miércoles, 3 de abril de 2024

Nicola Lagiogia
LA CIUDAD DE LOS VIVOS (IV)
Barcelona, 2022, Penguin Random House.



“Fue en este clima de eterna desmovilización -idéntico cada año, pero cada año más caluroso-, cuando en Roma se volvió a votar por el primer edil. En el curso de dos semanas la ciudad salió de la gestión provisional y regresó oficialmente a la normalidad. Fuera el comisario extraordinario, dentro el nuevo alcalde. La primera mujer alcaldesa de la ciudad.
   La situación, constaté desde Turín, no volvió a la normalidad. La ciudad seguía hundiéndose en un caos que se hizo más ostentoso por la presencia de quien, respaldada por un mandato popular, gobernaba ahora el timón de la barca.
   La alcaldesa -elegida en virtud de la ola de protestas contra la vieja clase política- parecía incluso más imponente que sus predecesores. Los turistas se desperdigaban entre interminables ineficiencias públicas. Los exhibicionistas nadaban desnudos en las fuentes. La basura crecía por todas partes. Las fotos del desastre dieron la vuelta al mundo. Llegaron los reportajes de los periódicos extranjeros. «Roma en ruinas» (New York Times). «La reputación de la ciudad próxima al cero absoluto» (Le Monde). Algunos ciudadanos empezaron a protestar contra quienes, protestando, habían favorecido el nuevo curso político. Otros protestaron contra quienes protestaban contra quienes habían protestado.
   Empezaron a suceder cosas extrañas. Como si fueran bonzos mecánicos, los autobuses se incendiaban solos. En Torre Rossa, en via del Tritone, en medio de piazzale dei Cinquecento. Se descubrió que los episodios de autocombustión, frecuentes hasta extremos inquietantes, se debían a la ínfima calidad de los componentes montados en los vehículos por los mecánicos de la empresa municipal, debido a la falta de fondos. A finales de junio, jugando entre los setos de Colle Oppio, un grupo de niños encontró una gigantesca lengua de cerdo. En Campo de' Fiori los chicos la emprendían a botellazos unos contra otros los fines de semana. En Tuscolano se desencadenaban breves batallas urbanas en que se arrojaban residuos recogidos en la calle. Los comerciantes de Centocelle eran agredidos por quienes querían obligarlos a dejar sus tiendas; cuando se dirigían con los rostros tumefactos a sus amigos de la policía, podían recibir confidencialmente respuestas inesperadas: «Si quieres, podemos ponerte escolta, -decían-, pero a partir de ese momento prepárate para llevar una vida de preso. Tienes mujer, tienes hijos, tienes algo de dinero: ¿quién cojones te obliga a algo así? Si quieres un consejo, véndelo todo y vete». Las obras públicas, entre demoras e ineficiencias, devoraban como de costumbre muchísimo dinero, pero cada vez había menos dinero. Los particulares, desanimados por la marcha de la economía, ponían sus casas en Airbnb. Una marea de nuevos pobres, desahuciados, desfavorecidos, presionaba inquieta desde las periferias. Todo se corrompía, nada dejaba de existir.
   A la emergencia por las ratas se sumó el azote de las gaviotas. Con su expresión malvada y sus ojillos vidriosos, eran dueñas de la situación. Correteaban entre la basura, devoraban pequeños animales muertos, se arrojaban sin temor a cualquier fuente de alimento.
   -Estas se nos van a comer vivos- comentaban los romanos, expresando malestar o deseo.” (pp. 379-381)

Richard Dawkins, Christopher Hitchens, Daniel Dennett  y Sam Harris.
LOS JINETES DEL APOCALIPSIS
Barcelona, 2018, Arpa & Alfil.

 

“-El budismo es un pozo de sabiduría. Se ha demostrado que tiene auténtico valor psicológico y cognitivo.
-¿Te refieres a los monjes budistas que ayudaron al ejército birmano a exterminar la etnia de los rohinyás casi hasta el grado del genocidio?
-Pero esos no eran budistas de verdad.” (p. 15)

[La cita pertenece al prólogo de Stephen Fry.]


“Para un científico, la ignorancia es un picor que se desvive por ser rascado a placer. Para un teólogo, la ignorancia es algo que hay que barrer inventando algo con descaro. Si eres una figura de autoridad, como el papa, lo harás meditando en privado y esperando a que se te ocurra una respuesta, que luego embadurnarás como «revelación». O quizá lo hagas interpretando -perdón por usar un término- un texto de la Edad del Bronce cuyo autor era aún más ignorante que tú.” (pp. 33-34)

“A esto me refería al decir que la doctrina atea exige coraje intelectual. Y moral. Como ateo dejas atrás a tu amigo imaginario, renuncias a la garantía reconfortante de una figura paternal celestial que te saque las castañas del fuego. Vas a morir, y cuando tus seres queridos mueran no los volverás a ver. No hay ningún libro sagrado que te pueda decir lo que hay que hacer, ni qué está bien ni qué está mal. Eres un adulto inteligente. Debes afrontar la vida y las decisiones morales. Pero ese coraje adulto está revestido de dignidad, lleva la cabeza alta y afronta de cara la cruda realidad. No estás solo: la calidez de tus iguales y un legado cultural que ha dado como frutos no solo el conocimiento científico y el bienestar material que aportan las ciencias aplicadas, sino también el arte, la música, el derecho y el discurso civilizado sobre los principios morales. Puede haber un diseño inteligente de la moralidad y os valores para la vida a cargo de seres humanos inteligentes y reales, de carne y hueso. Los ateos tienen el coraje intelectual suficiente para aceptar la realidad como lo que es: algo maravillosa y sorprendentemente explicable. Los ateos tienen el coraje moral para vivir al máximo la única vida de la que van a disponer; para abrazar por completo la realidad, regocijarse en ella y, en definitiva, hacer cuanto puedan para dejarla mejor de lo que estaba.” (pp. 50-51)

[Las citas pertenecen al artículo LA HIBRIS DE LA RELIGIÓN, LA HUMILDAD DE LA CIENCIA Y EL CORAJE INTELECTUAL Y MORAL DEL ATEÍSMO, de Richard Dawkins.]

Nicola Lagiogia
LA CIUDAD DE LOS VIVOS (III)
Barcelona, 2022, Penguin Random House. 

 

“-En Villa Torlonia, donde está el archivo de guerra -estaba diciendo un hombre a dos amigos suyos sentados frente a él-, leí las cartas que el papa Pacelli mandaba que les escribieran a los generales de las fuerzas aéreas británicas y estadounidenses durante la guerra. Una decía así: «Amable general Henry Arnold, tenemos la esperanza de que os encontréis bien; escribimos en nombre del Santo Padre, nos gustaría rogaros, si acaso es vuestra intención continuar con los bombardeos sobre Roma, que os abstuvierais de hacerlo entre las dos y las tres y media: aquí en el Vaticano a esas horas Su Santidad reposa. Paz y bien». Su Santidad reposa. ¿Has visto qué tío, el Papa?” (p. 174)

Stephen Jay Gould
LAS PIEDRAS FALACES DE MARRAKECH
Penúltimas reflexiones sobre historia natural
(III)
Barcelona, 2023, Crítica.



“Siempre he considerado curioso (y saturado de arrogancia o bien de provincianismo) el hecho de que una pequeña minoría divida al mundo en dos categorías absolutamente desequilibradas (los suyos frente a todos los demás) y después defina la categoría mayor como una ausencia de la menor, como la taxonomía que mi madre tenía para Homo sapiens: judíos y no judíos. Pero nuestra clasificación de los animales sigue la misma estrategia al establecer una distinción básica entre vertebrados e invertebrados... cuando sólo unas cuarenta mil especies de las más de un millón de las especies animales descritas pertenecen al linaje relativamente pequeño de los vertebrados.” (p. 141)


 


Nicola Lagiogia
LA CIUDAD DE LOS VIVOS (II)
Barcelona, 2022, Penguin Random House.



“El antiguo anfiteatro apareció de repente al fina de la avenida, pálido y gris, semejante a la luna cuando está baja en el horizonte y parece que se le echa a uno encima. El Coliseo en el aire frío de marzo, entre los papeluchos, los sintecho, el agua pútrida de las fuentes. A poca distancia, tapado apenas por un seto, un señor de mediana edad estaba meando al aire libre. El hecho es que en Roma todo el mundo hace lo que le viene en gana, pensé. Los hinchas del Feyenoord se metían borrachos en la Fontana de Trevi y la emprendían a botellazos contra la Barcaza de Bernini, en Villa Borghese los vándalos decapitaban las estatuas de los poetas, grandes bolsas de basura volaban de un edificio a otro, todo el mundo meaba por todas partes, una indulgencia plenaria flotaba en el aire, y yo mismo, que en otra ciudad hubiera dejado que me estallara la vejiga, me había encontrado más de una vez humedeciendo las Murallas Servianas.” (p. 151)

Stephen Jay Gould
LAS PIEDRAS FALACES DE MARRAKECH
Penúltimas reflexiones sobre historia natural
(II)
Barcelona, 2023, Crítica.



“Los peligros y las oportunidades aguardan a los énfasis exagerados en cada extremo. Los sistematizadores rígidos suelen interpretar erróneamente las pautas naturales al obligar a sus observaciones a encajar en estructuras de explicación rígidamente preconcebidas. Pero los colegas que intentan aproximarse a la naturaleza en sus propios términos, sin hipótesis preferidas que comprobar, se arriesgan a verse abrumados por un diluvio de información que los confunde, o bien a ser presa de prejuicios que se convierten en todavía más controladores por su condición de inconscientes (y por lo tanto de no reconocidos).” (p. 135)

Nicola Lagiogia
LA CIUDAD DE LOS VIVOS (I)
Barcelona, 2022, Penguin Random House. 

 

“Hacía años que no iban a Roma, no se imaginaban que la encontrarían en ese estado. La gente, por la calle, simplemente estaba loca. Los conductores parecían todos asesinos potenciales, pero los peatones no se andaban con chiquitas. En la piazza Madonna dei Monti habían presenciado una escena repugnante. Cerca de la fuente, una gaviota estaba devorando una rata muerta. Le había abierto la tripa con el pico y ahora rebuscaba en la carcasa. Una niña empezó a tironear a su madre.
-¡Mamá, mamá, mira qué rata!
La niña parecía muy disgustada. La mujer se detuvo, miró a su hija como si no la reconociera. Luego, usando su mano libre, le soltó una sonora bofetada que quizá contenía la filosofía de la ciudad.
-¡Pero qué gritas, idiota, si no eres tú la muerta!” (pp. 44-45)


Alberto Moncada
LA ZOZOBRA DEL MILENIO
Madrid, 1995, Espasa Calpe.



“En todos los programas educativos figura, de una forma u otra, la enseñanza de la libertad responsable. Año tras año, los maestros, religiosos o laicos, confiesan su impotencia o su disgusto ante la dificultad del empeño. Los niños y los jóvenes van a la escuela, al instituto, pero también salen en pandillas, ven televisión, conviven con sus familias y, a través de todas estas influencias, reciben los mensajes básicos de la sociedad en que viven. Como ya he explicado, a estas alturas del siglo el mensaje básico viene de los Estados Unidos y se llama sociedad de consumo, gratificación instantánea, trabajar para ganar dinero y unas cuantas recetas parecidas. Es verdad que, estadísticamente, los niños y los jóvenes tienen mejor salud, son más altos y más fuertes que sus padres, pero esta mejora de la raza es eugenésica, no moral. En cada sociedad existen unos valores que predominan y la solidaridad no está muy alta en la lista actual de preferencias. Si la sociedad es competitiva, ¿cómo vamos a enseñarles solidaridad? Es la pregunta que se hacen los maestros. La invitación a la realización personal es tan fuerte que sólo funcionan las solidaridades más cercanas aunque, precisamente por esa universalización de la información, los niños son más proclives al ecologismo que sus padres y, si de ellos dependiera, trataríamos mejor el planeta. Pero, apenas se hacen adultos y empiezan a pagar los precios personales e ideológicos necesarios para entrar en el sistema, los buenos propósitos incompatibles con este se van difuminando. Con lo cual volvemos a la necesaria paciencia que debe acompañar a los partidarios de una nueva Ilustración. Sabemos que es necesaria, que pronto se transformará incluso en imprescindible, pero también sabemos que no se puede conseguir manu militari. En la sustancia del empeño están incluidos, pedagógica y estratégicamente, la persuasión y el consenso. En su debilidad y también su grandeza.” (pp. 231-232)

Stephen Jay Gould
LAS PIEDRAS FALACES DE MARRAKECH
Penúltimas reflexiones sobre historia natural
(I)
Barcelona, 2023, Crítica.

 

“Se han reconocido claramente dos prerrequisitos de la fama intelectual: el don de una inteligencia extraordinaria y la suerte de circunstancias insólitas (tiempo, clase social, etc.). Creo que no se ha concedido la debida importancia a un tercer factor: el temperamento. Al menos en mi observación limitada de nuestro mundo actualmente agotado, el factor temperamental parece el menos variable de todos. Entre las personas a las que he conocido, las pocas a las que llamaría «grandes» comparten todas una especie de dedicación impetuosa e incuestionable; una absoluta falta de duda acerca del valor de sus actividades (o al menos un impulso interno que atraviesa cualquier angst [ansiedad, en alemán] que pudiera existir); y, por encima de todo, una capacidad de trabajo (o al menos de hallarse mentalmente alerta para intuiciones inesperadas) en cualquier momento disponible de todos y cada uno de los días de su vida. He conocido a otras personas de talento intelectual igual o mayor que sucumbían a la enfermedad mental, a la desconfianza en sí mismos o a la simple y anticuada pereza.” (p. 86)