miércoles, 22 de agosto de 2012

Ian McEwan
AMSTERDAM
Anagrama, 1999, Barcelona.


“Probablemente no es nada. Ya sabes, eso que de noche te hace sudar como un poseso y al día siguiente te parece una idiotez. No era exactamente de eso de lo que quería hablarte. Seguro que no es nada, aunque tampoco pierdo nada pidiéndote lo que voy a pedirte. En caso de que me ponga enfermo..., algo muy grave, ya sabes, como Molly, y empiece a caer por la pendiente y a cometer errores horribles, errores de juicio, no recordar los nombres de las cosas, no saber quién soy y demás... En fin, ese tipo de cosas. Me tranquilizaría saber que alguien me ayudaría a acabar con todo... O sea, ayudarme a morir. Sobre todo si llego a un punto en el que no puedo tomar la decisión por mí mismo, o no puedo ponerla en práctica. Bien, lo que te estoy diciendo es que... Te estoy pidiendo, siendo como eres mi amigo más antiguo, que me ayudes si alguna vez llego a encontrarme en tal estado y ves con claridad que ésa es la solución correcta. Lo mismo que nosotros habríamos ayudado a Molly si hubiéramos...” (p. 60)

“Podría haberse tomado la licencia de no cumplir sus compromisos poniendo como excusa el espíritu libre del artista, pero detestaba dar muestras de este tipo de arrogancia. Tenía varios amigos que jugaban la carta de la genialidad cuando les convenía, y dejaban de aparecer en este o aquel acto en la creencia de que cualquier trastorno causado en el ámbito local no podía sino acrecentar el respeto por la naturaleza absorbente e imperiosa de su noble vocación artística. Estos individuos –los novelistas eran, con mucho, los peores- se las arreglaban para convencer a amigos y familiares de que no sólo sus horas de trabajo, sino cada cabezada o cada paseo, cada rato de silencio, depresión o borrachera llevaba en sí mismo el marchamo exculpatorio de una alta meta. Una máscara para ocultar la mediocridad, en opinión de Clive. No dudaba que la vocación artística fuera alta y noble, pero el mal comportamiento no era parte de ella.” (p. 74)