domingo, 3 de junio de 2012

Georges Simenon
EL GATO
Barcelona, 2004, Tusquets.


 “No pudo menos de recordar la frialdad y la dureza de su mirada cuando, tras una larga vacilación, se tendió por fin sobre ella con la intención de hacer el amor. En el momento en que la penetró, no sin dificultades, todo el cuerpo de Marguerite se tensó de improviso, como si rechazara al hombre por instinto.
Durante un minuto más o menos esperó a que ella se relajara, pero comoquiera que no lo hizo, sino todo lo contrario, él acabó retirándose, avergonzado y balbuciendo disculpas.
-¿Por qué? –indagó ella en tono duro.
-¿Que por qué me disculpo?
-¿Por qué no continúas hasta el final? Me he casado contigo y es mi deber soportar esto también.
Aquel <<también>> le había vuelto muchas veces a la memoria. ¿Qué quería decir exactamente? ¿Qué otras cosas soportaba por sumisión cristiana? ¿Sus puros? ¿Sus modales poco refinados? ¿El hecho de compartir la misma habitación?” (p. 102)

“Aquellos dos hombres debían de rondar los sesenta. Todavía no sospechaban a qué velocidad iban a envejecer.” (p. 121)