Joël
Dicker
LA
VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (II)
Barcelona,
2015, Penguin Random House.
“Existe,
en el camino de Montburry, un pequeño lago conocido en toda la
región y que, durante los calurosos días de verano, es invadido por
familias y campamentos infantiles. El lugar es tomado al asalto desde
por la mañana: las praderas se cubren de toallas de playa y de
sombrillas bajo las que se parapetan los padres mientras sus hijos
chapotean ruidosamente en un agua verdosa y calentorra, espumosa en
los lugares donde la corriente acumula los desechos de los
domingueros. El ayuntamiento de Montburry hizo un esfuerzo por
acondicionar la orilla del lago después de que hace dos años un
niño pisara una jeringuilla usada. Se colocaron mesas de merendero y
barbacoas para evitar la multiplicación de hogueras salvajes que
daban al prado un aspecto de paisaje lunar, el número de papeleras
aumentó considerablemente, se instalaron servicios prefabricados y
el aparcamiento, que linda con el bosque del lado, acaba de ser
ampliado y asfaltado. Además, de junio a agosto un equipo de
mantenimiento procede diariamente a limpiar las praderas de residuos,
preservativos y excrementos caninos.
(…)
Erne Pinkas dice que ese
lago ilustra bien la decadencia que afecta a Estados Unidos y al
mundo en general. Hace treinta años, al lago no iba casi nadie. Era
de difícil acceso: había que dejar el coche en el borde de la
carretera, atravesar una parte del bosque y caminar media milla larga
a través de las altas hierbas y los rosales salvajes. Pero el
esfuerzo valía la pena: el lago era magnífico, estaba cubierto de
nenúfares rosas y bordeado por inmensos sauces llorones. A través
del agua transparente, se podía ver el reflejo de los bancos de
percas doradas que las garzas grises pescaban apostándose en los
juncos. En uno de los costados, había incluso una playita de arena
gris.” (pp. 263-264)