domingo, 21 de abril de 2013

Anatole France
EL PROCURADOR DE JUDEA
Zaragoza, 2010, Contraseña.


“–¡Blandura con los judíos! –exclamó Poncio Pilatos–. Por más que hayas vivido en su tierra, conoces mal a esos enemigos del género humano. Orgullosos y rastreros al tiempo, suman a una cobardía ignominiosa una obstinación invencible, y se les hacen gravosos tanto al amor cuanto al odio.” (p. 29)

“–Es cuestión de gran trascendencia –dijo Lamia– el saber si debemos hacer felices a los hombres a pesar suyo.” (p. 36)

"–¡Bailan con tanta languidez las mujeres de Siria! Conocí a una judía de Jerusalén que, en un tugurio, a la luz de una lamparita humeante, encima de una alfombra de mala muerte, bailaba alzando los brazos para tocar los címbalos. Metiendo la cintura hacia dentro, echando hacia atrás la cabeza como si le tirase de ella la abundante cabellera pelirroja, con la mirada colmada de voluptuosidad, ardiente, lánguida, flexible, habría hecho palidecer de envidia a la mismísima Cleopatra. Me gustaban sus danzas bárbaras, su canto algo ronco y, no obstante, tan dulce, su olor a incienso, el sueño a medias en que parecía vivir. Iba en pos de ella a todas partes. Me mezclaba con el mundo ruin de los soldados, de los saltimbanquis y de los publicanos que la rodeaban. Un día desapareció y no volví a verla. Estuve mucho tiempo buscándola por las callejas de mala fama y las tabernas. Costaba más desacostumbrarse de ella que del vino griego. Tras unos meses de haberla perdido, me enteré por casualidad de que se había sumado a una tropa pequeña de hombres y mujeres que seguían a un joven taumaturgo galileo que se hacía llamar Jesús el Nazareo*; lo crucificaron por no sé qué delito. Poncio ¿te acuerdas de ese hombre?
   Poncio Pilato frunció el ceño y se llevó la mano a la frente como quien rebusca en la memoria. Luego, tras un momento de silencio, dijo en un murmullo:
–¿Jesús? ¿Jesús el Nazareo? No lo recuerdo.” (pp. 45-46)
[“Nazareo” significa “santo”.]