jueves, 25 de junio de 2015


Susan George
EL INFORME LUGANO II
Barcelona, 2013, Deusto.



“Las agencias de calificación también han ejercido una influencia desmesurada y cada vez mayor sobre el desarrollo de los acontecimientos. Estas sociedades privadas, que compiten entre sí, se disputan a los clientes dispuestos a pagar jugosas comisiones para que califiquen sus obligaciones, derivados u otros productos financieros, ya que se trata de una condición indispensable para lanzarlos al mercado. Así pues, las agencias están muy tentadas a estampar la excelente calificación AAA a todo tipo de títulos dudosos que luego los emisores podrán vender a continuación con extrema facilidad.
   Los títulos denominados tóxicos, generalmente derivados, se hicieron famosos a partir de 2008. Pero los grandes bancos todavía tienen en su poder miles de millones en distintos derivados que fácilmente podrían llevar a otro desastre. Lehman Brothers se hundió a causa de su exposición a los derivados, aunque la mayor parte de ellos habían sido calificados como AAA.” (p. 79)

“Los comunes mortales –funcionarios, asalariados y similares, jubilados, estudiantes, agricultores, entre otros– están constatando una disminución en sus ingresos y en su poder adquisitivo y una reducción de los servicios públicos que tanto necesitan. Los gobiernos se han acostumbrado a recordarles a sus ciudadanos (elegir según el caso: los griegos, los portugueses, los españoles, los franceses…) todos los días: «… vivíamos por encima de nuestras posibilidades».
   Eso es mentira. Sin embargo, como la mayoría de las personas se imaginan que el presupuesto de una familia y el de un Estado obedecen a las mismas reglas, y como saben por experiencia personal que una familia no puede vivir durante mucho tiempo por encima de sus posibilidades sin tener graves problemas, esta mentira les parece creíble. La Comisión Europea lo sabe y, en casos así, puede imponer medidas que en otros tiempos desatarían la ira popular.” (p. 127)

“Siempre que tienen la ocasión, ya sea en debates televisivos o en las sesiones plenarias del Congreso o del Parlamento Europeo, los expertos repiten incansablemente que cuantos menos impuestos, más inversiones y, por tanto, más empleos. No aportan pruebas que lo demuestren, probablemente porque no las hay: se contentan con afirmarlo. Y a veces incluso así funciona, como suele suceder con la propaganda.” (p. 132)

“Por tanto, a modo de recapitulación (…) exponemos a continuación las razones por las que los ricos están ganando la guerra de clases en todo Occidente:

1. No se les ha impuesto ninguna regulación rigurosa en ningún ámbito. Al menos, nada comparable al New Deal por su envergadura o campo de acción. La acción pública está en gran medida paralizada.
2. Los bancos son otra vez los encargados de hacer política y, en cuanto comenzó la crisis, los banqueros utilizaron el dinero público de los rescates para pagar sus aumentos de sueldo y sus fastuosas bonificaciones. En la actualidad, antiguos banqueros, ahora llamados tecnócratas dirigen algunos de los países que han pecado más, y podemos estar seguros de que velarán por que estos países sigan pagando su deuda con cómodos tipos de interés.
3. Los productos financieros siguen proliferando, y algunos de ellos, en particular las divisas y los derivados, se negocian en volúmenes considerablemente mayores que en el pasado. El flash trading automático, con sus decenas de millones de operaciones en pocos microsegundos, ha sido recibido con los brazos abiertos como si fuera tan seguro como los métodos clásicos.
4. Los paraísos fiscales no sólo siguen funcionando sino que prosperan. Prácticamente no se ha hecho nada para aclarar la opacidad de estas jurisdicciones del secreto y, a pesar de que algún que otro empleado descontento ha vendido listados de clientes a las autoridades nacionales, la cobertura que los protege es más sólida que nunca gracias a la seudorregulación.
5. El número de superricos y la dimensión de sus fortunas individuales y conjuntas no sólo se han recuperado de la crisis, sino que han aumentado manifiestamente.
6. En su gran mayoría, los costes de la crisis recaen sobre los ciudadanos de a pie. Evidentemente, no lo diríamos en público, pero la crisis trae consigo una innovación sorprendente, pues supone una inversión de la moral tradicional. No pretendemos predicar moralidad, tradicional o de otro tipo; simplemente señalamos que los culpables han sido recompensados y los inocentes, castigados. Tal vez sea éste el aspecto más visible y más imprevisto de todo lo que ha sucedido desde el comienzo de la crisis.” (pp. 134-135)