lunes, 24 de agosto de 2020

Joël Dicker
LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (I)
Barcelona, 2015, Penguin Random House.


“Un jueves por la mañana de finales de octubre, Harry Quebert empezó su clase más o menos así: «Señoras y señores, todos andamos muy revueltos por lo que está pasando en Washington, ¿verdad? El caso Lewinsky… Sepan que desde George Washington, en toda la historia de los Estados Unidos de América han existido dos causas para poner fin a un mandato presidencial: ser un destacado rufián, como Richard Nixon, o morir. Y, hasta hoy, nueve presidentes han visto interrumpido su mandato por una de estas dos razones: Nixon dimitió y los ocho restantes se murieron, la mitad de ellos asesinados. Pero he aquí que a esta lista podría añadirse una tercera causa: la felación. La relación bucal, el francés, el chupa chupa, la mamada. Y cada uno de nosotros debe preguntarse si nuestro poderoso Presidente, cuando tiene el pantalón bajado hasta las rodillas, sigue siendo nuestro poderoso Presidente. Porque eso es lo que apasiona a América: las historias de sexo, las historias de moral. América es el paraíso de la pija. Y ya verán ustedes, de aquí a unos años nadie recordará que el señor Clinton levantó nuestra desastrosa economía, gobernó de forma experta con una mayoría republicana en el Senado o hizo que Rabin y Arafat se estrecharan la mano. En cambio, todo el mundo recordará el caso Lewinsky, porque las mamadas, señoras y señores, permanecen grabadas en la memoria. Bueno, a nuestro Presidente le gusta que le purguen de vez en cuando. ¿Y qué? Seguramente no es el único. ¿A quién de esta sala también le gusta?».
    Tras estas palabras, Harry se interrumpió y escrutó el auditorio. Hubo un largo silencio: la mayoría de los estudiantes empezó a mirarse los zapatos. Jared, sentado a mi lado, cerró incluso los ojos para no cruzarse con su mirada. Yo levanté la mano. Estaba sentado en las últimas filas, y Harry, señalándome con el dedo, declaró dirigiéndose a mí:
  —Levántese, mi joven amigo. Levántese para que le vean bien y dígame en qué está pensando.
  —Me gustan mucho las mamadas, señor. Me llamo Marcus Goldman y me gusta que me la chupen. Como a nuestro querido Presidente.
  Harry se bajó las gafas de lectura y me miró con aire divertido. Más tarde me confesó: «Ese día, cuando le vi, Marcus, cuando vi a ese joven orgulloso, de cuerpo sólido, de pie ante su silla, me dije: Dios mío, he aquí un hombre de verdad». En aquel momento, simplemente me preguntó:
  —Díganos, joven: ¿le gusta que se la chupen los chicos o las chicas?
  —Las chicas, profesor Quebert. Soy un buen heterosexual y un buen americano. Dios bendiga a nuestro Presidente, al sexo y a América.
  El auditorio, pasmado, se echó a reír y aplaudió. Harry estaba encantado. Explicó, dirigiéndose a mis compañeros:
  —Ya ven, a partir de ahora nadie mirará a este pobre chico de la misma forma. Todo el mundo pensará: ése es el cerdo asqueroso al que le gustan las mamadas. Y poco importarán sus talentos, poco importarán sus cualidades, será para siempre «Señor Mamada» —se giró de nuevo en mi dirección—. Señor Mamada, ¿podría explicarnos ahora por qué ha realizado tales confidencias mientras sus compañeros han tenido el buen gusto de callarse?
  —Porque en el paraíso de la pilila, profesor Quebert, el sexo puede hundirte, pero también propulsarte hasta la cima. Y ahora que todo el auditorio tiene puestos sus ojos en mí, tengo el placer de informarles que escribo cuentos muy buenos que se publican en la revista de la universidad, que venderé a la salida de la clase por cinco dólares de nada el ejemplar.” (pp. 102-103)