EL PROCURADOR DE JUDEA
Zaragoza, 2010, Contraseña.
“–¡Blandura
con los judíos! –exclamó Poncio Pilatos–. Por más que hayas vivido en su
tierra, conoces mal a esos enemigos del género humano. Orgullosos y rastreros
al tiempo, suman a una cobardía ignominiosa una obstinación invencible, y se
les hacen gravosos tanto al amor cuanto al odio.” (p. 29)
“–Es
cuestión de gran trascendencia –dijo Lamia– el saber si debemos hacer felices a
los hombres a pesar suyo.” (p. 36)
"–¡Bailan
con tanta languidez las mujeres de Siria! Conocí a una judía de Jerusalén que,
en un tugurio, a la luz de una lamparita humeante, encima de una alfombra de
mala muerte, bailaba alzando los brazos para tocar los címbalos. Metiendo la
cintura hacia dentro, echando hacia atrás la cabeza como si le tirase de ella
la abundante cabellera pelirroja, con la mirada colmada de voluptuosidad,
ardiente, lánguida, flexible, habría hecho palidecer de envidia a la mismísima
Cleopatra. Me gustaban sus danzas bárbaras, su canto algo ronco y, no obstante,
tan dulce, su olor a incienso, el sueño a medias en que parecía vivir. Iba en
pos de ella a todas partes. Me mezclaba con el mundo ruin de los soldados, de
los saltimbanquis y de los publicanos que la rodeaban. Un día desapareció y no
volví a verla. Estuve mucho tiempo buscándola por las callejas de mala fama y
las tabernas. Costaba más desacostumbrarse de ella que del vino griego. Tras
unos meses de haberla perdido, me enteré por casualidad de que se había sumado
a una tropa pequeña de hombres y mujeres que seguían a un joven taumaturgo
galileo que se hacía llamar Jesús el Nazareo*; lo crucificaron por no sé qué
delito. Poncio ¿te acuerdas de ese hombre?
Poncio Pilato frunció el ceño y se llevó la
mano a la frente como quien rebusca en la memoria. Luego, tras un momento de
silencio, dijo en un murmullo:
–¿Jesús?
¿Jesús el Nazareo? No lo recuerdo.” (pp. 45-46)
[“Nazareo”
significa “santo”.]