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A FAVOR DEL PENSAMIENTO LIBRE
sábado, 11 de octubre de 2014
Kurt Vonnegut
MATADERO CINCO O LA CRUZADA DE LOS NIÑOS
Barcelona, 2009, Anagrama.
“Billy tenía una figura insensata: metro ochenta y ocho de estatura y un pecho semejante a una caja de cerillas.
No tenía casco, no tenía guerrera, no tenía armas, no tenía botas. Llevaba los pies metidos en unos zapatos de calle baratos −los mismos que había calzado en los funerales de su padre− a uno de los cuales le faltaba el tacón, lo que le hacía andar oscilando arriba-y-abajo, arriba-y-abajo. Este baile involuntario, arriba-y-abajo, arriba-y-abajo, le producía escozor en la articulación de la cadera. Su indumentaria, consistía en una chaqueta deportiva delgada, una camisa, unos pantalones de lana de la que pica, y unos calzoncillos, largos impregnados de sudor.
Era el único de los cuatro que llevaba barba, una barba erizada y escasa, algunos de cuyos erizados pelos ya eran blancos a pesar de que Billy tenía veintiún años. Además se estaba quedando calvo y el viento, el frío y el ejercicio violento habían dado a su rostro un color carmesí.
No se parecía en nada a un soldado. Semejaba un mugriento pajarraco.” (pp. 36-37)
“−¿Dónde estoy? −preguntó Billy Pilgrim.
−Atrapado en otro bloque de ámbar, señor Pilgrim. Estamos precisamente donde debemos estar en este instante, a quinientos millones de kilómetros de la Tierra. Y nos dirigimos, por un hilo del tiempo, hacia Tralfamadore. Este viaje quizá nos lleve horas, o tal vez siglos.
−¿Cómo... he llegado hasta aquí?
−Eso, para usted, requeriría otra explicación terrenal. Los terrestres son grandes narradores; siempre están explicando por qué determinado acontecimiento ha sido estructurado de tal forma, o cómo puede alcanzarse o evitarse. Yo soy tralfamadoriano, y veo el tiempo en su totalidad de la misma forma que usted puede ver un paisaje de las Montañas Rocosas. Todo el tiempo es todo el tiempo. Nada cambia ni necesita advertencia o explicación. Simplemente es. Tome los momentos como lo que son, momentos, y pronto se dará cuenta de que todos somos, como he dicho anteriormente, insectos prisioneros en ámbar.
−Eso me suena como si ustedes no creyeran en el libre albedrío −dijo Billy Pilgrim.
−Si no hubiera pasado tanto tiempo estudiando a los terrestres −explicó el tralfamadoriano−, no tendría ni idea de lo que significa «libre albedrío». He visitado treinta y un planetas habitados del universo, y he estudiado informes de otros cien. Sólo en la Tierra se habla de «libre albedrío».“ (pp. 81-82)
“Al tiempo que el coronel británico reparaba el brazo roto de Lazzaro y preparaba el yeso para el escayolado, el oficial alemán tradujo en voz alta algunos párrafos del libro de Howard W. Campbell, Jr. Campbell había sido un escritor teatral bastante conocido en otro tiempo. Decía así:
«América es la nación más rica de la Tierra, pero sus habitantes son extremadamente pobres. Esta condición hace que los americanos estén destinados a odiarse a sí mismos. Según nos decía el humorista americano Kin Hubbatd: "Ser pobre no es ninguna desgracia, pero puede serlo." De hecho es un crimen que haya un solo americano pobre, a pesar de lo cual América es una nación de pobres. Cualquier nación tiene como tradición popular algunas historias de hombres pobres, pero extremadamente sabios y virtuosos, que por ello eran más apreciados que sus congéneres ricos y poderosos. Entre los americanos no sucede así. Se burlan de sí mismos y se envanecen de sus hazañas. Es normal que el más pobre propietario de cualquier bar o restaurante tenga en la pared de su establecimiento un cartel que interpele con crueldad: "Si eres tan listo, ¿por qué no eres rico?"; pero también lo es que a su vez tenga una bandera americana plantada sobre un pisapapeles junto a la caja registradora.» (…)
«El americano, como todo ser humano, cree muchas cosas que obviamente son falsas −continuaba el librito−. De ellas, la más destructiva es su convencimiento de que cualquier americano puede hacer dinero con facilidad. Ignoran lo difícil que es hacerse rico, y, por lo tanto, aquellos que no lo consiguen no cesan de culparse. Y este sentimiento de culpabilidad ha sido de gran utilidad para los ricos y poderosos, que lo han considerado como una excusa para no tener que ayudar en absoluto a los pobres, llegando su desinterés a extremos que quizá no habían sido superados desde los tiempos de Napoleón.»
«América es una nación de novedades. La más sorprendente de todas, que además no tiene precedentes, es su gran masa de pobres indignos, que no se aman los unos a los otros porque tampoco se aman a sí mismos.»” (pp. 116-117)
“Casualmente, Trout había escrito un libro sobre un árbol que daba dinero. Tenía por hojas billetes de veinte dólares. Sus flores eran bonos del gobierno y sus frutos diamantes. Atraía a los seres humanos, que se mataban los unos a los otros al pie del árbol, fertilizándolo.
Así era.” (p. 148)
MATADERO CINCO O LA CRUZADA DE LOS NIÑOS
Barcelona, 2009, Anagrama.
“Billy tenía una figura insensata: metro ochenta y ocho de estatura y un pecho semejante a una caja de cerillas.
No tenía casco, no tenía guerrera, no tenía armas, no tenía botas. Llevaba los pies metidos en unos zapatos de calle baratos −los mismos que había calzado en los funerales de su padre− a uno de los cuales le faltaba el tacón, lo que le hacía andar oscilando arriba-y-abajo, arriba-y-abajo. Este baile involuntario, arriba-y-abajo, arriba-y-abajo, le producía escozor en la articulación de la cadera. Su indumentaria, consistía en una chaqueta deportiva delgada, una camisa, unos pantalones de lana de la que pica, y unos calzoncillos, largos impregnados de sudor.
Era el único de los cuatro que llevaba barba, una barba erizada y escasa, algunos de cuyos erizados pelos ya eran blancos a pesar de que Billy tenía veintiún años. Además se estaba quedando calvo y el viento, el frío y el ejercicio violento habían dado a su rostro un color carmesí.
No se parecía en nada a un soldado. Semejaba un mugriento pajarraco.” (pp. 36-37)
“−¿Dónde estoy? −preguntó Billy Pilgrim.
−Atrapado en otro bloque de ámbar, señor Pilgrim. Estamos precisamente donde debemos estar en este instante, a quinientos millones de kilómetros de la Tierra. Y nos dirigimos, por un hilo del tiempo, hacia Tralfamadore. Este viaje quizá nos lleve horas, o tal vez siglos.
−¿Cómo... he llegado hasta aquí?
−Eso, para usted, requeriría otra explicación terrenal. Los terrestres son grandes narradores; siempre están explicando por qué determinado acontecimiento ha sido estructurado de tal forma, o cómo puede alcanzarse o evitarse. Yo soy tralfamadoriano, y veo el tiempo en su totalidad de la misma forma que usted puede ver un paisaje de las Montañas Rocosas. Todo el tiempo es todo el tiempo. Nada cambia ni necesita advertencia o explicación. Simplemente es. Tome los momentos como lo que son, momentos, y pronto se dará cuenta de que todos somos, como he dicho anteriormente, insectos prisioneros en ámbar.
−Eso me suena como si ustedes no creyeran en el libre albedrío −dijo Billy Pilgrim.
−Si no hubiera pasado tanto tiempo estudiando a los terrestres −explicó el tralfamadoriano−, no tendría ni idea de lo que significa «libre albedrío». He visitado treinta y un planetas habitados del universo, y he estudiado informes de otros cien. Sólo en la Tierra se habla de «libre albedrío».“ (pp. 81-82)
“Al tiempo que el coronel británico reparaba el brazo roto de Lazzaro y preparaba el yeso para el escayolado, el oficial alemán tradujo en voz alta algunos párrafos del libro de Howard W. Campbell, Jr. Campbell había sido un escritor teatral bastante conocido en otro tiempo. Decía así:
«América es la nación más rica de la Tierra, pero sus habitantes son extremadamente pobres. Esta condición hace que los americanos estén destinados a odiarse a sí mismos. Según nos decía el humorista americano Kin Hubbatd: "Ser pobre no es ninguna desgracia, pero puede serlo." De hecho es un crimen que haya un solo americano pobre, a pesar de lo cual América es una nación de pobres. Cualquier nación tiene como tradición popular algunas historias de hombres pobres, pero extremadamente sabios y virtuosos, que por ello eran más apreciados que sus congéneres ricos y poderosos. Entre los americanos no sucede así. Se burlan de sí mismos y se envanecen de sus hazañas. Es normal que el más pobre propietario de cualquier bar o restaurante tenga en la pared de su establecimiento un cartel que interpele con crueldad: "Si eres tan listo, ¿por qué no eres rico?"; pero también lo es que a su vez tenga una bandera americana plantada sobre un pisapapeles junto a la caja registradora.» (…)
«El americano, como todo ser humano, cree muchas cosas que obviamente son falsas −continuaba el librito−. De ellas, la más destructiva es su convencimiento de que cualquier americano puede hacer dinero con facilidad. Ignoran lo difícil que es hacerse rico, y, por lo tanto, aquellos que no lo consiguen no cesan de culparse. Y este sentimiento de culpabilidad ha sido de gran utilidad para los ricos y poderosos, que lo han considerado como una excusa para no tener que ayudar en absoluto a los pobres, llegando su desinterés a extremos que quizá no habían sido superados desde los tiempos de Napoleón.»
«América es una nación de novedades. La más sorprendente de todas, que además no tiene precedentes, es su gran masa de pobres indignos, que no se aman los unos a los otros porque tampoco se aman a sí mismos.»” (pp. 116-117)
“Casualmente, Trout había escrito un libro sobre un árbol que daba dinero. Tenía por hojas billetes de veinte dólares. Sus flores eran bonos del gobierno y sus frutos diamantes. Atraía a los seres humanos, que se mataban los unos a los otros al pie del árbol, fertilizándolo.
Así era.” (p. 148)
Antón P. Chejov
HISTORIA DE UNA ANGUILA Y OTRAS HISTORIAS.
Madrid, 1963, Espasa-Calpe.
“Muchos de los lectores conocen el talento extraordinario de Zapoikin para pronunciar discursos e improvisaciones en todas las circunstancias de la vida, como las bodas, aniversarios, entierros. Puede hablar a cualquier hora que convenga, medio dormido, en ayunas, borracho o con fiebre. Habla con extrema facilidad y abundancia, como un chorro de agua que brota de una cañería; en su vocabulario menudean palabras capaces de enternecer a una roca. Sus discursos son siempre elocuentes y largos; a veces, sobre todo en las bodas, hay que acudir a la policía para hacerle callar.” (p. 125)
[La cita pertenece al relato EL ORADOR.]
“El dependiente de la tienda, un francés algo obeso, pone delante de él los revólveres, sonríe respetuosamente y dice:
-Le aconsejo que elija este magnífico revólver sistema Smith y Wessor, el último adelanto de la ciencia. Es de triple acción, sistema central con extractor; alcanza hasta seiscientos pasos. Un revólver de moda… El de más venta; diariamente vendemos docenas que se emplean contra bandidos, lobos y amantes. El disparo es muy justo y fuerte; atraviesa a gran distancia a la mujer y al amante… En cuanto a especialidad para suicidios, no conozco mejor sistema.
El dependiente levanta y baja el gatillo, sopla encima de los cañones, apunta y hierve de entusiasmo. Diríase que él mismo se hubiera gustosamente pegado un tiro si fuese poseedor de aquel arma maravillosa.
-¿Cuál es su precio? –pregunta Sigaef.
-Cuarenta y cinco rublos.
-¡Hum!... Es demasiado caro para mí.
-En tal caso le ofreceré otro sistema más barato. Sírvase mirar por aquí. Tenemos armas para todos los gustos y precios. Por ejemplo, este revólver de sistema Lafoucheux no cuesta más que dieciocho rublos; pero,,, -el dependiente tuerce la boca con desprecio- es un sistema anticuado. Lo compran solamente los proletarios y los histéricos. Está considerado como de mal gusto el suicidarse o matar a su mujer con un revólver semejante… Un hombre que se respete no usa más que el Smith y Wessor.” (pp. 179-180)
[La cita pertenece al relato EL VENGADOR. Suponemos que la edición posee erratas y que el texto se refiere a la marca Smith y Wesson, y no a Smith y Wessor.]
HISTORIA DE UNA ANGUILA Y OTRAS HISTORIAS.
Madrid, 1963, Espasa-Calpe.
“Muchos de los lectores conocen el talento extraordinario de Zapoikin para pronunciar discursos e improvisaciones en todas las circunstancias de la vida, como las bodas, aniversarios, entierros. Puede hablar a cualquier hora que convenga, medio dormido, en ayunas, borracho o con fiebre. Habla con extrema facilidad y abundancia, como un chorro de agua que brota de una cañería; en su vocabulario menudean palabras capaces de enternecer a una roca. Sus discursos son siempre elocuentes y largos; a veces, sobre todo en las bodas, hay que acudir a la policía para hacerle callar.” (p. 125)
[La cita pertenece al relato EL ORADOR.]
“El dependiente de la tienda, un francés algo obeso, pone delante de él los revólveres, sonríe respetuosamente y dice:
-Le aconsejo que elija este magnífico revólver sistema Smith y Wessor, el último adelanto de la ciencia. Es de triple acción, sistema central con extractor; alcanza hasta seiscientos pasos. Un revólver de moda… El de más venta; diariamente vendemos docenas que se emplean contra bandidos, lobos y amantes. El disparo es muy justo y fuerte; atraviesa a gran distancia a la mujer y al amante… En cuanto a especialidad para suicidios, no conozco mejor sistema.
El dependiente levanta y baja el gatillo, sopla encima de los cañones, apunta y hierve de entusiasmo. Diríase que él mismo se hubiera gustosamente pegado un tiro si fuese poseedor de aquel arma maravillosa.
-¿Cuál es su precio? –pregunta Sigaef.
-Cuarenta y cinco rublos.
-¡Hum!... Es demasiado caro para mí.
-En tal caso le ofreceré otro sistema más barato. Sírvase mirar por aquí. Tenemos armas para todos los gustos y precios. Por ejemplo, este revólver de sistema Lafoucheux no cuesta más que dieciocho rublos; pero,,, -el dependiente tuerce la boca con desprecio- es un sistema anticuado. Lo compran solamente los proletarios y los histéricos. Está considerado como de mal gusto el suicidarse o matar a su mujer con un revólver semejante… Un hombre que se respete no usa más que el Smith y Wessor.” (pp. 179-180)
[La cita pertenece al relato EL VENGADOR. Suponemos que la edición posee erratas y que el texto se refiere a la marca Smith y Wesson, y no a Smith y Wessor.]
Thomas Mann
LOS BUDDENBROOK
Barcelona, 2005, Edhasa.
“-Nosotros, la burguesía, el tercer Estado, como se nos ha venido llamando hasta ahora, queremos que un noble lo sea solamente por sus méritos; nos negamos a reconocer como a tal a un holgazán y rechazamos la distribución actual en estamentos…, ¡queremos que todos los hombres sean libres e iguales, que nadie esté supeditado a una persona, sino que todos seamos súbditos de una misma ley…! ¡Deben abolirse los privilegios y los despotismos…! ¡Todos hemos de ser hijos del Estado con igualdad de derechos; y de la misma manera que no existe ya mediador alguno entre el profano y Dios, así el burgués no debe admitir obstáculos entre él y el Estado…! ¡Queremos libertad de Prensa, de industria y de comercio…! ¡Queremos que todos los hombres puedan competir mutuamente, sin privilegios, y que sus méritos sean sus coronas…! (…) No puede ser escrita ninguna verdad, ni enseñada, por si se diera el caso de que no coincidiera con el orden de cosas establecido… ¿Comprende usted? La verdad es reprimida, no puede ser expresada… y ¿por qué? Pues porque así lo dispone un poder absurdo…, anacrónico, caduco, que, como sabe todo el mundo, tarde o temprano ha de ser barrido…” (p. 144)
“El director Wulicke era un hombre terrible, y había sucedido al jovial y sociable viejo que falleció alrededor del año setenta y uno y bajo cuyo mandato estuvieron el padre y el tío de Hanno. El doctor Wulicke, que era entonces profesor de un instituto prusiano, le remplazó y con él entró un nuevo espíritu en la escuela. Donde antaño se consideraba la educación clásica como el primordial objetivo, conquistado a fuerza de calma, diligencia y alegre idealismo, habían alcanzado ahora la máxima autoridad las ideas del Imperio. Deber, poder, servicio, carrera y «el imperativo categórico de nuestro filósofo Kant» era la bandera que el director Wulicke desplegaba, amenazadora, en todos sus discursos de solemnidad. La escuela se había convertido en un Estado dentro del Estado, en el cual reinaban la disciplina y la rigidez prusianas hasta el punto de que no ya los maestros, sino también los alumnos, se sentían como una especie de funcionarios sin más finalidad que el propio mejoramiento, pendientes del informe de la potestad suprema. Poco después de la entrada del nuevo director habíase empezado la reconstrucción y modernización del establecimiento, a base de los últimos adelantos en materia de estética e higiene, y todo se había resuelto a pedir de boca. Únicamente cabía preguntarse si antes, con menos perfeccionamientos modernos y un poco más de bondad, alegría, tolerancia y libertad, aquellas aulas no habían sido más simpáticas y eficaces.
Personalmente, el doctor Wulicke tenía mucho de la naturaleza pavorosa, enigmática, ambigua, obstinada y celosa del Dios del Antiguo Testamento. Tan terrible era risueño como encolerizado. La ilimitada autoridad que tenía en sus manos, le hacía extremadamente veleidoso e insondable. Era capaz de decir un chiste y enfurecerse si el interlocutor se reía. Ninguno de sus amedrentados alumnos sabía cómo comportarse ante él. No quedaba otro recurso que admirarle de pies a cabeza. Y, con una humildad sin límites, detener la tremenda cólera justiciera que amenazaba aplastarles.” (p. 714-715)
LOS BUDDENBROOK
Barcelona, 2005, Edhasa.
“-Nosotros, la burguesía, el tercer Estado, como se nos ha venido llamando hasta ahora, queremos que un noble lo sea solamente por sus méritos; nos negamos a reconocer como a tal a un holgazán y rechazamos la distribución actual en estamentos…, ¡queremos que todos los hombres sean libres e iguales, que nadie esté supeditado a una persona, sino que todos seamos súbditos de una misma ley…! ¡Deben abolirse los privilegios y los despotismos…! ¡Todos hemos de ser hijos del Estado con igualdad de derechos; y de la misma manera que no existe ya mediador alguno entre el profano y Dios, así el burgués no debe admitir obstáculos entre él y el Estado…! ¡Queremos libertad de Prensa, de industria y de comercio…! ¡Queremos que todos los hombres puedan competir mutuamente, sin privilegios, y que sus méritos sean sus coronas…! (…) No puede ser escrita ninguna verdad, ni enseñada, por si se diera el caso de que no coincidiera con el orden de cosas establecido… ¿Comprende usted? La verdad es reprimida, no puede ser expresada… y ¿por qué? Pues porque así lo dispone un poder absurdo…, anacrónico, caduco, que, como sabe todo el mundo, tarde o temprano ha de ser barrido…” (p. 144)
“El director Wulicke era un hombre terrible, y había sucedido al jovial y sociable viejo que falleció alrededor del año setenta y uno y bajo cuyo mandato estuvieron el padre y el tío de Hanno. El doctor Wulicke, que era entonces profesor de un instituto prusiano, le remplazó y con él entró un nuevo espíritu en la escuela. Donde antaño se consideraba la educación clásica como el primordial objetivo, conquistado a fuerza de calma, diligencia y alegre idealismo, habían alcanzado ahora la máxima autoridad las ideas del Imperio. Deber, poder, servicio, carrera y «el imperativo categórico de nuestro filósofo Kant» era la bandera que el director Wulicke desplegaba, amenazadora, en todos sus discursos de solemnidad. La escuela se había convertido en un Estado dentro del Estado, en el cual reinaban la disciplina y la rigidez prusianas hasta el punto de que no ya los maestros, sino también los alumnos, se sentían como una especie de funcionarios sin más finalidad que el propio mejoramiento, pendientes del informe de la potestad suprema. Poco después de la entrada del nuevo director habíase empezado la reconstrucción y modernización del establecimiento, a base de los últimos adelantos en materia de estética e higiene, y todo se había resuelto a pedir de boca. Únicamente cabía preguntarse si antes, con menos perfeccionamientos modernos y un poco más de bondad, alegría, tolerancia y libertad, aquellas aulas no habían sido más simpáticas y eficaces.
Personalmente, el doctor Wulicke tenía mucho de la naturaleza pavorosa, enigmática, ambigua, obstinada y celosa del Dios del Antiguo Testamento. Tan terrible era risueño como encolerizado. La ilimitada autoridad que tenía en sus manos, le hacía extremadamente veleidoso e insondable. Era capaz de decir un chiste y enfurecerse si el interlocutor se reía. Ninguno de sus amedrentados alumnos sabía cómo comportarse ante él. No quedaba otro recurso que admirarle de pies a cabeza. Y, con una humildad sin límites, detener la tremenda cólera justiciera que amenazaba aplastarles.” (p. 714-715)
Antón Chejov
UNA HISTORIA ABURRIDA Y OTROS CUENTOS.
Donostia-San Sebastíán, 2004, Tabula rasa.
“Albergar un mal sentimiento contra las personas corrientes por no ser unos héroes es digno de una persona de mente limitada o enfurecida.” (p. 28)
“Sentado en mi gabinete, inclinado ante una mesa sobre un libro o un preparado está Piotr Ignátievich, hombre trabajador, modesto, pero falto de talento, tiene treinta y cinco años, pero ya está calvo y tripudo. Trabaja desde la mañana hasta la noche, lee infinidad de libros, recuerda perfectamente todo cuanto ha leído y en ese sentido vale lo que pesa, pero en todo lo restante es un caballo de carga o bien, como suele decirse, un sabio zoquete. Los rasgos que diferencian a un caballo de carga de aquellos que poseen talento son los siguientes: su horizonte intelectual es limitado y sólo incluye su especialidad; al margen de ella es como un niño.” (p. 31)
UNA HISTORIA ABURRIDA Y OTROS CUENTOS.
Donostia-San Sebastíán, 2004, Tabula rasa.
“Albergar un mal sentimiento contra las personas corrientes por no ser unos héroes es digno de una persona de mente limitada o enfurecida.” (p. 28)
“Sentado en mi gabinete, inclinado ante una mesa sobre un libro o un preparado está Piotr Ignátievich, hombre trabajador, modesto, pero falto de talento, tiene treinta y cinco años, pero ya está calvo y tripudo. Trabaja desde la mañana hasta la noche, lee infinidad de libros, recuerda perfectamente todo cuanto ha leído y en ese sentido vale lo que pesa, pero en todo lo restante es un caballo de carga o bien, como suele decirse, un sabio zoquete. Los rasgos que diferencian a un caballo de carga de aquellos que poseen talento son los siguientes: su horizonte intelectual es limitado y sólo incluye su especialidad; al margen de ella es como un niño.” (p. 31)
“Cuando antes tenía la ambición de comprender a alguien o a mí mismo, tomaba en consideración no los actos, donde todo es convencional, sino los deseos. Dime lo que quieres y te diré quién eres.” (p. 93)
[Las citas pertenecen al relato Una historia aburrida.]
[Las citas pertenecen al relato Una historia aburrida.]
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