viernes, 12 de noviembre de 2021

Charles Willeford
GALLO DE PELEA (II)
Barcelona, 2015, Sajalín.



“Al joven giro le gustaba pelear con hombres y me picó en la muñeca antes de que pudiera agarrarlo bien por los muslos con la mano izquierda. En un momento lo tuve firmemente sujeto contra mi pierna, de modo que ya no pudo picarme más. Con torpeza, extendí sus patas sobre el tajo de fuera, y a continuación se las corté de un hachazo a la altura de los codos.
   Al reunirme con Omar en el reñidero, este puso los ojos castaños como platos hasta que parecieron dos ágatas bañadas en aceite.
  -¡Dios bendito, Frank! No esperarás que pelee sin patas, ¿verdad?
  Asentí y franqueé la valla del reñidero. Coloqué al giro sobre mi brazo izquierdo, sujetándole los muñones con la mano derecha, y adelanté la barbilla para indicar que comenzáramos a carear. Omar arrimó al cenizo y el giro le arrancó un puñado de plumas con el pico.
  Careamos a los gallos hasta que afluyó su arraigada combatividad natural, y entonces dejé al giro en el suelo y le quité a Omar el cenizo. El cenizo estaba impaciente por abalanzarse sobre su contrincante amputado, pero lo sujeté fuerte por la cola y no dejé que se le acercará más que a lo que alcanzaba el pico. Cuando el giro se removía hacia él, yo le hacía recular tirándole de la cola. Sin patas, el giro no tenía equilibrio ni impulso para volar, y aunque batía las alas con furia no lograba sostenerse erguido. Constantemente se daba de bruces, y, tras un rato de lucha corajuda, se rindió por completo. Dejé que el cenizo se le acercara, sujetándolo todavía por la cola. El giro picaba sin parar, aunque había renunciado a tratar de sostenerse con los muñones. Al fin solté al cenizo, que describió un arco corto en el aire y aterrizó, espoleando, en medio del dorso del giro. El cenizo, teniendo al gallo postrado y bien sujeto con el pico, lo pateaba metódicamente con las botanas lo bastante fuerte como para que los golpes produjeran sonidos secos. Aquella era la primera vez que veía al cenizo en acción. Pensé que Ed Middleton me había hecho un verdadero favor regalándome a ese guerrero que había estado convaleciente. Un gallo que espoleaba con la precisión mortífera de ese cenizo Middleton podía ganar muchas peleas en la arena.
  El giro estaba demasiado indefenso para repeler el ataque del cenizo, así que cogí el ave calzada con botanas y se la di a Omar para que la sujetara un momento. Me saqué la lata de gas para cargar mecheros del bolsillo trasero del pantalón y rocié con abundante líquido al giro Mellhorn. Encendí el mechero, se lo apliqué al gallo y su plumaje ardió en llamas aceitosas.
  Omar me devolvió al cenizo y lo solté contra el ave en llamas desde la marca en el lado opuesto de la arena. Avanzó con las alas tiesas hacia el giro postrado, alargando el pescuezo y con la cabeza gacha cerca del suelo. El fuego le desconcertaba y preocupaba, y le daba miedo tirar con las botanas. Sin embargo, el cenizo picó ferozmente la cabeza del giro, aunque estuviera en llamas, y en su primer picotazo logró arrancarle un ojo.
  El giro probó otra vez a incorporarse, batiendo las alas en llamas, pero sus esfuerzos vehementes solo lograban avivar el fuego. El hedor acre y ácido de las plumas abrasadas llenaba el aire. Al tiempo que agarraba la cola del cenizo con la mano derecha, me tapé la nariz con la izquierda. Las llamas se iban extinguiendo y el giro yacía cada vez más quieto. Las plumas chamuscadas salpicaban su cuerpo desnudo como cerillas usadas o clavillos, y por un momento creía que había muerto. Pero al dejar que el cenizo furioso estrechara la distancia que los separaba a ambos, el Mellhorn moribundo alzó la cabeza y dio un picotazo ciego en la dirección aproximada del cenizo que se acercaba. Con aquella última acometida, un picotazo débil que le obligó a despegar la cabeza del suelo apenas dos centímetros, murió.” (pp. 189-192)

[Gallo giro: cualquier gallo de pelea de tono oscuro y con plumas de color amarillo o plateado en la zona de su cuello y alas. (criadeaves.com)]