Joël
Dicker
LA
VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (I)
Barcelona,
2015, Penguin Random House.
“Un
jueves por la mañana de finales de octubre, Harry Quebert empezó su
clase más o menos así: «Señoras y señores, todos andamos muy
revueltos por lo que está pasando en Washington, ¿verdad? El caso
Lewinsky… Sepan que desde George Washington, en toda la historia de
los Estados Unidos de América han existido dos causas para poner fin
a un mandato presidencial: ser un destacado rufián, como Richard
Nixon, o morir. Y, hasta hoy, nueve presidentes han visto
interrumpido su mandato por una de estas dos razones: Nixon dimitió
y los ocho restantes se murieron, la mitad de ellos asesinados. Pero
he aquí que a esta lista podría añadirse una tercera causa: la
felación. La relación bucal, el francés, el chupa chupa, la
mamada. Y cada uno de nosotros debe preguntarse si nuestro poderoso
Presidente, cuando tiene el pantalón bajado hasta las rodillas,
sigue siendo nuestro poderoso Presidente. Porque eso es lo que
apasiona a América: las historias de sexo, las historias de moral.
América es el paraíso de la pija. Y ya verán ustedes, de aquí a
unos años nadie recordará que el señor Clinton levantó nuestra
desastrosa economía, gobernó de forma experta con una mayoría
republicana en el Senado o hizo que Rabin y Arafat se estrecharan la
mano. En cambio, todo el mundo recordará el caso Lewinsky, porque
las mamadas, señoras y señores, permanecen grabadas en la memoria.
Bueno, a nuestro Presidente le gusta que le purguen de vez en cuando.
¿Y qué? Seguramente no es el único. ¿A quién de esta sala
también le gusta?».
Tras estas palabras,
Harry se interrumpió y escrutó el auditorio. Hubo un largo
silencio: la mayoría de los estudiantes empezó a mirarse los
zapatos. Jared, sentado a mi lado, cerró incluso los ojos para no
cruzarse con su mirada. Yo levanté la mano. Estaba sentado en las
últimas filas, y Harry, señalándome con el dedo, declaró
dirigiéndose a mí:
—Levántese, mi joven
amigo. Levántese para que le vean bien y dígame en qué está
pensando.
—Me gustan mucho las mamadas, señor. Me llamo Marcus Goldman y me gusta que me la chupen. Como a nuestro querido Presidente.
—Me gustan mucho las mamadas, señor. Me llamo Marcus Goldman y me gusta que me la chupen. Como a nuestro querido Presidente.
Harry se bajó las gafas
de lectura y me miró con aire divertido. Más tarde me confesó:
«Ese día, cuando le vi, Marcus, cuando vi a ese joven orgulloso, de
cuerpo sólido, de pie ante su silla, me dije: Dios mío, he aquí un
hombre de verdad». En aquel momento, simplemente me preguntó:
—Díganos, joven: ¿le
gusta que se la chupen los chicos o las chicas?
—Las chicas, profesor Quebert. Soy un buen heterosexual y un buen americano. Dios bendiga a nuestro Presidente, al sexo y a América.
—Las chicas, profesor Quebert. Soy un buen heterosexual y un buen americano. Dios bendiga a nuestro Presidente, al sexo y a América.
El auditorio, pasmado, se
echó a reír y aplaudió. Harry estaba encantado. Explicó,
dirigiéndose a mis compañeros:
—Ya ven, a partir de
ahora nadie mirará a este pobre chico de la misma forma. Todo el
mundo pensará: ése es el cerdo asqueroso al que le gustan las
mamadas. Y poco importarán sus talentos, poco importarán sus
cualidades, será para siempre «Señor Mamada» —se giró de nuevo
en mi dirección—. Señor Mamada, ¿podría explicarnos ahora por
qué ha realizado tales confidencias mientras sus compañeros han
tenido el buen gusto de callarse?
—Porque en el paraíso
de la pilila, profesor Quebert, el sexo puede hundirte, pero también
propulsarte hasta la cima. Y ahora que todo el auditorio tiene
puestos sus ojos en mí, tengo el placer de informarles que escribo
cuentos muy buenos que se publican en la revista de la universidad,
que venderé a la salida de la clase por cinco dólares de nada el
ejemplar.” (pp. 102-103)