domingo, 3 de noviembre de 2013

Ignacio Martínez de Pisón
CARRETERAS SECUNDARIAS
Barcelona, 2005, Anagrama.

 

“Bueno, a lo mejor he exagerado cuando he dicho que cantaba a todas horas y en todas partes. Lo cierto es que por la tarde solía tumbarse en el sofá a hojear sus revistas de decoración y comer bombones de licor. Comía tantos que acababan sentándole mal y se ponía a hipar como una endemoniada. Nunca he visto a nadie que hipara como ella. Sus hipos eran lo más parecido a un movimiento sísmico: el epicentro se situaba en un lugar indeterminado en el interior de su inmensa cavidad torácica, y de allí brotaba un espasmo descomunal que recorría su organismo entero, subiendo primero hacia la coronilla y descendiendo después hasta los dedos de los pies, y sacudiéndole, por este orden y con energía decreciente, las enormes tetas blandas, la papada, la melena rubia teñida, otra vez las tetas, para seguir con la tripa y el culo y acabar agotándose en los muslos y las pantorrillas. No te podías sentar a su lado cuando se ponía así. Yo, al menos, no: tenía la impresión de que ese terremoto se comunicaba a los muelles del sofá y a las baldosas del suelo, y que desde allí las ondas sísmicas se repartían retumbando por la habitación y llegaban como amplificadas a la vitrina de la pared, donde la vajilla que mi padre compró como recuerdo de Benidorm temblaba levemente y emitía un último tintineo de desaprobación.
-Perdón -decía ella entonces, tapándose la boca con la mano, pero eso no había manera de perdonarlo.” (p. 31)

“En mi imaginación yo me representaba a mi madre con los rasgos de Audrey Hepburn, y también con su voz y su elegancia y sus suaves maneras, y yo no sé si Audrey Hepburn tiene o no tiene hijos y si se lleva bien con ellos o no, pero estoy seguro de que una mujer que se parece a Audrey Hepburn no puede ser una mala madre.” (p. 211)