Stephen King
DANZA MACABRA (II)
Madrid, 2006, Valdemar.
“Es posible que no haya nada en el mundo tan difícil de comprender como el terror cuyo tiempo ya ha pasado, lo que podría explicar por qué los padres pueden regañar a sus hijos por tenerle miedo al coco, cuando de niños también ellos tuvieron que enfrentarse a esos mismos temores (y a esos mismos padres simpáticos pero poco comprensivos). También podría ser por eso que la pesadilla de una generación se convierte en la sociología de la siguiente, e incluso aquellos que caminaron por las llamas tienen problemas a la hora de recordar exactamente qué sentían al pisar aquellos carbones ardientes.
Puedo recordar, por ejemplo, que en 1968, cuando yo tenía veintiún años, el tema del pelo largo era extremadamente desagradable y explosivo. Hoy en día parece tan difícil de creer como la idea de que la gente se matara por un motivo como el de si el sol giraba alrededor de la tierra o si era la tierra la que giraba alrededor del sol, pero también sucedía.
Aquel feliz año de 1968, un obrero de la construcción me sacó a empujones de un bar llamado el Stardust en Brewster, Maine. El tipo tenía músculos encima de los músculos, y me dijo que podía volver a terminarme mi cerveza «cuando te hayas cortado el pelo, maricón de mierda». También estaban los gritos habituales que te lanzaban desde los coches (normalmente coches viejos con grandes aletas y enormes radiadores): ¿Eres un tío o una tía? ¿La mamas bien cariño? ¿Cuándo fue la última vez que te diste un baño?” (pp. 241-242)
“¿Es usted de los que se entregan a este desagradable e indigno engaño? ¡Sí,usted! ¡Estoy hablando con usted! ¡No mire hacia otro lado ni se ría por lo bajini! ¡Dé la cara! ¿Alguna vez estando en la librería ha mirado furtivamente a su alrededor y ha leído el final de una novela de Agatha Christie para saber quién era el asesino y por qué? ¿Alguna vez se ha adelantado hasta el desenlace de una novela de terror para ver si el protagonista sale de la oscuridad y hacia la luz? Si alguna vez lo ha hecho, sólo tengo tres palabras que me siento en el deber de trasmitirle: ¡DEBERÍA DARLE VERGÜENZA! Si y a es una bajeza doblar las esquinas de las páginas de un libro para marcar el punto, MIRAR LAS TRES ÚLTIMAS PÁGINAS PARA VER CÓMO VA A ACABAR TODO es peor aún. Si tiene usted esta costumbre, le insto a que la abandone… ¡abandónela de inmediato!” (pp. 427-428)
“Probablemente sea cierto que los pensamientos el escritor y los del lector nunca coinciden plenamente, que la imagen que ve el escritor y la que ve el lector nunca coinciden al cien por cien. Después de todo, no somos ángeles, sino algo menos elevado, y nuestro lenguaje tiende a trabarse enloquecidamente, un hecho que cualquier poeta o novelista atestiguará. No existe escritor creativo, me parece a mí, que no haya sufrido ese frustrante choque contra los muros que se levantan en los límites del lenguaje, que no haya maldecido la palabra que sencillamente no existe. Emociones como la pena y el amor romántico son particularmente difíciles de manejar, pero incluso operaciones tan sencillas como arrancar un coche de transmisión manual y conducirlo hasta el final de la calle pueden presentar problemas casi insalvables cuando uno intenta escribir el proceso en vez de sencillamente llevarlo a cabo. Y si no me cree, escriba tales instrucciones y páseselas a un amigo que no sea conductor… pero asegúrese antes de tener un buen seguro.” (p. 515)
DANZA MACABRA (II)
Madrid, 2006, Valdemar.
“Es posible que no haya nada en el mundo tan difícil de comprender como el terror cuyo tiempo ya ha pasado, lo que podría explicar por qué los padres pueden regañar a sus hijos por tenerle miedo al coco, cuando de niños también ellos tuvieron que enfrentarse a esos mismos temores (y a esos mismos padres simpáticos pero poco comprensivos). También podría ser por eso que la pesadilla de una generación se convierte en la sociología de la siguiente, e incluso aquellos que caminaron por las llamas tienen problemas a la hora de recordar exactamente qué sentían al pisar aquellos carbones ardientes.
Puedo recordar, por ejemplo, que en 1968, cuando yo tenía veintiún años, el tema del pelo largo era extremadamente desagradable y explosivo. Hoy en día parece tan difícil de creer como la idea de que la gente se matara por un motivo como el de si el sol giraba alrededor de la tierra o si era la tierra la que giraba alrededor del sol, pero también sucedía.
Aquel feliz año de 1968, un obrero de la construcción me sacó a empujones de un bar llamado el Stardust en Brewster, Maine. El tipo tenía músculos encima de los músculos, y me dijo que podía volver a terminarme mi cerveza «cuando te hayas cortado el pelo, maricón de mierda». También estaban los gritos habituales que te lanzaban desde los coches (normalmente coches viejos con grandes aletas y enormes radiadores): ¿Eres un tío o una tía? ¿La mamas bien cariño? ¿Cuándo fue la última vez que te diste un baño?” (pp. 241-242)
“¿Es usted de los que se entregan a este desagradable e indigno engaño? ¡Sí,usted! ¡Estoy hablando con usted! ¡No mire hacia otro lado ni se ría por lo bajini! ¡Dé la cara! ¿Alguna vez estando en la librería ha mirado furtivamente a su alrededor y ha leído el final de una novela de Agatha Christie para saber quién era el asesino y por qué? ¿Alguna vez se ha adelantado hasta el desenlace de una novela de terror para ver si el protagonista sale de la oscuridad y hacia la luz? Si alguna vez lo ha hecho, sólo tengo tres palabras que me siento en el deber de trasmitirle: ¡DEBERÍA DARLE VERGÜENZA! Si y a es una bajeza doblar las esquinas de las páginas de un libro para marcar el punto, MIRAR LAS TRES ÚLTIMAS PÁGINAS PARA VER CÓMO VA A ACABAR TODO es peor aún. Si tiene usted esta costumbre, le insto a que la abandone… ¡abandónela de inmediato!” (pp. 427-428)
“Probablemente sea cierto que los pensamientos el escritor y los del lector nunca coinciden plenamente, que la imagen que ve el escritor y la que ve el lector nunca coinciden al cien por cien. Después de todo, no somos ángeles, sino algo menos elevado, y nuestro lenguaje tiende a trabarse enloquecidamente, un hecho que cualquier poeta o novelista atestiguará. No existe escritor creativo, me parece a mí, que no haya sufrido ese frustrante choque contra los muros que se levantan en los límites del lenguaje, que no haya maldecido la palabra que sencillamente no existe. Emociones como la pena y el amor romántico son particularmente difíciles de manejar, pero incluso operaciones tan sencillas como arrancar un coche de transmisión manual y conducirlo hasta el final de la calle pueden presentar problemas casi insalvables cuando uno intenta escribir el proceso en vez de sencillamente llevarlo a cabo. Y si no me cree, escriba tales instrucciones y páseselas a un amigo que no sea conductor… pero asegúrese antes de tener un buen seguro.” (p. 515)