R. L. Stevenson
EL DR. JEKYLL Y MR. HYDE
Madrid, 1978, Alianza Editorial.
“Pero a pesar de mi profunda
dualidad, no era en sentido alguno hipócrita, pues mis dos caras eran
igualmente sinceras. Era lo mismo yo cuando abandonado todo freno me sumía en
el deshonor y la vergüenza, que cuando me aplicaba a la vista de todos a
profundizar en el conocimiento y a aliviar la tristeza y el sufrimiento. Y
ocurrió que mis estudios científicos, que apuntaban por entero hacia lo místico
y lo trascendente, influyeron y arrojaron un potente rayo de luz sobre este
conocimiento de la guerra perenne entre mis dos personalidades. Cada día, y con
ayuda de los dos aspectos de mi inteligencia, el moral y el intelectual, me
acercaba más a esa verdad cuyo descubrimiento parcial me ha llevado a este
terrible naufragio y que consiste en que el hombre no es sólo uno, sino dos. Y
digo dos porque mis conocimientos no han ido más allá de este punto. Otros
vendrán después, otros que me sobrepasarán en conocimientos, y me atrevo a
predecir que al fin el hombre será tenido y reconocido como un conglomerado de
personalidades diversas, discrepantes e independientes.” (pp. 100-101)
“Sentí unas sacudidas
desgarradoras, un rechinar de huesos, una náusea mortal y un horror del
espíritu que no pueden sobrepasar ni los traumas del nacimiento y de la muerte.
Luego, la agonía empezó a disiparse y recobré el conocimiento sintiéndome como
si saliera de una grave enfermedad. Había algo extraño en mis sensaciones, algo
indescriptiblemente nuevo y, por su novedad, también indescriptiblemente
agradable. Me sentí más joven, más ligero, más feliz físicamente. En mi
interior experimentaba una fogosidad impetuosa, por mi imaginación cruzó una
sucesión de imágenes sensuales en carrera desenfrenada, sentí que se disolvían
los vínculos de todas mis obligaciones y una libertad de espíritu desconocida,
pero no inocente, invadió todo mi ser. Supe, al respirar por primera vez esta
nueva vida, que era ahora más perverso, diez veces más perverso, un esclavo
vendido a mi mal original. Y sólo pensarlo me deleitó en aquel momento como un
vino añejo.” (pp. 103-104)