sábado, 8 de mayo de 2021

Voltaire
TRATADO SOBRE LA TOLERANCIA (I)
Barcelona, 2010, Diario Público.


“El derecho natural es aquel que la naturaleza indica a todos los hombres. Habéis criado a vuestro hijo, os debe respeto como a padre suyo, gratitud como a su bienhechor. Tenéis derecho a los productos de la tierra que habéis cultivado con vuestras manos. Habéis hecho y recibido una promesa, debe ser cumplida.  

   El derecho humano no puede estar fundado en ningún caso más que sobre este derecho de naturaleza; y el gran principio, el principio universal de uno y otro, es, en toda la tierra: «No hagas lo que no querrías que te hiciesen». No se entiende cómo, siguiendo ese principio, un hombre podría decir a otro: «Cree lo que yo creo y no lo que tú puedes creer, o perecerás». Es lo que se dice en Portugal, en España, en Goa. En la actualidad, en algunos otros países se contentan con decir: «Cree, o te aborrezco; cree, o he de hacerte todo el daño que pueda; monstruo, no tienes mi religión, por tanto no tienes religión: es preciso que inspires horror a tus vecinos, a tu ciudad, a tu provincia».  

   Si fuese de derecho humano comportarse así, sería preciso que el japonés detestase al chino, que a su vez execraría al siamés; éste perseguiría a los gangáridas [referencia al área del Ganges.], que arremeterían contra los habitantes del Indo; un mogol le arrancaría el corazón al primer malabar que encontrase; el malabar podría degollar al persa, que podría matar al turco; y todos juntos se arrojarían sobre los cristianos, que durante tanto tiempo se han devorado unos a otros.  

   El derecho de la intolerancia es, por tanto, absurdo y bárbaro; es el derecho de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres sólo desgarran para comer, y nosotros nos hemos exterminado por unos párrafos.” (pp. 111-112)

“Lo digo con horror pero con franqueza: ¡somos nosotros, cristianos, los que hemos sido persecutores, verdugos, asesinos! ¿Y de quién? De nuestros hermanos. Somos nosotros los que hemos destruido cien ciudades, con el crucifijo o la Biblia en la mano, y los que no hemos dejado de derramar la sangre y de encender hogueras, desde el reinado de Constantino hasta los furores de los caníbales que habitaban en las Cevenas [zona montañosa del sureste de Francia.]: furores que, gracias al cielo, hoy ya no subsisten.” (p. 131)