Carlos Díaz
DIEZ PALABRAS CLAVE PARA EDUCAR EN VALORES
Madrid, 2004, Fundación Emmanuel Mounier.
"Quisiéramos ser claros, profundos y breves, pues sabemos que muchos usan más palabras de las necesarias para decir más cosas de las que saben, y toman por trivialidad lo que es sencillez; quizá por eso merezcan haber sido llamados <<advenedizos de la vanilocuencia>>, <<pedantes que no abren el ojo a casi nadie, pero se lo saltan a unos cuantos con sus palabras esdrujulísimas>>.
Llevado, sin embargo, de la convicción de que son personas capaces aquellas que logran simplificar lo complejo, y menos capaces en cambio aquellas otras que sólo saben complicar lo sencillo (...)" (p. 11)
"...pero no se puede vivir sin de alguna manera arriesgar. Esfuérzate, en todo caso, y haz de la necesidad virtud: basta mirar algo con atención para que se vuelva interesante, pues no existe en el mundo un asunto sin interés, lo que existe son personas que no se interesan; sólo el desinterés almuerza con la abundancia, come con la pobreza, cena con la miseria, y va a acostarse al fin con la muerte. Al menos no seas pesimista de entrada, ya sabes que el optimista ve una oportunidad en toda calamidad, y el pesimista una calamidad en toda oportunidad." (p. 12)
"Hay sin embargo un tipo de pesimismo del que nadie habla: el de quienes se forman, se forman y se forman para no entrar nunca en la acción, ignorando que la razón de que muchos de nuestros problemas se queden sin resolver es que les tenemos miedo a las acciones que podrían aportar soluciones; en definitiva, tenemos miedo a la vida, y preferimos la abstracción." (p. 13)
"El saber va entreverado de ignorancia; quizá sólo podamos aspirar a la docta ignorancia, esa que es el resultado de la exploración sistemática del azar. Al saber no se llega bien cenado, es preciso tener un caos dentro para engendrar una estrella fugaz (sólo lo que duele enseña: duele, luego existo, decía Sören Kierkegaard). Además, no siempre se sabe decir lo que se quiere decir; con frecuencia tengo algo que decir, pero no sé del todo qué, ni cómo. La sabiduría es como las luciérnagas, necesita las tinieblas para brillar. En última instancia, el entendimiento alumbra como las velas, derramando lágrimas, y no hay saber que no tenga el 99% de transpiración y el 1% de inspiración. Ver lo que se tiene enfrente de nosotros y en nosotros mismos exige un esfuerzo constante. Infortunadamente, saber significa crujirse las espaldas y dejarse sobre el pupitre las dioptrías, envejecer. Sólo el viejo sabe (no todo el viejo, sino el que ha envejecido sobre el banco de pruebas)." (p. 15)
DIEZ PALABRAS CLAVE PARA EDUCAR EN VALORES
Madrid, 2004, Fundación Emmanuel Mounier.
"Quisiéramos ser claros, profundos y breves, pues sabemos que muchos usan más palabras de las necesarias para decir más cosas de las que saben, y toman por trivialidad lo que es sencillez; quizá por eso merezcan haber sido llamados <<advenedizos de la vanilocuencia>>, <<pedantes que no abren el ojo a casi nadie, pero se lo saltan a unos cuantos con sus palabras esdrujulísimas>>.
Llevado, sin embargo, de la convicción de que son personas capaces aquellas que logran simplificar lo complejo, y menos capaces en cambio aquellas otras que sólo saben complicar lo sencillo (...)" (p. 11)
"...pero no se puede vivir sin de alguna manera arriesgar. Esfuérzate, en todo caso, y haz de la necesidad virtud: basta mirar algo con atención para que se vuelva interesante, pues no existe en el mundo un asunto sin interés, lo que existe son personas que no se interesan; sólo el desinterés almuerza con la abundancia, come con la pobreza, cena con la miseria, y va a acostarse al fin con la muerte. Al menos no seas pesimista de entrada, ya sabes que el optimista ve una oportunidad en toda calamidad, y el pesimista una calamidad en toda oportunidad." (p. 12)
"Hay sin embargo un tipo de pesimismo del que nadie habla: el de quienes se forman, se forman y se forman para no entrar nunca en la acción, ignorando que la razón de que muchos de nuestros problemas se queden sin resolver es que les tenemos miedo a las acciones que podrían aportar soluciones; en definitiva, tenemos miedo a la vida, y preferimos la abstracción." (p. 13)
"El saber va entreverado de ignorancia; quizá sólo podamos aspirar a la docta ignorancia, esa que es el resultado de la exploración sistemática del azar. Al saber no se llega bien cenado, es preciso tener un caos dentro para engendrar una estrella fugaz (sólo lo que duele enseña: duele, luego existo, decía Sören Kierkegaard). Además, no siempre se sabe decir lo que se quiere decir; con frecuencia tengo algo que decir, pero no sé del todo qué, ni cómo. La sabiduría es como las luciérnagas, necesita las tinieblas para brillar. En última instancia, el entendimiento alumbra como las velas, derramando lágrimas, y no hay saber que no tenga el 99% de transpiración y el 1% de inspiración. Ver lo que se tiene enfrente de nosotros y en nosotros mismos exige un esfuerzo constante. Infortunadamente, saber significa crujirse las espaldas y dejarse sobre el pupitre las dioptrías, envejecer. Sólo el viejo sabe (no todo el viejo, sino el que ha envejecido sobre el banco de pruebas)." (p. 15)