EL PAÍS DE LA CANELA
Bogotá, 2008, Grupo Editorial Norma.
“Pero uno sólo ve con nitidez lo que
dura: un mundo que no cesa de cambiar apenas si produce en los ojos el efecto
de un viento.” (p. 29)
“Aparecieron
un día en las planicies amarillas que rodean el Titicaca, el más alto de todos
los mares. Se llamaban Manco Cápac y Mama Ocllo Huaco; traían una cuña
brillante de una vara de largo y dos dedos de ancho, que según algunos era una
barra de oro macizo y según otros era un rayo de luz que había puesto en sus
manos el Sol, y en cada región que cruzaban intentaban hundirla en la tierra.
No preguntes de dónde procedían porque en las montañas cada quien tiene una
respuesta distinta para esa pregunta, pero todos estuvieron siempre de acuerdo
en que eran hijos del Sol. Recorrieron los llanos de polvo, entre montañas
blancas, recorrieron las cumbres pedregosas y los cañones resecos por donde
resbala un hilo que alguna vez fue de agua y ahora es de arena interminable,
recorrieron desiertos donde las pobres arañas tejen sus telas en la noche sólo
para atrapar al amanecer unas mezquinas briznas de rocío, cruzaron la landa y
la puna fracasando siempre en su intento de sembrar aquel objeto luminoso. Sólo
cuando iban cruzando el cerro de Huanacauri ocurrió lo que esperaban: la cuña
se hundió sin esfuerzo en el suelo y desapareció sin dejar rastro: era la señal
para que los mensajeros fundaran allí su residencia.” (pp. 39-40)
“Dirás que
soy ingrato con Pizarro, el jefe militar de mi padre, pero yo sé lo que te
digo: los hombres valientes son demasiado confiados y los traidores son
demasiado engañosos; el rey y el papa están muy lejos, y dedicados a sus
propias rapiñas, para imponer aquí de verdad la ley de Dios o de la Corona;
esta conquista sólo se abre paso con crímenes y muy tardíamente intenta
redimirse con leyes y procesiones. Aquí sólo triunfan los peores. La Corona
acepta que avancen con saqueos y masacres, y después llega a ocupar lo
conquistado y a tratar de castigar a los criminales que lo hicieron posible.
(…) Los mansos no heredan esta tierra, más bien han sido los primeros en
perderla.” (pp. 56-57)
“Sólo cuando
se convierte en relato el mundo al fin parece comprensible. Mientras los vamos
viviendo, los hechos son tan agobiantes y múltiples que no les encontramos pies
ni cabeza. O tal vez tiene razón Teofrastus, quien me dijo que lo que les da
orden a los recuerdos es que ya conocemos el desenlace, que los vemos a la luz
del sentido que ese desenlace les brinda. Al soplo de los hechos, todo va
gobernado por la incertidumbre, y los únicos seres que parecen coherentes son
aquellos que, a falta de saber cómo terminarán las cosas, tienen claro un
propósito que buscan imponerle a la realidad. A cada paso eligen en función de
lo que persiguen, les resulta más fácil optar entre alternativas y tomar
decisiones, saben escoger con resolución un camino y prescindir de otro.” (p.
106)