lunes, 24 de agosto de 2020

Joël Dicker
LA VERDAD SOBRE EL CASO HARRY QUEBERT (II)
Barcelona, 2015, Penguin Random House.


“Existe, en el camino de Montburry, un pequeño lago conocido en toda la región y que, durante los calurosos días de verano, es invadido por familias y campamentos infantiles. El lugar es tomado al asalto desde por la mañana: las praderas se cubren de toallas de playa y de sombrillas bajo las que se parapetan los padres mientras sus hijos chapotean ruidosamente en un agua verdosa y calentorra, espumosa en los lugares donde la corriente acumula los desechos de los domingueros. El ayuntamiento de Montburry hizo un esfuerzo por acondicionar la orilla del lago después de que hace dos años un niño pisara una jeringuilla usada. Se colocaron mesas de merendero y barbacoas para evitar la multiplicación de hogueras salvajes que daban al prado un aspecto de paisaje lunar, el número de papeleras aumentó considerablemente, se instalaron servicios prefabricados y el aparcamiento, que linda con el bosque del lado, acaba de ser ampliado y asfaltado. Además, de junio a agosto un equipo de mantenimiento procede diariamente a limpiar las praderas de residuos, preservativos y excrementos caninos.
(…)
Erne Pinkas dice que ese lago ilustra bien la decadencia que afecta a Estados Unidos y al mundo en general. Hace treinta años, al lago no iba casi nadie. Era de difícil acceso: había que dejar el coche en el borde de la carretera, atravesar una parte del bosque y caminar media milla larga a través de las altas hierbas y los rosales salvajes. Pero el esfuerzo valía la pena: el lago era magnífico, estaba cubierto de nenúfares rosas y bordeado por inmensos sauces llorones. A través del agua transparente, se podía ver el reflejo de los bancos de percas doradas que las garzas grises pescaban apostándose en los juncos. En uno de los costados, había incluso una playita de arena gris.” (pp. 263-264)