martes, 20 de mayo de 2014

Manuel Vicent
LOS MEJORES RELATOS DE MANUEL VICENT
Madrid, 2005, Santillana
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“Tenía la cara pecosa, el pelo de maíz, la espalda redonda, las manos grandes. Se llamaba Leopoldo Bloom. Hace cuarenta años, en la pila del bautismo le impusieron ese nombre en memoria del abuelo paterno, que fue el famoso héroe de la novela Ulises, y aún habitaba la misma casa de su antepasado, en Eccles Street, número 7, de Dublín, pero su mujer no se llamaba Molly, sino Dorothy, y ella no era una de esas irlandesas que de noche espera al marido hasta las tantas elaborando un borde monólogo interior mientras él recorre un laberinto de prostíbulos al salir de la oficina. Tampoco el nieto de Leopoldo podía exhibir una excusa para perderse en la ciudad, puesto que las calles de Dublín ahora estaban bien señalizadas. Lo ignoraba todo de Dios y del alcohol, su alma no se hallaba podrida por ninguna clase de culpa levítica, había sido educado en los rigores de la informática.” (p. 73)
[La cita pertenece al relato El nieto de Ulises.]

“Como siempre, aquel lunes el despertador había sonado a las siete en punto y el tipo lanzó un gruñido de palabras inconexas contra el destino que no tuvo respuesta. Entre bostezos de tigre, rascándose los riñones, arrastró las babuchas hasta el cuarto de aseo para ejecutar las abluciones típicas de un asalariado. Mientras una mujer con bata de felpa le preparaba el café con leche en la cocina, él se acomodó los gases, experimentó algunas arcadas, vomitó un pedazo de bofe por la nariz, se fregoteó los alerones, se rasuró el rostro anodino, se peinó la calva, se dio un breve masaje en el papo con colonia de garrafa y salió casi triunfalmente del retrete con unos calzones de saldo. Se trataba de un ordenanza maduro, vestido de marrón oscuro, que nunca había tenido una pasión. Vivía en un piso interior descascarillado al amparo de una esposa de muchas arrugas y su único sueño se alimentaba a veces con la colada del patio. En los instantes más felices pendían de las cuerdas ciertas bragas sucintas color malva o sostenes de encaje de algunas vecinas que se cruzaban con el hombre en la escalera. Entonces pensaba en lejanos, imposibles, sonrosados pastelillos de carne que aquellas prendas albergaban.” (pp. 215-216)
[La cita pertenece al relato La chica de la valla.]

“El mal le concede al hombre una especie de omnipotencia. Aprietas sencillamente el gatillo desde una terraza y puedes disponer a tu antojo del destino de cualquier peatón. En cambio, la bondad siempre tiene límites. Sólo el mal permite al ser humano codearse con Dios e infligir un daño absoluto.” (p. 231)
[La cita pertenece al relato La sopa de Ulises.]

“Después de varias sesiones en el diván comenzó a darle vueltas a una idea obsesiva: la falta de libertad produce cáncer.” (p. 380)
[La cita pertenece al relato Muda de verano.]