LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO
Madrid, 2013, Santillana.
“Para esta nueva cultura, son esenciales la producción industrial masiva
y el éxito comercial. La distinción entre precio y valor se ha eclipsado y
ambas cosas son ahora una sola, en la que el primero ha absorbido y anulado el
segundo. Lo que tiene éxito y se vende es bueno y lo que fracasa y no conquista
al público es malo. El único valor es el comercial. La desaparición de la vieja
cultura implicó la desaparición del viejo concepto de valor. El único valor
existente es ahora el que fija el mercado”. (pp. 31-32)
“En las artes plásticas
la frivolización ha llegado a extremos alarmantes. La desaparición de mínimos
consensos sobre los valores estéticos hace que en este ámbito la confusión
reine y reinará por mucho tiempo, pues ya no es posible discernir con cierta
objetividad qué es tener talento o carecer de él, qué es bello y qué es feo,
qué obra representa algo nuevo y durable y cuál no es más que un fuego fatuo.
Esa confusión ha convertido el mundo de las artes plásticas en un carnaval
donde genuinos creadores y vivillos y embusteros andan revueltos y a menudo
resulta difícil diferenciarlos. Inquietante anticipo de los abismos a que puede
llegar una cultura enferma del hedonismo barato que sacrifica toda otra
motivación y designio a divertir.” (p. 49)
“La contrapartida es que, cuando el
gusto del gran público determina el valor de un producto cultural, es
inevitable que, en muchísimos casos, escritores, pensadores y artistas
mediocres o nulos, pero vistosos y pirotécnicos, diestros en la publicidad y la
autopromoción o que halagan con destreza los peores instintos del público,
alcancen altísimas cotas de popularidad y le parezcan, a la inculta mayoría, los
mejores y sus obras sean las más cotizadas y divulgadas." (p. 181)
“ninguna
Iglesia es democrática. Todas ellas postulan una verdad, que tiene la
abrumadora coartada de la trascendencia y el padrinazgo abracadabrante de un
ser divino, contra los que se estrellan y pulverizan todos los argumentos de la
razón, y se negarían a sí mismas –se suicidarían- si fueran tolerantes y
retráctiles y estuvieran dispuestas a aceptar los principios elementales de la
vida democrática como son el pluralismo, el relativismo, la coexistencia de
verdades contradictorias, las constantes concesiones recíprocas para la
formación de consensos sociales”. (pp. 191.192)
“Si se trata sólo de entretener,
de hacer pasar al ser humano un rato agradable, sumido en la irrealidad,
emancipado de la sordidez cotidiana, el infierno doméstico o la angustia
económica, en una relajada indolencia espiritual, las ficciones de la
literatura no pueden competir con las que suministran las pantallas, grandes o
chicas. Las ilusiones fraguadas con la palabra exigen una activa participación
del lector, un esfuerzo de imaginación y, a veces, tratándose de literatura
moderna, complicadas operaciones de memoria, asociación y creación, algo de lo
que las imágenes del cine y la televisión dispensan a los espectadores. Y
éstos, en parte a causa de ello, se vuelven cada día más perezosos, más
alérgicos a un entretenimiento que los exija intelectualmente.” (p. 216)
“Que el escritor «se comprometa», no puede querer decir que renuncie a la aventura de la imaginación, ni a los experimentos del lenguaje, ni a ninguna de las búsquedas, audacias y riesgos que hacen estimulante el trabajo intelectual, ni que riña con la risa, la sonrisa o el juego porque considera incompatible con la responsabilidad cívica el deber de entretener. Divertir, hechizar, deslumbrar, lo han hecho siempre los grandes poemas, dramas, novelas y ensayos. No hay idea, personaje o anécdota de la literatura que viva y dure si no sale, como el conejo del sombrero de copa del ilusionista, de hechiceros pases mágicos. No se trata de eso.” (p. 224)
“Que el escritor «se comprometa», no puede querer decir que renuncie a la aventura de la imaginación, ni a los experimentos del lenguaje, ni a ninguna de las búsquedas, audacias y riesgos que hacen estimulante el trabajo intelectual, ni que riña con la risa, la sonrisa o el juego porque considera incompatible con la responsabilidad cívica el deber de entretener. Divertir, hechizar, deslumbrar, lo han hecho siempre los grandes poemas, dramas, novelas y ensayos. No hay idea, personaje o anécdota de la literatura que viva y dure si no sale, como el conejo del sombrero de copa del ilusionista, de hechiceros pases mágicos. No se trata de eso.” (p. 224)