martes, 20 de mayo de 2014

Rachel Carson
PRIMAVERA SILENCIOSA
Barcelona, 2010, Crítica.


“Finalmente, debo reconocer mi extensa deuda con una multitud de personas, muchas de las cuales me son personalmente desconocidas, quienes, sin embargo, han hecho que la redacción de este libro parezca haber valido la pena. Se trata de las personas que primero hablaron contra el temerario e irresponsable envenenamiento del mundo que el hombre comparte con todos los demás animales, y que incluso ahora están sosteniendo millares de pequeñas batallas que al final proporcionarán la victoria a la salud y al sentido común en nuestro acomodo al mundo que nos rodea.” (sin número de página; apartado de AGRADECIMIENTOS.)

“La naturaleza ha introducido gran variedad en el paisaje, pero el hombre ha exhibido una verdadera pasión por simplificarlo.” (p. 10)

"Por primera vez en la historia del mundo, todo ser humano se halla ahora sometido al contacto con sustancias químicas peligrosas, desde su nacimiento hasta su muerte. En menos de dos décadas de uso, los plaguicidas sintéticos se han distribuido de manera tan amplia por todo el mundo animado e inanimado, que se encuentran prácticamente por todas partes. Se han encontrado dichas sustancias en la mayoría de los sistemas fluviales importantes e incluso en corrientes subterráneas que fluyen sin ser vistas por el interior de la tierra. (…) Se encuentran en la leche de las madres y probablemente en los tejidos de los niños por nacer.
   Todo esto se ha producido a causa del súbito auge y del prodigioso crecimiento de una industria dedicada a la fabricación de sustancias químicas artificiales o sintéticas con propiedades insecticidas. Dicha industria es la hija de la segunda guerra mundial.” (pp. 15-16)

“Al consentir un acto que causa semejantes sufrimientos a un ser vivo, ¿quién de entre nosotros no queda disminuido como ser humano?” (p. 102)

“Cada una de esas exposiciones continuas, por ligeras que sean, contribuyen a la progresiva acumulación de sustancias químicas en nuestro cuerpo, y por lo tanto al envenenamiento por acumulación. Probablemente ninguna persona es inmune al contacto con esa contaminación en expansión, a menos que viva en el mayor aislamiento imaginable. Arrullado por la sutil persuasión y la oculta elocuencia del vendedor, el ciudadano medio se entera muy rara vez de los productos mortales con que se rodea; en realidad, puede que ni siquiera se dé cuenta de que los está usando.” (pp. 183-184)

“El equilibrio de la naturaleza no es un statu quo; es fluido, siempre cambiante y en un estado permanente de reajuste. El hombre también forma parte de este equilibrio. A veces la balanza se inclina a su favor; otras veces (y con demasiada frecuencia debido a su actividad) le resulta perjudicial.” (p. 257)

[La cursiva pertenece al texto.]

“Las empresas químicas más importantes están vertiendo dinero a chorros en las universidades para financiar las investigaciones sobre insecticidas. Esto crea becas atractivas para los estudiantes graduados y atractivos cargos en las empresas. Los estudios de control biológico, por otra parte, no están nunca tan bien dotados… por la sencilla razón de que no prometen a nadie las fortunas que pueden hacerse en la industria química. Éstos se dejan para las agencias estatales y federales, donde los sueldos son bastante inferiores. 

   Esta situación explica asimismo el hecho, de otro modo desconcertante, de que ciertos entomólogos eminentes figuren entre los principales defensores del control químico. (…) todo su programa de investigaciones está financiado por la industria química. Su prestigio profesional, y a veces su propio empleo, dependen de la perpetuación de los métodos químicos. ¿Podemos esperar, pues, que muerdan la mano que les da materialmente de comer? Pero conociendo su prejuicio, ¿qué crédito podemos dar a sus aseveraciones de que los insecticidas son inofensivos?” (p. 270)

“El «control de la naturaleza» es una frase concebida con arrogancia, nacida en la época de Neanderthal de la biología y de la filosofía, cuando se suponía que la naturaleza existe para la conveniencia del hombre” (p. 312)