César Rendueles
CAPITALISMO CANALLA (II)
Barcelona, 2015, Seix Barral.
“Yo soy un poco así, una persona muy normativa. A mi hijo de cinco años, el pobre, le pasa lo mismo. Cada vez que su hermana pequeña, que es muy trasto, entra en un ascensor, se lanza a tocar la alarma y él enloquece con una mezcla de indignación y pavor regulativo que me resulta muy familiar. Es una pesadilla viajar en avión con ellos porque en los aeropuertos las únicas actividades realmente legítimas son comprar y esperar. Adela no se arredra y toca todos los botones, coge todos los productos y trata de entrar en todas las puertas que encuentra a su paso. Mientras, Guille corre detrás de ella gritando «¡Está prohibido, está prohibido!». Me da risa y pena porque soy exactamente igual. Si ves por ahí un coche respetando el límite de treinta kilómetros por hora en una zona urbana mientras detrás de él se va formando una larga cola de vehículos a punto de explotar de ira, lo más probable es que lo conduzca yo. De hecho, una de las razones por las que odio conducir es que nadie respeta las putas normas de circulación.” (pp. 75-76 )
“La idea de que una persona podía o debía dedicar treinta años de su vida laboral exclusivamente a realizar una única tarea muy simple que, además, por sí sola no sirve para nada, le hubiera resultado absurda a prácticamente cualquier persona que viviera en una sociedad anterior a la revolución industrial. Hoy el trabajo complejo tradicional es más bien un destino trágico.” (p. 112)
CAPITALISMO CANALLA (II)
Barcelona, 2015, Seix Barral.
“Yo soy un poco así, una persona muy normativa. A mi hijo de cinco años, el pobre, le pasa lo mismo. Cada vez que su hermana pequeña, que es muy trasto, entra en un ascensor, se lanza a tocar la alarma y él enloquece con una mezcla de indignación y pavor regulativo que me resulta muy familiar. Es una pesadilla viajar en avión con ellos porque en los aeropuertos las únicas actividades realmente legítimas son comprar y esperar. Adela no se arredra y toca todos los botones, coge todos los productos y trata de entrar en todas las puertas que encuentra a su paso. Mientras, Guille corre detrás de ella gritando «¡Está prohibido, está prohibido!». Me da risa y pena porque soy exactamente igual. Si ves por ahí un coche respetando el límite de treinta kilómetros por hora en una zona urbana mientras detrás de él se va formando una larga cola de vehículos a punto de explotar de ira, lo más probable es que lo conduzca yo. De hecho, una de las razones por las que odio conducir es que nadie respeta las putas normas de circulación.” (pp. 75-76 )
“La idea de que una persona podía o debía dedicar treinta años de su vida laboral exclusivamente a realizar una única tarea muy simple que, además, por sí sola no sirve para nada, le hubiera resultado absurda a prácticamente cualquier persona que viviera en una sociedad anterior a la revolución industrial. Hoy el trabajo complejo tradicional es más bien un destino trágico.” (p. 112)