Pedro Baños
ASÍ SE DOMINA EL MUNDO (II)
Barcelona, 2017, Ariel.
“Fue entonces cuando el general en jefe estadounidense, Douglas MacArthur, decidió lanzar la Operación Estrangular, una guerra aérea total, con la finalidad de doblegar lo antes posible al Norte. A partir de ese momento, Corea del Norte fue sometida a un inmisericorde, despiadado y sistemático bombardeo que arrasó hasta las más pequeñas poblaciones.
Aunque los datos varían según las fuentes, las cifras son escalofriantes. En los tres años de guerra se pudieron lanzar unas 650.000 toneladas de bombas sobre Corea del Norte, incluyendo más de 35.000 toneladas de napalm, que habrían reducido a escombros a más de 600.000 viviendas, 5.000 escuelas y un millar de centros sanitarios. Cuando se acabaron los objetivos urbanos, comenzaron a bombardear pantanos y presas, lo que provocó la inundación de granjas y destruyó las cosechas. En comparación, Estados Unidos arrojó más toneladas de bombas en Corea del Norte que en todo el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y se destruyeron más ciudades que en Alemania o Japón.
Treinta años después de finalizada la conflagración, el general del Ejército del Aire Curtis E. LeMay, que había sido jefe del Mando Aéreo Estratégico durante la guerra, afirmaba sin rubor a la Oficina de Historia de la Fuerza Aérea estadounidense que se había aniquilado alrededor de un 20 % de la población norcoreana. Para hacernos una mejor idea de la magnitud de la masacre, baste decir que durante la Segunda Guerra Mundial, y a pesar de los intensos bombardeos sufridos, el porcentaje de la población británica fallecida fue del 2 %. Y todavía se podría haber superado la cifra de los tres millones de norcoreanos muertos pues el general Douglas MacArthur propuso lanzar entre treinta y cincuenta bombas atómicas sobre el Norte, pensando que así pondría fin a la guerra en diez días, como reconoció en una entrevista al poco de acabar la guerra.
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Por más que el mundo occidental considere a Corea del Norte como un país con una población a la que hay que librar a cualquier precio de la tiranía de una dictadura comunista hereditaria —incluida desde hace años en la lista estadounidense de países «rebeldes» o del «Eje del Mal»— y liderada por un excéntrico personaje maligno y torpe, los norcoreanos se ven a sí mismos de un modo bien distinto: como un pueblo determinado a seguir resistiendo la injerencia extranjera.
La población norcoreana no ha olvidado las demoledoras incursiones aéreas, motivo por el cual apoya sin fisuras los grandes esfuerzos hechos por el gobierno de Pyongyang, de forma obsesiva, para dotarse de potentes defensas antiaéreas activas y pasivas (instalaciones subterráneas y refugios), así como para disponer de un armamento nuclear que disuada a cualquier posible agresor. En definitiva, la historia arroja suficientes motivos por los cuales los ciudadanos norcoreanos repudian cualquier acción que pueda provenir de Estados Unidos o Japón, sin necesidad de que se los presione políticamente. Es un sentimiento nacional que han interiorizado y que no será arrancado aunque cambiara el régimen político.” (pp. 82-84)