INFORME DEL INTERIOR
Barcelona, 2013, Anagrama.
“A los dieciocho intentaste empezar un diario, pero lo dejaste al cabo de dos días, sintiéndote incómodo, cohibido, confuso sobre el propósito de la empresa. Hasta entonces, siempre habías considerado que el acto de escribir era un gesto impulsado de dentro afuera, como tender la mano a otro. Las palabras que escribías estaban destinadas a que las leyera alguien que no eras tú, una carta que deberá leer un amigo, por ejemplo, o un trabajo académico que tendrá que leer el profesor que te ha asignado la tarea, o bien, en el caso de tus poemas y relatos, que leerá una persona desconocida, un ser imaginario. El problema con el diario era que no sabías a quién debías dirigirlo, si estabas hablando contigo mismo o con otro, y en caso de que fuera contigo mismo, qué extraño y desconcertante resultaba, porque ¿para qué molestarse en contarte a ti mismo cosas que ya sabías, por qué tomarte la molestia de repasar cosas que acababas de experimentar?, y si era a otro, ¿quién era esa persona y cómo podía interpretarse como un diario el hecho de dirigirte a ella? Entonces eras demasiado joven para comprender cuánto olvidarías después, y estabas demasiado encerrado en el presente para darte cuenta de que la persona para quien escribías era en realidad tu futuro ser.” (pp. 170-171)