jueves, 4 de julio de 2019


Kenzaburo Oé
ARRANCAD LAS SEMILLAS, FUSILAD A LOS NIÑOS
Barcelona, 2002, Anagrama.



“Los cadetes nos miraron de reojo al oír nuestros vítores, pero siguieron firmes y callados. Iban armados con sables cortos. Sus rostros duros, de labios entreabiertos, y las bien formadas cabezas, que mantenían muy erguidas, les daban el hermoso aspecto de los caballos bien domados. Siempre dando vítores, nos detuvimos a un metro escaso de ellos y los contemplamos. Ninguno de los nuestros les dirigió la palabra, y ellos, que parecían exhaustos, guardaban silencio con aire grave. La luz del atardecer, que se filtraba a través de los árboles que cubrían la ladera, los iluminaba suavemente realzando sus contornos. De los cuerpos de aquellos jóvenes extrañamente silenciosos emanaba, como un olor corporal, una fuerza intensa y cautivadora. En aquel momento resultaban mucho más atractivos que cuando cavaban en los bosques para sacar raíces de pino, de las que se obtenía por destilación una resina densa, pegajosa y aromática, o paseaban por las ciudades con sus brillantes uniformes y charlando de cosas intrascendentes.
   –¿Sabes una cosa? –me dijo Minami, que había acercado su cabeza a la mía hasta el punto de que sus labios casi me rozaban la oreja–. Si me lo pidieran, me acostaría con cualquiera de ellos a cambio de un poco de comida, aunque se me reventaran las almorranas y me dejaran el ojete hinchado y escaldado.
  Tenía los ojos brillantes y suspiraba mientras contemplaba las nalgas robustas y levemente separadas de los cadetes. Sin duda, se le hacía la boca agua.
   –Me pillaron cuando estaba acostado con un soldado –dijo, y añadió, en tono de sincera
indignación–: ¡Me llamaron puto!
   –¡Qué cara! –dije–. ¡No pueden llamarte puto por acostarte con un soldado a cambio de un poco de comida! Lo que pasa es que no les gustan los maricas, y por eso los detienen, aunque no sean putos.” (pp. 18-19)