jueves, 4 de julio de 2019

Wade Davis
EL RÍO: exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica (III)
Valencia, 2005, Pre-Textos.

 


“Durante los cuatro meses anteriores había estado en la selva la mayor parte del tiempo, pero sólo había recolectado treinta plantas. Tal vacío era para él no sólo fuera de lo común, sino perturbador. Era el primer botánico que había viajado a esa parte del Amazonas. Todos los días, caminando, veía plantas desconocidas para la ciencia. Hubo momentos en la trocha en que se tapaba la cara con las manos sólo para no ver otra nueva especie que no podía recolectar.” (pág. 379).

“Trazar el mapa del río era asunto relativamente sencillo. Varias veces al día, Schultes caminaba un kilómetro por la ribera y marcaba cada extremo con una bandera blanca. Al medir cuánto le llevaba al bote esa distancia, podía calcular la velocidad de las aguas. Se orientaba con una brújula de mano, y conociendo ya la corriente, podía calcular la distancia entre dos puntos a medida que el río cambiaba de dirección. Era una técnica tosca y tediosa, pero el resultado fue sorprendentemente aproximado. Su mapa sería el más exacto durante cinco años hasta que, con el advenimiento de la fotografía aérea, se le hicieron varias pequeñas modificaciones.” (pp. 387-388)

“Era taiwano, una de las dos etnias del río, y a la mañana siguiente guió a Schultes y su gente en el ascenso del Kananarí, a lo largo de riberas planas y bajas, pasando por un puesto cauchero abandonado mucho antes y cubierto por la maleza, y entre el primero de tres raudales que bloqueaban el río a treinta kilómetros de la boca. Pasaron la noche en un pequeño poblado de los indios kabuyarí en el caño Paco, en una maloca decorada con complicados motivos abstractos pintados con amarillos, rojos, ocres y negros hechos con pigmentos de hojas, tierra y raíces. Las imágenes recordaban los petroglifos grabados por sus antepasados en piedras y en el lecho del Kananarí, dibujos que se decía representaban visiones del yagé vividas por los dioses.” (p. 388)

“El jefe le había confirmado que esas plantas no se encontraban en ninguna otra parte de la selva. Habían sido sembradas en las riberas rocosas antes de que el hombre viniera a la tierra desde la Vía Láctea, cuando, en las batallas de los dioses, los contendientes formaron cataratas como bastiones en su lucha por conquistar el mundo.
  El jefe indígena también le advirtió sobre los raudales de Jirijirimo. (…) Corría el rumor de que había muchas más aguas abajo de la gran catarata, pero el jefe nunca había estado allá y no tenía la intención de ir. Jirijirimo era un lugar lleno de peligros. Había almas de chamanes muertos entre las grandes piedras, los riscos tenían cara de espíritus y demonios, los remolinos se tragaban montañas y llevaban al oscuro centro del mundo.” (p. 389)

[Richard Evans Schultes fue un eminente etnobotánico estadounidense, conocido, entre otros logros, por la exploración de la Amazonia colombiana y por sus investigaciones de campo sobre la flora alucinógena de la zona. Muchos especialistas lo consideran el Linneo del siglo XX. El libro citado es un homenaje al ingente trabajo de Schultes.]

Mohamed Chukri
EL PAN DESNUDO
Madrid, 2000, Debate.



“Era una noche maravillosa. Había luna llena y la temperatura era ideal.
  -Ella me quiere, ¿sabes? Hasta es capaz de matarse si yo se lo pido. A veces le pego hasta hacerla sangrar. Se va muy enfadada, pero a los dos días ya está otra vez conmigo. Siempre me dice que va a ser la última vez, pero vuelve.
  -¿Y tú la quieres?
  -¡Yo qué sé! Me acostumbré a ella. Si el amor es costumbre, entonces la quiero.
  -Y ¿por qué le pegas si la quieres?
  Nos paramos, descorchó una botella y bebimos unos tragos.
  -Yo creo que debe de ser algo masoquista. Me lleva la contraria.
  Pensé que Tafersiti se comportaba ya como un hombre con una mujer.
  -Tienes suerte -le dije.
  -¿Por qué?
  -Porque tienes una mujer que te hace compañía, a la que, además, le pegas cuando quieres.
  -Tú también tendrás alguna mujer.
  -Puede ser.
  -Si quieres, te la proporciono.” (pp. 67-68)

“Si hay alguien a quien desearía la muerte, ése sería mi padre. Incluso odiaba a los que se parecían a él y no recuerdo cuántas veces lo habré matado imaginariamente. Sólo me restaba matarlo de verdad.” (p. 71)

Irène Némirovsky
EL MAESTRO DE ALMAS
Barcelona, 2009, Salamandra.



"¡Cómo admiraba a Sylvie Wardes! Cómo rondaba deslumbrado ante el umbral no sólo de su riqueza, sino también de bienes que hasta entonces sólo conocía de nombre: la dignidad, el desinterés, una educación exquisita, el orgullo que aniquila el mal haciéndole caso omiso. Eso era lo que había ido a buscar a Europa, se decía Dario. Eso, y no sólo el dinero o el éxito, no solamente una vida más cómoda, de mullidas camas, buena ropa y comida diaria. «Sí, a todos vosotros que me despreciáis, franceses ricos, franceses felices: lo que yo quería era vuestra cultura, vuestra moral, vuestras virtudes, cuanto es más noble que yo, diferente de mí, diferente del lodo en que nací.»" (p. 65)


Kenzaburo Oé
ARRANCAD LAS SEMILLAS, FUSILAD A LOS NIÑOS
Barcelona, 2002, Anagrama.



“Los cadetes nos miraron de reojo al oír nuestros vítores, pero siguieron firmes y callados. Iban armados con sables cortos. Sus rostros duros, de labios entreabiertos, y las bien formadas cabezas, que mantenían muy erguidas, les daban el hermoso aspecto de los caballos bien domados. Siempre dando vítores, nos detuvimos a un metro escaso de ellos y los contemplamos. Ninguno de los nuestros les dirigió la palabra, y ellos, que parecían exhaustos, guardaban silencio con aire grave. La luz del atardecer, que se filtraba a través de los árboles que cubrían la ladera, los iluminaba suavemente realzando sus contornos. De los cuerpos de aquellos jóvenes extrañamente silenciosos emanaba, como un olor corporal, una fuerza intensa y cautivadora. En aquel momento resultaban mucho más atractivos que cuando cavaban en los bosques para sacar raíces de pino, de las que se obtenía por destilación una resina densa, pegajosa y aromática, o paseaban por las ciudades con sus brillantes uniformes y charlando de cosas intrascendentes.
   –¿Sabes una cosa? –me dijo Minami, que había acercado su cabeza a la mía hasta el punto de que sus labios casi me rozaban la oreja–. Si me lo pidieran, me acostaría con cualquiera de ellos a cambio de un poco de comida, aunque se me reventaran las almorranas y me dejaran el ojete hinchado y escaldado.
  Tenía los ojos brillantes y suspiraba mientras contemplaba las nalgas robustas y levemente separadas de los cadetes. Sin duda, se le hacía la boca agua.
   –Me pillaron cuando estaba acostado con un soldado –dijo, y añadió, en tono de sincera
indignación–: ¡Me llamaron puto!
   –¡Qué cara! –dije–. ¡No pueden llamarte puto por acostarte con un soldado a cambio de un poco de comida! Lo que pasa es que no les gustan los maricas, y por eso los detienen, aunque no sean putos.” (pp. 18-19)