con la lluvia. Ocho o diez horas de ordinarios chubascos veraniegos con aspiraciones otoñales convertían a la ciudad en una deplorable versión de Venecia: un charco con casas. Las calles, con sus alcantarillas cegadas por la tierra y la mierda, devenían lagos y ríos de acuerdo con su inclinación. Las aceras, llenas de furnias, desniveles y grietas acumuladas por años de abandono, se transformaban en trampas capaces de devorar al ser viviente que se arriesgara a transitarlas. Los cables eléctricos y telefónicos ponían a crepitar sus voltios y amperios en las alturas de los postes, hasta que explotaban, caían, oscurecían e incomunicaban por un tiempo inconmensurable a los ciudadanos. Los techos de las casas, quemados por el sol y fatigados por los años, gemían con la llegada de la lluvia y rezumaban el agua celeste, trasladando la precipitación a los interiores. En los asentamientos emergidos en la periferia, el panorama debía de ser tétrico: lodo en movimiento, fosas desbordadas, techos y paredes reventados, vencidos, quebrados por la humedad y el peso del agua. Penumbras y desesperación.” (pp. 389-390)

lunes, 11 de diciembre de 2023

José Ramón Alonso
EL ESCRITOR QUE NO SABÍA LEER Y
OTRAS HISTORIAS DE LA NEUROCIENCIA
(II)
Córdoba, 2017, Guadalmazán.

 


“A pesar del desprestigio de las teorías y las acciones a favor de la Eugenesia siguen apareciendo continuamente artículos en prensa donde se dice que se descubrió el «gen para...». De hecho, si escribimos esas dos palabras en Google nos salen, el día que escribo esto, 258.000 resultados. Entre ellos el «gen para el cambio climático» o el «gen para neutralizar el VIH». Ojalá todos los problemas fueran así de simples. Dentro del ámbito de las Neurociencias esa búsqueda sencilla encuentra referencias como «el gen para la enfermedad de Alzheimer», «el gen para la depresión» o «el gen para aprender a hablar». Es importante que recordemos que los genes tienen un impacto importante pero limitado sobre el desarrollo pleno de una persona, que un gen puede intervenir en cosas muy distintas, que la mayoría de los rasgos observables son el producto de la interacción entre decenas o cientos de genes y muchos otros factores -alimentación, ejercicio, cuidados sanitarios...- y que lo que causa auténticas diferencias en el comportamiento humano es la educación, la crianza responsable y el cariño. Y es que aunque no se haya encontrado el gen para decir y escribir tonterías, haberlas, haylas.” (p. 113)


Pilar Lucía López
LA SILLA VACÍA
Almería, 2023, Círculo Rojo.



“La curiosidad de Ana aumenta con esa breve visita al barrio de sus amigos. Empieza a darse cuenta de que una sola calle puede ser una frontera muy profunda. Se hace preguntas a menudo que nadie puede responder: «¿Por qué yo sí y estos no?», «¿Por qué el mío es seguro y este peligroso?» Y va descubriendo poco a poco que la casa acogedora que habita, los libros que lee, los viajes que hace con sus padres y todo lo demás es algo más que una lotería. Y que esa suerte que tuvo de nacer en el lado luminoso no se la ha ganado ella, sino que le ha llegado como un regalo desplegable que va recorriendo como en una alfombra y le resulta tan natural y tan normal como el hecho de haber nacido y estar viva. Ahora siente dudas de todo lo que creía inalterable y justo. Y presiente que el suelo que pisa ya no es tan firme como antes.” (pp. 145-146)