viernes, 8 de febrero de 2019

Morten A. Strøksnes 
EL LIBRO DEL MAR (II) 
Barcelona, 2018, Salamandra. 


“Compañías noruegas con sede en las ciudades de Larvik, Tønsberg y Sandefjord cazaron ballenas de forma industrial durante más de cincuenta años en el océano Ártico y en aguas de Australia, África, Brasil y Japón. En algunos astilleros noruegos se construyeron unos buques factoría inmensos y se transportaron hornos de procesamiento sumamente eficaces a Georgia del Sur y a isla Decepción. Sólo en esta isla hubo treinta y seis calderas de presión, con una capacidad de diez mil litros cada una, en la década de los veinte. Antes de que la ballena azul estuviera en peligro de extinción, los balleneros cazaron miles de ejemplares cada temporada, además de varios de otras especies. De las entrañas de las ballenas azules preñadas se sacaban las crías vivas y las tiraban a las calderas, que permanecían en funcionamiento día y noche. Las jornadas no se contaban en horas, sino en número de ballenas y litros de aceite producidos. […] Una ballena azul puede contener más de ocho mil litros de sangre en el cuerpo, y los descuartizadores vadeaban entre grasa, sangre y carne los cuatro meses que duraba la temporada. 
   El olor a muerte y putrefacción era indescriptible. Con frecuencia, los hornos de procesamiento y los buques factoría no daban abasto y algunas ballenas se quedaban tiradas en el bajío hasta que fermentaban y los gases las inflaban como zepelines. Cuando los cadáveres explotaban, o alguien los perforaba, el hedor era tan penetrante que la gente llegaba a desmayarse. Las orillas de alrededor parecían cementerios de ballenas gigantescos donde se pudrían miles de esqueletos y de huesos. Algunas personas decían que nunca consiguieron librarse de ese olor y que lo siguieron notando muchos años después.” (pp. 65-66) 

“Si Tanzania hubiese empezado a buscar petróleo en el Serengueti, el mundo entero, seguro que con Noruega a la cabeza, habría protestado. Nos habría parecido una barbarie, y tal vez hubiéramos dado mil millones de coronas para que no lo hicieran. Noruega está repartiendo ya miles de millones para salvar las selvas tropicales de Brasil, Ecuador, Indonesia, Congo y otros espacios. Nosotros tenemos un lugar igual de extraordinario, un Serengueti debajo del agua. Y en este lugar es probable que el país más rico del mundo ponga en marcha una prospección petrolífera.” (p. 183)