James D. Watson
LA DOBLE HÉLICE
Madrid, 2007, Alianza Editorial.
LA DOBLE HÉLICE
Madrid, 2007, Alianza Editorial.
“Por supuesto, había científicos que pensaban que las pruebas en favor del ADN no eran concluyentes y preferían creer que los genes eran moléculas de proteínas. Pero a Francis [se refiere a Francis Crick, codescubridor con Watson de la estructura molecular del ADN.] no le preocupaban esos escépticos. Muchos de ellos eran bobos cascarrabias que se equivocaban sistemáticamente. No era posible triunfar en la ciencia sin ser consciente de que, en contra de la opinión popular que defendían los periódicos y las madres de científicos, un número considerable de investigadores eran no sólo intolerantes y aburridos, sino decididamente estúpidos.” (p. 34)
“En Inglaterra, si no en todas partes, casi todos los botánicos y zoólogos eran una gente confusa. Para muchos de ellos, ni siquiera la posesión de cátedras universitarias aseguraba su dedicación a la pura ciencia; algunos malgastaban sus esfuerzos en inútiles polémicas sobre el origen de la vida o la forma de saber que un dato científico era correcto. Lo peor era que se podía obtener un título universitario de biología sin saber nada de genética. Y no es que los genetistas suministraran tampoco ninguna ayuda intelectual. Habría sido lógico que, con toda su palabrería sobre los genes, les hubiera interesado saber qué eran. Pero casi ninguno de ellos parecía tomarse en serio las pruebas de que los genes estaban formados por ADN. Éste era un dato innecesariamente químico. Lo que la mayoría de ellos pretendían en la vida era sumergir a sus alumnos en detalles incomprensibles del comportamiento de los cromosomas o suministrar especulaciones confusas pero elegantemente expresadas sobre las últimas noticias en temas como el papel del genetista en esta era de transición y transformación de valores.” (p. 78)
“En Inglaterra, si no en todas partes, casi todos los botánicos y zoólogos eran una gente confusa. Para muchos de ellos, ni siquiera la posesión de cátedras universitarias aseguraba su dedicación a la pura ciencia; algunos malgastaban sus esfuerzos en inútiles polémicas sobre el origen de la vida o la forma de saber que un dato científico era correcto. Lo peor era que se podía obtener un título universitario de biología sin saber nada de genética. Y no es que los genetistas suministraran tampoco ninguna ayuda intelectual. Habría sido lógico que, con toda su palabrería sobre los genes, les hubiera interesado saber qué eran. Pero casi ninguno de ellos parecía tomarse en serio las pruebas de que los genes estaban formados por ADN. Éste era un dato innecesariamente químico. Lo que la mayoría de ellos pretendían en la vida era sumergir a sus alumnos en detalles incomprensibles del comportamiento de los cromosomas o suministrar especulaciones confusas pero elegantemente expresadas sobre las últimas noticias en temas como el papel del genetista en esta era de transición y transformación de valores.” (p. 78)