jueves, 27 de agosto de 2020

Joël Dicker
LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (III)
Barcelona, 2015, Penguin Random House.



“El plazo era muy corto pero el tiempo apremiaba: el sábado de la semana siguiente se celebraría el baile de verano y toda la ciudad, boquiabierta y envidiosa, vería a su Jenny en brazos del gran escritor. (…) ¡Ay, qué felicidad! Su hija le había dado tantas preocupaciones: hubiese podido caer en brazos de un camionero de paso. O peor: de un socialista. O peor aún: ¡de un negro! Ese pensamiento le provocó un estremecimiento: su Jenny con un negro horrible. La angustia la invadió de repente: muchos grandes escritores eran judíos. ¿Y si Quebert era judío? ¡Qué horror! ¡Quizás hasta era un judío socialista! Lamentó que los judíos pudiesen tener la piel blanca porque eso los hacía invisibles. Al menos, los negros tenían la honestidad de ser negros, para que se los pudiese identificar claramente. Pero los judíos eran unos hipócritas. Notó pinchazos en el vientre y un nudo en el estómago. Desde el caso Rosenberg, tenía un miedo atroz a los judíos. Estaba comprobado que fueron los que entregaron la bomba atómica a los soviéticos. ¿Cómo saber si Quebert era judío?” (pp. 269-270)

Adam Hochschild
PARA ACABAR CON TODAS LAS GUERRAS (III)
Barcelona, 2013, Península.



“En Gran Bretaña, los voluntarios seguían abarrotando las oficinas de reclutamiento, aunque se había disipado la euforia de las primeras semanas de la guerra, y seguía habiendo en el ambiente una fuerte presión social para alistarse. En un teatro de Londres se representaba una obra titulada The Man Who Stayed at Home. Había mujeres en las esquinas de las calles entregando plumas blancas, un antiguo símbolo de cobardía, a los jóvenes que no vestían el uniforme.” (p. 240)
[La citada obra, escrita por J. E. Harold Terry y Lechmere Worrall, se estrenó el 10 de diciembre de 1914.]

“En Inglaterra, donde los bombardeos alemanes y la sensación de que se avecinaba una gran batalla mantenían en ebullición el fervor chovinista, muchas personas que tenían nombres alemanes juzgaron oportunos cambiárselos, incluida la familia real. Como la reina Victoria se había casado con un príncipe alemán, la monarquía británica era oficialmente la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha. El 17 de julio de 1917 (…) un comunicado del palacio de Buckingham anunció que, a partir de aquel momento, se conocería a la familia como la casa de Windsor.  Se cuenta que cuando el káiser Guillermo II se enteró de la noticia, comentó que iba al teatro a ver una representación de Las alegres comadres de Sajonia-Coburgo-Gotha.” (p. 419)
[Se trata, evidentemente, de un chiste a propósito de la obra de Shakespeare Las alegres comadres de Windsor.]

lunes, 24 de agosto de 2020

Joël Dicker
LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (II)
Barcelona, 2015, Penguin Random House.


“Existe, en el camino de Montburry, un pequeño lago conocido en toda la región y que, durante los calurosos días de verano, es invadido por familias y campamentos infantiles. El lugar es tomado al asalto desde por la mañana: las praderas se cubren de toallas de playa y de sombrillas bajo las que se parapetan los padres mientras sus hijos chapotean ruidosamente en un agua verdosa y calentorra, espumosa en los lugares donde la corriente acumula los desechos de los domingueros. El ayuntamiento de Montburry hizo un esfuerzo por acondicionar la orilla del lago después de que hace dos años un niño pisara una jeringuilla usada. Se colocaron mesas de merendero y barbacoas para evitar la multiplicación de hogueras salvajes que daban al prado un aspecto de paisaje lunar, el número de papeleras aumentó considerablemente, se instalaron servicios prefabricados y el aparcamiento, que linda con el bosque del lado, acaba de ser ampliado y asfaltado. Además, de junio a agosto un equipo de mantenimiento procede diariamente a limpiar las praderas de residuos, preservativos y excrementos caninos.
(…)
Erne Pinkas dice que ese lago ilustra bien la decadencia que afecta a Estados Unidos y al mundo en general. Hace treinta años, al lago no iba casi nadie. Era de difícil acceso: había que dejar el coche en el borde de la carretera, atravesar una parte del bosque y caminar media milla larga a través de las altas hierbas y los rosales salvajes. Pero el esfuerzo valía la pena: el lago era magnífico, estaba cubierto de nenúfares rosas y bordeado por inmensos sauces llorones. A través del agua transparente, se podía ver el reflejo de los bancos de percas doradas que las garzas grises pescaban apostándose en los juncos. En uno de los costados, había incluso una playita de arena gris.” (pp. 263-264)



Adam Hochschild
PARA ACABAR CON TODAS LAS GUERRAS (II)
Barcelona, 2013, Península.


“(Cuando después de la guerra se hizo un recuento definitivo de los muertos, este revelaría que en los campos habían muerto 27.927 bóers, casi todos ellos mujeres y niños, más del doble de la cifra de soldados bóers muertos en combate.)” (p. 80)

“Como todas las guerras de la nación de las que se tenía memoria habían sido victoriosas, muchos británicos influyentes esperaban que una campaña enérgica en Europa fuera un oportuno refuerzo para un país que corría peligro de ablandarse. «La paz puede arruinar, y ha arruinado, muchas nacionalidades con su exceso de todo excepto aquellos tónicos de la privación y el sacrificio. Pero la guerra más dura causa pocos daños prácticos», escribió un comentarista en el Daily Mail en 1912.” (p.126)
[La última cita está referida a los prolegómenos de la I Guerra Mundial.]

Joël Dicker
LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (I)
Barcelona, 2015, Penguin Random House.


“Un jueves por la mañana de finales de octubre, Harry Quebert empezó su clase más o menos así: «Señoras y señores, todos andamos muy revueltos por lo que está pasando en Washington, ¿verdad? El caso Lewinsky… Sepan que desde George Washington, en toda la historia de los Estados Unidos de América han existido dos causas para poner fin a un mandato presidencial: ser un destacado rufián, como Richard Nixon, o morir. Y, hasta hoy, nueve presidentes han visto interrumpido su mandato por una de estas dos razones: Nixon dimitió y los ocho restantes se murieron, la mitad de ellos asesinados. Pero he aquí que a esta lista podría añadirse una tercera causa: la felación. La relación bucal, el francés, el chupa chupa, la mamada. Y cada uno de nosotros debe preguntarse si nuestro poderoso Presidente, cuando tiene el pantalón bajado hasta las rodillas, sigue siendo nuestro poderoso Presidente. Porque eso es lo que apasiona a América: las historias de sexo, las historias de moral. América es el paraíso de la pija. Y ya verán ustedes, de aquí a unos años nadie recordará que el señor Clinton levantó nuestra desastrosa economía, gobernó de forma experta con una mayoría republicana en el Senado o hizo que Rabin y Arafat se estrecharan la mano. En cambio, todo el mundo recordará el caso Lewinsky, porque las mamadas, señoras y señores, permanecen grabadas en la memoria. Bueno, a nuestro Presidente le gusta que le purguen de vez en cuando. ¿Y qué? Seguramente no es el único. ¿A quién de esta sala también le gusta?».
    Tras estas palabras, Harry se interrumpió y escrutó el auditorio. Hubo un largo silencio: la mayoría de los estudiantes empezó a mirarse los zapatos. Jared, sentado a mi lado, cerró incluso los ojos para no cruzarse con su mirada. Yo levanté la mano. Estaba sentado en las últimas filas, y Harry, señalándome con el dedo, declaró dirigiéndose a mí:
  —Levántese, mi joven amigo. Levántese para que le vean bien y dígame en qué está pensando.
  —Me gustan mucho las mamadas, señor. Me llamo Marcus Goldman y me gusta que me la chupen. Como a nuestro querido Presidente.
  Harry se bajó las gafas de lectura y me miró con aire divertido. Más tarde me confesó: «Ese día, cuando le vi, Marcus, cuando vi a ese joven orgulloso, de cuerpo sólido, de pie ante su silla, me dije: Dios mío, he aquí un hombre de verdad». En aquel momento, simplemente me preguntó:
  —Díganos, joven: ¿le gusta que se la chupen los chicos o las chicas?
  —Las chicas, profesor Quebert. Soy un buen heterosexual y un buen americano. Dios bendiga a nuestro Presidente, al sexo y a América.
  El auditorio, pasmado, se echó a reír y aplaudió. Harry estaba encantado. Explicó, dirigiéndose a mis compañeros:
  —Ya ven, a partir de ahora nadie mirará a este pobre chico de la misma forma. Todo el mundo pensará: ése es el cerdo asqueroso al que le gustan las mamadas. Y poco importarán sus talentos, poco importarán sus cualidades, será para siempre «Señor Mamada» —se giró de nuevo en mi dirección—. Señor Mamada, ¿podría explicarnos ahora por qué ha realizado tales confidencias mientras sus compañeros han tenido el buen gusto de callarse?
  —Porque en el paraíso de la pilila, profesor Quebert, el sexo puede hundirte, pero también propulsarte hasta la cima. Y ahora que todo el auditorio tiene puestos sus ojos en mí, tengo el placer de informarles que escribo cuentos muy buenos que se publican en la revista de la universidad, que venderé a la salida de la clase por cinco dólares de nada el ejemplar.” (pp. 102-103)