jueves, 21 de noviembre de 2013

Juan Rulfo
EL LLANO EN LLAMAS
México, 1976, F.C.E.


“De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo que la tierra de por allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer; aunque esto es un puro decir, porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.
   ...Y la tierra es empinada. Se desgaja por todos lados en barrancas hondas, de un fondo que se pierde de tan lejano. Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo hubieran encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire con sus ramas espinosas, haciendo un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar.” (p. 92)
[El texto pertenece al relato titulado LUVINA.]

“EN CORAZÓN DE MARÍA vivían, no hace mucho tiempo, un padre y un hijo conocidos como los Eremites; si acaso porque los dos se llamaban Euremios. Uno, Euremio Cedillo; otro, Euremio Cedillo también, aunque no costaba ningún trabajo distinguirlos, ya que uno le sacaba al otro una ventaja de veinticinco años bien colmados.
Lo colmado estaba en lo alto y garrudo de que lo había dotado la benevolencia de Dios Nuestro Señor al Euremio grande. En cambio al chico lo había hecho todo alrevesado, hasta se dice que de entendimiento. Y por si fuera poco el estar trabado de flaco, vivía si es que todavía vive, aplastado por el odio como una piedra; y válido es decirlo, su desventura fue la de haber nacido.” (p. 143)
[El texto pertenece al relato titulado LA HERENCIA DE MATILDE ARCÁNGEL.]


César Vallejo
POESÍAS COMPLETAS
Madrid, 2008, VISOR.


 

“—No vive ya nadie en la casa —me dices—; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido.
   Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla. Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba. De aquí esa irresistible semejanza que hay entre una casa y una tumba. Sólo que la casa se nutre de la vida del hombre, mientras que la tumba se nutre de la muerte del hombre. Por eso la primera está de pie, mientras que la segunda está tendida.” (p. 403)

[El texto pertenece al poema en prosa titulado –NO VIVE YA NADIE… ]
 
“Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tánto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
 
 Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «¡Tánto amor y no poder nada contra la
muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...” (p. 587)
[El texto pertenece al poema titulado MASA, -10 de noviembre de 1937-. La palabra “tánto” se consigna siempre con tilde.]

jueves, 7 de noviembre de 2013



Charles Darwin
EL ORIGEN DEL HOMBRE
Madrid, 1974, Edaf.


“No obstante, la diferencia que media entre el alma del hombre y la de los animales superiores, esta diferencia, sin embargo, consiste en grado, no en esencia. Hemos visto que los sentidos e intuiciones, las diferentes emo­ciones y facultades, como el amor, la memoria, la aten­ción, la curiosidad, la imitación, la razón, etc., que for­man el orgullo del hombre, pueden encontrarse incipientemente unas veces, otras en bastante desarrollo en los animales inferiores. También son además capaces de alcanzar por herencia ciertos mejoramientos, según es ostensible en el perro doméstico, comparado con el lobo y el chacal. Si se pudiera probar satisfactoriamente que algunas de las facultades mentales de mayor catego­ría como la formación de conceptos generales, concien­cia de los actos, etc., son absolutamente peculiares al hombre, lo cual parece en extremo dudoso, no nos parecería improbable asegurar que estas cualidades son me­ros resultados accesorios de otras facultades intelectua­les muy desarrolladas, que a su vez son resultado de la continua práctica de una lengua perfecta. (…) El lenguaje, que en algo es arte y en algo instinto, lleva en sí mismo el sello de la evolución gradual. La noble creencia en Dios no es universal, y la creencia en agentes espirituales activos fluye naturalmente de otras facultades mentales. El sentido moral es quizás la mejor y más clara demarcación entre el hombre y los animales inferiores; pero no tengo necesidad de añadir nada sobre este asunto, puesto que no ha mucho me he esforzado en demostrar que los instintos sociales, primer principio de la moral del hombre, ayudados de las facultades intelectuales activas, y los efectos del hábito, nos llevan naturalmente a la regla de oro que nos enseña «a querer para los otros lo que queremos para nosotros mismos», verdad que forma fundamento de la moral." (pp. 121-122)

"¿Quién puede decir positivamente por qué la nación española, tan poderosa en otros tiempos, ha quedado ahora tan atrás? (…) Como advierte Galton, en los tiempos pasados casi todos los hombres distinguidos, entregados a la meditación y al cultivo del entendimiento, no tenían más refugio que la iglesia, la que, al exigirles el celibato, ejerció una funesta influencia en las generaciones sucesivas. Durante el mismo período el santo oficio buscaba con afán a los hombres más independientes y ardorosos para llevarlos a la hoguera o a la cárcel.
   Solamente en España se eliminaron, durante un período de tres siglos, cerca de mil hombres por año, y hombres de los más útiles, a saber, los que dudaban de las cosas y discutían sobre ellas, y sin la duda es imposible el progreso. El daño acarreado por este medio a los pueblos ha sido inmenso” (p. 136)

Gustavo Adolfo Bécquer
OBRAS COMPLETAS
Madrid, 2004, Cátedra.


“Vais a buscar un libro cualquiera, entráis en el establecimiento más lujoso y más céntrico de Madrid, es librería francesa; vais a otro, son libros en francés; a otro, la misma contestación. ¿Dónde se venden los libros españoles? ¿Se escriben acaso? Y si se escriben, ¿se venden en alguna parte?” (p. 524)
[La cita pertenece al artículo LA NENA, publicado el 30 de marzo de 1862 en el diario El Contemporáneo.]

“¿Quién no ha pensado alguna vez, mirando los granizos saltar en el alféizar de la ventana y oyendo el repiqueteo de sus golpes en los cristales: «¡Si estos granizos fueran monedas de cinco duros!»? Y ¿quién no ha añadido, completando la frase y después de reflexionar un instante sobre los inconvenientes que traería a la sociedad esta riqueza repentina que, al fin y al cabo, daría por resultado una pobreza general: «Y solo cayeran en el patio de mi casa»? Porque, en efecto, nada más inútil que el oro el día en que se hiciese tan común como el estaño. Todo lo que se prodiga es vulgar; nadie aprecia lo que no ha de causar envidia, y es seguro que hasta la salud se miraría como cosa despreciable si no hubiese enfermos.” (p. 528)
[La cita pertenece al artículo LAS PERLAS, publicado el 27 de febrero de 1863 en el diario El Contemporáneo.]

“En el majestuoso conjunto de la creación, nada hay que me conmueva tan hondamente, que acaricie mi espíritu y dé vuelo desusado a mi fantasía, como la luz apacible y desmayada de la luna. Yo la espero siempre con impaciencia, la contemplo con amor, siento íntimo deleite al verme envuelto en su atmósfera tibiamente luminosa, y mis ideas toman nuevo giro, y paréceme que he vuelto a aquellos tiempos, tan próximos y a la vez tan lejanos, en que mi espíritu flotaba de continuo en una región de encanto y de poesía. (…)
   Y ese astro tan bello, tan puro, tan melancólico, que ha inflamado la imaginación de los más grandes poetas y ha inspirado a Bellini una melodía que será imperecedera, ¿he de verlo tal como lo describe la ciencia? No; renuncio generosamente el telescopio científico. Quiero contemplar la luna como se presenta a mi vista y creer que es lo que parece, que si en esto pierde la ciencia, en cambio gana mucho la poesía, y váyase lo uno por lo otro.” (pp. 569-571)
[La cita pertenece al artículo A LA CLARIDAD DE LA LUNA, publicado el 10 de marzo de 1864 en el diario El Contemporáneo. La referencia a Bellini tiene que ver con el aria “Casta diva”, de su ópera Norma, en la cual dicho personaje pide ayuda a la Luna.]

domingo, 3 de noviembre de 2013

Ignacio Martínez de Pisón
CARRETERAS SECUNDARIAS
Barcelona, 2005, Anagrama.

 

“Bueno, a lo mejor he exagerado cuando he dicho que cantaba a todas horas y en todas partes. Lo cierto es que por la tarde solía tumbarse en el sofá a hojear sus revistas de decoración y comer bombones de licor. Comía tantos que acababan sentándole mal y se ponía a hipar como una endemoniada. Nunca he visto a nadie que hipara como ella. Sus hipos eran lo más parecido a un movimiento sísmico: el epicentro se situaba en un lugar indeterminado en el interior de su inmensa cavidad torácica, y de allí brotaba un espasmo descomunal que recorría su organismo entero, subiendo primero hacia la coronilla y descendiendo después hasta los dedos de los pies, y sacudiéndole, por este orden y con energía decreciente, las enormes tetas blandas, la papada, la melena rubia teñida, otra vez las tetas, para seguir con la tripa y el culo y acabar agotándose en los muslos y las pantorrillas. No te podías sentar a su lado cuando se ponía así. Yo, al menos, no: tenía la impresión de que ese terremoto se comunicaba a los muelles del sofá y a las baldosas del suelo, y que desde allí las ondas sísmicas se repartían retumbando por la habitación y llegaban como amplificadas a la vitrina de la pared, donde la vajilla que mi padre compró como recuerdo de Benidorm temblaba levemente y emitía un último tintineo de desaprobación.
-Perdón -decía ella entonces, tapándose la boca con la mano, pero eso no había manera de perdonarlo.” (p. 31)

“En mi imaginación yo me representaba a mi madre con los rasgos de Audrey Hepburn, y también con su voz y su elegancia y sus suaves maneras, y yo no sé si Audrey Hepburn tiene o no tiene hijos y si se lleva bien con ellos o no, pero estoy seguro de que una mujer que se parece a Audrey Hepburn no puede ser una mala madre.” (p. 211)