MERLÍN
Madrid, 1994, Debate.
“-¿Qué me importa a mí que el hombre dure? exclamó irritada. Lo que cuenta soy yo, y no el hombre. Lo detesto. Es un esclavo que se resigna a su suerte y acepta para tranquilizarse todas las tonterías sobre la eternidad que le sirven los iluminados y los charlatanes. Esas pamplinas de después de la muerte, con un paraíso o un infierno en el cielo, bajo tierra o vete a saber dónde, y unos dioses grotescos o vanos como los de los griegos y los egipcios, crueles como los de los fenicios o los cartagineses, ausentes como el de los judíos o locos como el de los cristianos. Una caterva de dioses que no son sino el reflejo de la necedad, la locura o la perversidad de sus inventores. ¿Crees que a mí, Morgana, puede bastarme con ser continuada por ese hombre cuya única permanencia es la estupidez?” (pp. 57-58)
“(...) percibí con claridad, por experiencia, por qué el hombre, desde la noche de los tiempos, vivía más de leyenda que de historia, y por qué en su espíritu, al fin y al cabo, la poesía prevalecía sobre el poder. Porque la leyenda construía incansablemente una eternidad cuya mentira la historia se afanaba por demostrar.” (p. 126)