sábado, 3 de mayo de 2014

Harper Lee
MATAR A UN RUISEÑOR
Barcelona, 2006, Ediciones B.

 
“Maycomb era una población antigua, pero cuando yo la conocí también era una población fatigada. En los días lluviosos las calles se convertían en un barrizal rojizo; la hierba crecía en las aceras, y el edificio del juzgado parecía que iba a desplomarse sobre la plaza. En verano hacía mucho calor: los perros sufrían durante el día y las flacas mulas enganchadas a los carros espantaban moscas a la sofocante sombra de las encinas de la plaza. A las nueve de la mañana, los cuellos duros de los hombres perdían su tiesura. Las damas se bañaban antes del mediodía y después de la siesta de las tres, pero al atardecer estaban como blandos pastelillos recubiertos de sudor y talcos. La gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de las tiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa, porque no había a donde ir, nada que comprar ni dinero con qué comprarlo, ni nada que ver fuera de los límites del condado. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le había dicho que no tenía nada que temer, sólo a sí mismo.” (p. 16)

“En lo tocante a mi modo de vestir, la tía Alexandra era una fanática. Para ella jamás me convertiría en una dama si llevaba pantalones; y cuando dije que con falda no podía hacer nada, replicó que no era necesario que hiciese cosas que exigiesen pantalones. Para ella, yo tenía que jugar a las cocinitas y otros juegos de niñas y ser un rayo de sol en la solitaria vida de mi padre. Repliqué que para ser un rayo de sol no hacía falta llevar faldas, y dijo que si bien yo había nacido buena cada año que pasaba me volvía peor. Me sentí ofendida, y cuando se lo conté a Atticus, contestó que en la familia ya existían suficientes rayos de sol y que a él no le importaba que fuese como era.” (p. 124)

“La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno.” (p. 156)

“Aquella mujer era horrible. Tenía la cara del color de una funda sucia de almohada, y en las comisuras de su boca brillaba la saliva, que descendía pausadamente, como un glaciar, por las profundas arrugas de su barbilla. Las manchas violáceas de la ancianidad moteaban sus mejillas, y sus pálidos ojos tenían pupilas negras y pequeñas. Tenía las manos nudosas, y las crecidas cutículas cubrían buena parte de las uñas. Su encía inferior no quedaba escondida, y el labio superior lo tenía saliente; cada poco retraía el labio inferior hacia la encía superior estirando la barbilla. Esto hacía que la saliva descendiese más deprisa.” (p. 159)

“-Jem -pregunté-, ¿qué es un niño mestizo?
-Mitad blanco y mitad negro. Tú lo has visto, Scout. Aquel chico de cabello rojo y ensortijado que reparte para la droguería, ¿recuerdas? Es mitad blanco. Son algo triste de veras.
-¿Triste? ¿Por qué?
-No pertenecen a ninguna parte. Los negros no los quieren porque son mitad blancos, y los blancos no los quieren porque son mitad negros. Son una cosa intermedia, ni blancos ni negros.” (p. 235)

“No soy un idealista que crea firmemente en la integridad de nuestros tribunales ni del sistema de jurado; esto no es para mí una cosa ideal, es una realidad práctica. Caballeros, un tribunal no es mejor que cada uno de ustedes, los jurados que están sentados delante de mí. La rectitud de un tribunal llega únicamente hasta donde llega la rectitud de su jurado, y la rectitud de un jurado llega sólo hasta donde llega la de los hombres que lo componen.” (p. 298)