viernes, 20 de mayo de 2022

Lucia Berlin
MANUAL PARA MUJERES DE LA LIMPIEZA (II)
Madrid, 2017, Alfaguara.




“El tren aminoró a las afueras de El Paso. Sin despertar a mi pequeño Ben, me lo llevé en brazos al vestíbulo del vagón para mirar el paisaje. Y oler el desierto. Caliche, salvia, azufre de la fundición, leña quemada de las barracas de los mexicanos junto al río Grande. La Tierra Santa. Cuando vine aquí de pequeña, a vivir con Mamie y el abuelo durante la guerra, fue la primera vez que oí hablar de Jesús, de María, de la Biblia y el pecado, así que Jerusalén se mezcló con las sierras y los desiertos de El Paso. Juncos en las orillas del río y enormes crucifijos por todas partes. Higueras y granados. Mujeres tapadas con mantos oscuros y niños en los brazos, hombres pobres y enjutos con ojos de mártir, de redentor. Y de noche las estrellas eran grandes y resplandecientes como en la canción, y brillaban con tanta insistencia que parecía lógico que los reyes sabios no pudieran evitar seguir cualquiera de ellas y hallaran el camino.” (p. 91)
[La cita pertenece al relato Dentelladas de tigre.]

“La soledad es un concepto anglosajón. En Ciudad de México, si eres el único pasajero en un autobús y alguien sube, no solo se sentará a tu lado sino que se recostará en ti.
Cuando mis hijos vivían en casa, si entraban a mi habitación normalmente había un motivo concreto. ¿Has visto mis calcetines? ¿Qué hay para cenar? Incluso ahora, cuando suena la campana de la verja, será: ¡Eh, mamá, vamos al partido de los Atléticos!, o: ¿Puedes cuidar a los niños esta noche? En México, en cambio, las hijas de mi hermana subirán tres pisos de escaleras y cruzarán tres puertas solo porque estoy ahí. Para recostarse a mi lado o decir: ¿Qué onda?” (p. 247)

[La cita pertenece al relato Triste idiota.]