Charles Dickens
GRANDES ESPERANZAS
Madrid, 2002, Suma de Letras.
“Después me sostuvo por los brazos de pie sobre la losa y continuó en estos horrendos términos:
-Mañana por la mañana, temprano, me vas a traer la lima y la comida. Me lo traerás todo a aquella vieja batería de allí abajo. Si lo haces sin atreverte a decir jamás una palabra o hacer un signo que pueda dar a entender que me has visto o que has visto a nadie, se te dejará con vida. Pero no lo hagas o apártate de mis instrucciones en algún detalle por pequeño que sea, y verás cómo alguien te arranca el hígado y el corazón, los asa y se los come. Te advierto que no estoy solo, como podrías figurarte. Hay un joven escondido conmigo; comparado con él yo soy un ángel. Este joven está oyendo ahora lo que digo. Este joven tiene una manera secreta, que sólo él conoce, de llegar hasta un niño y arrancarle el hígado y el corazón. Es inútil que un niño pretenda esconderse de este joven. Un niño puede haber cerrado su puerta con llave, puede estar metido en su cama, puede arroparse bien, puede subirse el embozo hasta la cabeza, pero aquel joven hallará manera de irse acercando hasta él y abrirle en canal. Ahora mismo, me cuesta gran trabajo contener a este joven para que no te haga daño. Me cuesta mucho impedir que te llegue a las entrañas.
Le dije que le procuraría la lima y las cosas de comer que pudiera encontrar, y que se lo traería todo a la batería por la mañana temprano.
-¡Di que Dios te mate si no lo haces! –dijo el hombre.
Lo dije, y él me bajó de la losa.
-¡Ahora –prosiguió-, recuerda lo que has prometido, piensa en este joven y vete a casa!
-Buenas noches, señor –balbucí yo.
-¡Y tan buenas! –dijo él volviéndose a mirar la fría y mojada llanura-. ¡Si al menos fuese yo una rana! ¡O una anguila!” (pp. 21-22)
“En el pequeño mundo en que viven los niños, sea quien sea el que los eduque, no hay nada que se perciba con tanta delicadeza ni que se sienta tan agudamente como la injusticia. La injusticia de la que el niño es objeto puede ser sólo una pequeña injusticia; pero el niño es pequeño y su caballo de cartón es tan alto, en proporción, como un grande y huesudo caballo irlandés.” (p. 99)