Martín Caparrós
EL HAMBRE (IV)
Barcelona, 2015, Anagrama.
“Entonces le pregunto cuál es su momento favorito del día y no me entiende. Se lo repito —le pido a la intérprete que se lo repita— y Rahmati dice, una vez más, que no entiende la idea: que no tiene un momento favorito, que todo es más o menos igual siempre.
En estos días le he preguntado a una docena de mujeres qué hacen en su tiempo libre; la idea de tiempo libre las sorprende, hay que explicársela. Algunas, después de varias preguntas, me dicen que a la tarde, cuando terminan de hacer todo en la casa, a veces se sientan a charlar con una vecina. Y que fuera de eso están las fiestas: una boda, un funeral, un nacimiento, un festival religioso. Y no se les ocurre nada más.” (p. 122)
[La cita está referida a Biraul, ciudad rural del noreste de India.]
“La «epidemia de obesidad» empezó en los Estados Unidos en los años ochenta. Desde entonces, los precios de frutas y verduras aumentaron, en valores constantes, un 40 por ciento. Y, en el mismo período, las comidas procesadas bajaron un 40 por ciento. Con tres dólares se pueden comprar unas 300 calorías de frutas y verduras o 4.500 calorías de papas fritas, galletitas y gaseosas. El que quiere y puede comer para no atiborrarse de calorías, compra fruta y verdura. El que necesita comer para conseguir un mínimo de calorías, compra basura.
Comida basura: cuando la prioridad es sacarse el hambre lo más barato que se pueda. Llenar de porquerías el cuerpo lo más barato que se pueda.” (pp. 347-348)
“A diferencia de las demás formas de la malnutrición —que suenan africanas—, ésta sucede en sus ciudades, se paga con sus presupuestos.
Aunque puede ser que lo más duro sea la conciencia del fracaso: no es fácil aceptar que su sociedad —la sociedad más poderosa de este mundo— ha producido estas legiones de cuerpos descompuestos, personas que ya no pueden funcionar como personas. Esa cultura obesa, tan Simpson, tan Big Mac, tan Walmart, es el cadáver —graso— en el ropero americano.
Otra vez: no es cierto que los gordos se coman lo que no comen los hambrientos; sí parece cierto que las mismas industrias que los llenan de basura controlan los mercados y se apropian de los recursos que podrían comer los que no comen. Los gordos y los hambrientos son víctimas —distintas— de lo mismo.
Llamémoslo desigualdad, capitalismo, la vergüenza.” (pp. 352-353)
EL HAMBRE (IV)
Barcelona, 2015, Anagrama.
“Entonces le pregunto cuál es su momento favorito del día y no me entiende. Se lo repito —le pido a la intérprete que se lo repita— y Rahmati dice, una vez más, que no entiende la idea: que no tiene un momento favorito, que todo es más o menos igual siempre.
En estos días le he preguntado a una docena de mujeres qué hacen en su tiempo libre; la idea de tiempo libre las sorprende, hay que explicársela. Algunas, después de varias preguntas, me dicen que a la tarde, cuando terminan de hacer todo en la casa, a veces se sientan a charlar con una vecina. Y que fuera de eso están las fiestas: una boda, un funeral, un nacimiento, un festival religioso. Y no se les ocurre nada más.” (p. 122)
[La cita está referida a Biraul, ciudad rural del noreste de India.]
“La «epidemia de obesidad» empezó en los Estados Unidos en los años ochenta. Desde entonces, los precios de frutas y verduras aumentaron, en valores constantes, un 40 por ciento. Y, en el mismo período, las comidas procesadas bajaron un 40 por ciento. Con tres dólares se pueden comprar unas 300 calorías de frutas y verduras o 4.500 calorías de papas fritas, galletitas y gaseosas. El que quiere y puede comer para no atiborrarse de calorías, compra fruta y verdura. El que necesita comer para conseguir un mínimo de calorías, compra basura.
Comida basura: cuando la prioridad es sacarse el hambre lo más barato que se pueda. Llenar de porquerías el cuerpo lo más barato que se pueda.” (pp. 347-348)
“A diferencia de las demás formas de la malnutrición —que suenan africanas—, ésta sucede en sus ciudades, se paga con sus presupuestos.
Aunque puede ser que lo más duro sea la conciencia del fracaso: no es fácil aceptar que su sociedad —la sociedad más poderosa de este mundo— ha producido estas legiones de cuerpos descompuestos, personas que ya no pueden funcionar como personas. Esa cultura obesa, tan Simpson, tan Big Mac, tan Walmart, es el cadáver —graso— en el ropero americano.
Otra vez: no es cierto que los gordos se coman lo que no comen los hambrientos; sí parece cierto que las mismas industrias que los llenan de basura controlan los mercados y se apropian de los recursos que podrían comer los que no comen. Los gordos y los hambrientos son víctimas —distintas— de lo mismo.
Llamémoslo desigualdad, capitalismo, la vergüenza.” (pp. 352-353)