Charles Dickens
CASA DESOLADA (I)
Barcelona, 2000, Montesinos.
“Tiempo implacable de noviembre. Hay tanto barro en las calles que parece como si las aguas acabasen de retirarse nuevamente de la faz de la Tierra. Y no resultaría asombroso que tropezásemos con un enorme Megalosaurio, andando como un inmenso lagarto por las colinas de Holborn. El humo desciende de las chimeneas formando una suave llovizna negra, como enlutada por la muerte del sol, con volutas de hollín del tamaño de los copos de nieve. Los perros no se distinguen, de tan embarrados como están. Los caballos se ven escasamente mejor, pues las salpicaduras le llevan casi hasta el lomo. Los peatones entrechocan sus paraguas, en un contagio general de mal humor, y resbalan en las esquinas, donde decenas de millares de peatones se han escurrido y han resbalado desde el amanecer, si puede decirse que amaneció, añadiendo más barro a las capas que en esos puntos se han pegado tenazmente al suelo, acumulándose al ritmo del interés compuesto.” (p. 11)
“¡Éste es el Tribunal Supremo! Tiene casas ruinosas y tierras yermas en todos los condados; tiene locos macilentos en todos los manicomios; tiene muertos en todos los cementerios; tiene a sus querellantes arruinados, pidiendo dinero prestado o limosna, una tras otro, a todos sus conocidos; da al económicamente poderoso abundantes medios para que haga desistir por agotamiento al que tiene la razón; consume los ahorros, la paciencia y la esperanza; aniquila el cerebro y destroza el corazón de tal manera que no existe, entre quienes lo frecuentan, un hombre honrado que no hiciera –y que frecuentemente no haga– esta advertencia: ¡Soportad cualquier perjuicio que se os cause antes de venir aquí.!” (pp. 12-13)
“Tanto tiempo y con tanta intensidad ha llovido allá, en Lincolnshire, que Mrs. Rouncewell, la anciana ama de llaves de Chesney Wold, se ha quitado varias veces las gafas para limpiarlas con el fin de asegurarse de que no fuesen los cristales los que estaban mojados. A Mrs. Rouncewell le habría bastado, para salir de dudas, con escuchar el sonido de la lluvia, pero es algo sorda, cosa de la que nadie en el mundo puede convencerla. Es una anciana hermosa, majestuosa, extraordinariamente acicalada y limpia, y luce una espalda y un peto tales, que, si cuando muriera se averiguase que usaba como corsé la vieja reja de una chimenea, ninguno de los que la conocen se sorprendería.” (p. 82)
CASA DESOLADA (I)
Barcelona, 2000, Montesinos.
“Tiempo implacable de noviembre. Hay tanto barro en las calles que parece como si las aguas acabasen de retirarse nuevamente de la faz de la Tierra. Y no resultaría asombroso que tropezásemos con un enorme Megalosaurio, andando como un inmenso lagarto por las colinas de Holborn. El humo desciende de las chimeneas formando una suave llovizna negra, como enlutada por la muerte del sol, con volutas de hollín del tamaño de los copos de nieve. Los perros no se distinguen, de tan embarrados como están. Los caballos se ven escasamente mejor, pues las salpicaduras le llevan casi hasta el lomo. Los peatones entrechocan sus paraguas, en un contagio general de mal humor, y resbalan en las esquinas, donde decenas de millares de peatones se han escurrido y han resbalado desde el amanecer, si puede decirse que amaneció, añadiendo más barro a las capas que en esos puntos se han pegado tenazmente al suelo, acumulándose al ritmo del interés compuesto.” (p. 11)
“¡Éste es el Tribunal Supremo! Tiene casas ruinosas y tierras yermas en todos los condados; tiene locos macilentos en todos los manicomios; tiene muertos en todos los cementerios; tiene a sus querellantes arruinados, pidiendo dinero prestado o limosna, una tras otro, a todos sus conocidos; da al económicamente poderoso abundantes medios para que haga desistir por agotamiento al que tiene la razón; consume los ahorros, la paciencia y la esperanza; aniquila el cerebro y destroza el corazón de tal manera que no existe, entre quienes lo frecuentan, un hombre honrado que no hiciera –y que frecuentemente no haga– esta advertencia: ¡Soportad cualquier perjuicio que se os cause antes de venir aquí.!” (pp. 12-13)
“Tanto tiempo y con tanta intensidad ha llovido allá, en Lincolnshire, que Mrs. Rouncewell, la anciana ama de llaves de Chesney Wold, se ha quitado varias veces las gafas para limpiarlas con el fin de asegurarse de que no fuesen los cristales los que estaban mojados. A Mrs. Rouncewell le habría bastado, para salir de dudas, con escuchar el sonido de la lluvia, pero es algo sorda, cosa de la que nadie en el mundo puede convencerla. Es una anciana hermosa, majestuosa, extraordinariamente acicalada y limpia, y luce una espalda y un peto tales, que, si cuando muriera se averiguase que usaba como corsé la vieja reja de una chimenea, ninguno de los que la conocen se sorprendería.” (p. 82)