Georges Simenon
LA ESCLUSA NÚMERO UNO
Barcelona, 2004, Tusquets.
LA ESCLUSA NÚMERO UNO
Barcelona, 2004, Tusquets.
“En la escalera había una alfombra ajada, de color rojo oscuro; los peldaños estaban barnizados, y las paredes, pintadas imitando el mármol. El rellano del primer piso, con sus dos puertas oscuras y la mancha brillante del tirador de cobre muy lustrado, olía a polvo, a mediocridad y a decencia.” (pp. 25-26)
“Era un domingo de esos que sólo existen en los recuerdos de infancia: muy luminoso, muy nuevo; el cielo tenía un color azul de vincapervinca y el agua reflejaba las casas alargándolas. Incluso los taxis parecían más rojos o más verdes que los demás días, y las calles, desiertas y sonoras, jugaban a hacer eco a los menores ruidos.” (p. 119)
“Era esa hora en que las cosas adquieren tonos más profundos, pero permanecen inmóviles, por estar encerradas en sí mismas a la espera del crepúsculo. Era posible mirar, sin entrecerrar los ojos, el rojo sol suspendido encima de las colinas boscosas. Los reflejos del agua eran más amplios, más suntuosos, aunque con un toque de frialdad, como si ya empezasen a apagarse.” (p. 136)
“Era esa hora en que las cosas adquieren tonos más profundos, pero permanecen inmóviles, por estar encerradas en sí mismas a la espera del crepúsculo. Era posible mirar, sin entrecerrar los ojos, el rojo sol suspendido encima de las colinas boscosas. Los reflejos del agua eran más amplios, más suntuosos, aunque con un toque de frialdad, como si ya empezasen a apagarse.” (p. 136)