Joël Dicker
LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (III)
Barcelona, 2015, Penguin Random House.
“El plazo era muy corto pero el tiempo apremiaba: el sábado de la semana siguiente se celebraría el baile de verano y toda la ciudad, boquiabierta y envidiosa, vería a su Jenny en brazos del gran escritor. (…) ¡Ay, qué felicidad! Su hija le había dado tantas preocupaciones: hubiese podido caer en brazos de un camionero de paso. O peor: de un socialista. O peor aún: ¡de un negro! Ese pensamiento le provocó un estremecimiento: su Jenny con un negro horrible. La angustia la invadió de repente: muchos grandes escritores eran judíos. ¿Y si Quebert era judío? ¡Qué horror! ¡Quizás hasta era un judío socialista! Lamentó que los judíos pudiesen tener la piel blanca porque eso los hacía invisibles. Al menos, los negros tenían la honestidad de ser negros, para que se los pudiese identificar claramente. Pero los judíos eran unos hipócritas. Notó pinchazos en el vientre y un nudo en el estómago. Desde el caso Rosenberg, tenía un miedo atroz a los judíos. Estaba comprobado que fueron los que entregaron la bomba atómica a los soviéticos. ¿Cómo saber si Quebert era judío?” (pp. 269-270)
LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (III)
Barcelona, 2015, Penguin Random House.
“El plazo era muy corto pero el tiempo apremiaba: el sábado de la semana siguiente se celebraría el baile de verano y toda la ciudad, boquiabierta y envidiosa, vería a su Jenny en brazos del gran escritor. (…) ¡Ay, qué felicidad! Su hija le había dado tantas preocupaciones: hubiese podido caer en brazos de un camionero de paso. O peor: de un socialista. O peor aún: ¡de un negro! Ese pensamiento le provocó un estremecimiento: su Jenny con un negro horrible. La angustia la invadió de repente: muchos grandes escritores eran judíos. ¿Y si Quebert era judío? ¡Qué horror! ¡Quizás hasta era un judío socialista! Lamentó que los judíos pudiesen tener la piel blanca porque eso los hacía invisibles. Al menos, los negros tenían la honestidad de ser negros, para que se los pudiese identificar claramente. Pero los judíos eran unos hipócritas. Notó pinchazos en el vientre y un nudo en el estómago. Desde el caso Rosenberg, tenía un miedo atroz a los judíos. Estaba comprobado que fueron los que entregaron la bomba atómica a los soviéticos. ¿Cómo saber si Quebert era judío?” (pp. 269-270)